Fuego amigo

Que dios guarde a Pinochet (en prisión) muchos años


Uno de los días más tristes de mi vida fue el de la muerte de Salvador Allende, en Chile, tras el golpe de Estado del general que días antes le había jurado ser fiel a la república. Un principio elemental de justicia universal le ha dado caza y le está juzgando por asesino en masa. A la derecha de su país se le cayeron los velos de los ojos cuando se comprobó que además de asesino y perjuro, era un ladrón. Millones de dólares había distraído del erario público en bancos de los Estados Unidos, el mismo país que alentó y preparó la infraestructura del golpe militar. Sólo el obispo de Santiago de Chile tuvo para él palabras de comprensión (qué selectivamente comprensiva es a menudo la Iglesia) y la extrema derecha residual que hace vigilia ante su casa/palacio/prisión y le prende velitas como a los santos, y reza a coro por el alma del desalmado.

Ahora nos dicen que por fin la policía lo ha fichado como es costumbre con los delincuentes. Foto de perfil izquierdo, de perfil derecho, de frente, además de tomarle las huellas dactilares para que quede constancia para la Historia de la ignominia el precioso dibujo de los dedos de la mano del asesino. El mayor castigo no es que se pudra en una mazmorra el día de mañana. El castigo mayor es que se haga pública la foto de su ficha policial, con la típica mirada ausente y asustada de los delincuentes, repetida millones de veces en los periódicos y los telediarios de las televisiones, para público y universal escarnio. Si notáis un brillo leve en sus ojos, sabed que de nuevo os engaña: los generales fascistas no lloran, son sólo secreciones del orgullo herido del que hasta anteayer se creía el amo de Chile.
A la espera de esa primicia, os dejo un aperitivo para que vayáis saboreando el desquite. Dicen que la venganza es un plato que hay que tomar frío. Creo que después de treinta años ya estará a buena temperatura para saborearlo.
A vuestra salud.

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