Fuego amigo

No son más Aznar porque no entrenan

Rajoy se ha ido a Cataluña a tapar un agujero, el que su partido ha horadado azuzando insensatamente el anticatalanismo, como mercancía electoral de venta en el resto de España. Y se ha tenido que tragar un cava catalán, con no mucho entusiasmo, con el que brindó con la boquita pequeña "por el cava y el sentido común", porque es un "producto español, como el jamón ibérico". Todavía no nos ha desvelado quien había perdido el sentido común en toda esta triste historia.
Es, sin duda, uno de los episodios más idiotas de los últimos tiempos. Recuerda la misma cascada de inteligencia que inundó los Estados Unidos cuando Francia se opuso a la guerra de Irak. Una derecha igual de primaria que la nuestra llamó al boicoteo contra los restaurantes y vinos franceses, y hasta se logró la supresión temporal de las patatas fritas en el bar del Congreso porque allí se las conoce como patatas francesas. No son más Aznar porque no entrenan.
Había que recordar a Mariano Rajoy, el vicario en la Tierra del hombrecillo insufrible, que con las cosas de comer y beber no se juega. Ya el año pasado, un disparate de Carod Rovira, en plena descomposición mental, fue el detonante de un conato de boicot que el sector cavista apenas capeó tras penosas bajadas de venta. Y ahora se suma a la campaña patriotera la emisora de la Iglesia, enarbolando la bandera anticatalana.

Pues esa Iglesia (a la que aconsejo cambiar urgentemente ese mal vinillo de misa oxidado y dulzón por un alegre cava bien fresquito) que financia a los incendiarios de su emisora debería saber que en la Denominación de Origen Cava hay inscritas 272 bodegas que producen nada menos que 221 millones de botellas al año, y que dan de comer a miles de familias que se dejan la salud y hasta la vida en cuidar el terruño, en conservar de forma modélica la biodiversidad, en mantener un tesoro enológico que consiguió preservarse trabajosamente durante siglos y generaciones. Para que ahora venga lo más rancio del fascismo español, jaleado por la mafia clerical, a poner en peligro una riqueza tan inestable, tan sensible a los avatares de la economía de mercado.
Porque deberían saber que casi un 60% de toda esa producción se vende en las fiestas navideñas, donde hasta los ateos como yo celebramos con cava la venida al mundo del niño dios que nunca existió.
Tiene guasa el asunto.

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