Fuego amigo

Predicciones para 2006 y siguientes

Yo suelo aprender más de las formas que de los "fondos" (por aquello de que la cara es el espejo del alma) pues casi siempre los gestos revelan más pistas que las palabras. Sólo los buenos actores consiguen engañarnos. Los políticos suelen ser más creíbles como oradores que como actores. Tan es así que Rajoy, cuyas piezas oratorias casi siempre son leídas... ha sido elegido como mejor orador por los periodistas parlamentarios, a quienes dios conserve la vista muchos años. Sin embargo, este gran orador de lo que le escriben previamente desde la FAES, y prácticamente todos sus compañeros de hemiciclo, hablen o no siguiendo literalmente una partitura, son en general mediocres actores, y por lo tanto, transparentes, pues a duras penas dominan el lenguaje corporal, el "body language" que dicen los expertos. Apenas consiguen conciliar sus palabras con sus gestos.
Estos días pasados hemos asistido a una clase práctica. Mariano Aznar, tras varios meses de describirnos el apocalipsis subsiguiente a la aprobación del Estatut de Catalunya, a última hora presenta las enmiendas al Estatut, y ofrece a ZP un pacto de Estado sobre el asunto, como olvidando que durante meses se había autoexcluido del debate, y como si el incidente del bobo solemne hubiese sido un mal sueño. De pronto José María Rajoy abandonó la cara de titiritero de la oposición que tantas risas cosechaba entre su feligresía, y se puso la cara de responsable jefe de la oposición, temeroso de que algún día le recuerden que su partido se negó a participar en la reforma y modernización del Estado, de igual manera que en su día sus mayores habían abominado de la Constitución.
Yo personalmente creo que esta última cara, más serena, es la suya, la que le conocimos antes de que la extrema derecha le rescribiera las partituras. ¿Qué ocurrió, pues, en un par de días? Pues ocurrió posiblemente que los centristas de su partido, Josep Piqué en este caso tan cercano, dijeron que hasta ahí podíamos llegar. Que si el PP no cubría al menos las apariencias a última hora, la derecha centralista no tendría oxígeno suficiente para respirar en la Catalunya de mañana con un nuevo Estatut, sea cual sea el que se apruebe, sea descafeinado o con cafeína ultranacionalista.
Las tensiones dentro del PP cada día me recuerdan más el final agónico de la UCD, aquella agrupación política providencial para la transición, donde cada militante era su propio partido, unidos todos por el pegamento poderoso del usufructo del poder. Ese aglutinante en el actual PP va perdiendo capacidad adhesiva según avanza el tiempo a la intemperie del gobierno, pues ya se sabe que el poder desgasta sobre todo al que no lo tiene.
Cuando las elecciones se acerquen y los españoles empiecen a intuir que las profecías milenaristas del trío de la calle Génova no se cumplen, cuando la derecha económica pida al fin cuentas a la derecha social por intentar hundir con boicots suicidas la economía catalana, motor de la española, ese momento será el comienzo de la desmembración del PP. O de su refundación, con los Ruiz Gallardón y Josep Piqué formando equipo nuevo con el Mariano Rajoy político, no el actor, aquel que aportaba al discurso de la política española aires de sensatez, antes de convertirse en el muñeco patético del ventrílocuo Aznar. Y si Rajoy opta por el suicidio político, Rato es el César agazapado que sólo está esperando una señal para pasar el Rubicón.
Pero antes de eso todavía tendremos que batirnos a brazo partido con tormentas y galernas políticas. Como diría Sánchez Ferlosio:
Vendrán más años malos

y nos harán más ciegos;
vendrán más años ciegos
y nos harán más malos
Vendrán más años tristes
y nos harán más fríos
y nos harán más secos
y nos harán más torvos.

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