Fuego amigo

Llegó Ratzinger y mandó derribar el Limbo de los Niños

Cuando yo estudiaba religión todavía me resultaba más difícil comprender conceptos tan estrambóticos como el Limbo de los Niños o el Limbo de los Justos, que el propio Cielo o el Infierno. De la utilidad de estos dos últimos inventos no había la menor duda, pues se convirtieron en el instrumento más eficaz para la propagación de las religiones monoteístas. Si me quieres, tendrás un premio eterno. De lo contrario, un castigo eterno. No hay medias tintas. Todo el resto de la teología es pura carrocería para adornar el invento. Pero recuerdo que los curas me hablaban además del Limbo de los Justos, también conocido como Seno de Abraham, el lugar a donde iban a parar los buenos y limpios de corazón a la espera de que Cristo bajara de una vez a la Tierra a realizar su labor redentora. No se había instituido el sacramento del bautismo, y algo había que hacer con esa buena gente; así que desde hace unos doscientos mil años (es lo que se calcula, año arriba, año abajo, para el nacimiento del homo sapiens), las almas de hombres y mujeres fueron mantenidas por su dios en una especie de cámara de descompresión hasta hace unos dos mil años (¡ostras!, ciento noventa y ocho mil años, qué aburrimiento) en que ya, al fin, se les abrieron las puertas del cielo.
El otro misterio era la existencia del Limbo de los Niños, un lugar a donde iban a parar los abortos, los nonatos, y los niños completamente terminados pero que no habían tenido la fortuna de ser bautizados. Os recuerdo que con el pecado original no se podía ir al cielo así como así. Como dios ya pone un almita en el mismo momento en que un espermatozoide fertiliza un óvulo, aunque el cigoto resultante apenas supere unas horas de vida, no quiero ni imaginarme cómo debería de ser de alucinante ese lugar. Los padres de la Iglesia no se pusieron nunca de acuerdo en cómo se liberaban las criaturitas mías de aquel paraje tan siniestro, un almacén de almas pequeñitas, donde no se gozaba ni padecía. Para unos, acababan siendo liberados por las buenas obras de sus padres. Para otros, iban saliendo tras un tiempo prudencial.

Pero llegó Ratzinger y mandó a parar. El mismo día en que nos enteramos de que una tormenta tropical, seguramente atea, derribaba el dedo de dios en Gran Canaria, sabemos que una comisión de teólogos ha decidido derribar el Limbo de los Niños y estudiar qué hacer con las almitas allí almacenadas. Ya puestos, espero que no sean rácanos y las envíen al cielo sin más trámites.
Para ser una religión inmutable, ¡lo que cambia de generación en generación! A este paso, ¿cada cuánto habrá que revisar la asignatura de religión?

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