Fuego amigo

Esto de la República se parece mucho al foie gras

Los republicanos tenemos en estos momentos el corasón partío. O, más bien, estamos atrapados en una trampa intelectual. Oí el otro día a Santiago Carrillo, libre todavía del mal de Alzheimer, la famosa frase de que él es juancarlista y republicano, preso entre dos contradicciones: la pervivencia absurda de que una jefatura del estado sea hereditaria -como si el monarca tuviese derechos de terrateniente sobre sus súbditos-, y el agradecimiento al rey por los servicios prestados a la democracia en momentos cruciales de amenaza golpista.
El cerebro humano tiene un alma bipolar, y se pasa el día buscando estratagemas para negociar la convivencia consigo mismo. Un premio Nobel de bioquímica puede llegar a creer al pie de la letra que todo un dios se transustancia en una hostia de pan y en un culín de vino después de que un sacerdote le haya propinado una bendición y unas palabras mágicas. Un defensor de lo que él llama el arte del toreo puede argumentar que si no fuera por la fiesta de los toros se extinguiría el toro bravo. Y un republicano se queda tan ancho defendiendo la monarquía porque su alternativa sería (¡oh, sielos!) la posibilidad de que hombrecillos insufribles de la catadura moral de José María Aznar alcanzasen mediante los votos la presidencia de la República.

Hay un mecanismo de supervivencia de nuestras creencias que parece funcionar al margen de nuestra razón y que nos hace inteligentes e idiotas, alternativamente, según los momentos del día. Yo mismo he confesado alguna vez mi pasión por el foie gras, aunque sería capaz de matar al tipo que los tortura para conseguir esa delicia gastronómica.
Ahora, entre Esperanza Aguirre, Rouco Varela y Jiménez Losantos han conseguido convertir mis convicciones republicanas en una especie de foie gras. Porque tener de aliado al rey, el mayor obstáculo para el advenimiento de la República, contra la extrema derecha encarnada por los Losantos, Aguirres y cardenales, es una tentación mayor que la de un suculento filete de foie caramelizado sobre un risotto de boletus. Y además, no engorda.

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