Fuego amigo

Los disidentes Rosa Díez y Ruiz Gallardón

Parece ser que la eurodiputada del PSOE, Rosa Díez, abandona el partido socialista para fundar, con el filósofo Fernando Savater y los miembros de Basta Ya, un nuevo partido, con dos ejes principales programáticos en curiosa y exacta sintonía con el Partido Popular: oponerse al modelo de lucha antiterrorista de su actual partido, y fortalecer, mediante convocatoria de referéndum, la famosa unidad de España, es decir, recortar el poder actual de los partidos nacionalistas y su peso en la política nacional.

Cuando oí la noticia me dije: ¿Pero todavía militaba en le PSOE? Es como cuando se muere un actor famoso a los 90 años que tú ya lo dabas por muerto hacía mucho tiempo. ¡Ah! ¿Pero todavía estaba vivo?

En su partido actual nadie (bueno, casi nadie) se explica cómo alguien en campaña permanente contra el PSOE desde las últimas elecciones generales podía continuar en su puesto sin poner su acta a disposición del partido. En estos casos lo fácil es pensar que extra Ecclesiam nulla salus (fuera del partido hace un frío que pela, en traducción libre) y que un sueldo de eurodiputado no se puede tirar por la ventana si no tienes nada mejor como contrapartida. A mí, sin embargo, Rosa Díez no me parece de ese tipo de gente, por el vigor con que defiende su posición, por la radicalidad de sus planteamientos tan alejados de la doctrina oficial.

Pero su travesía vital de estos últimos años es la historia, si no la de una traición o del apego a un sillón, quiero suponer, sí la de una incongruencia que acaba en malos entendidos, malos entendidos que ella debería despejar urgentemente si piensa ser la bandera de enganche de un próximo partido. Porque la disidencia, una figura que ha dado muchos frutos literarios, unas veces es una liberación, y explica los mecanismos del desencanto (con un partido, con una religión), y otras es entendida como traición, donde los principios, como en el caso de Groucho Marx, pueden ser modificados en función de la oferta y la demanda, como ocurrió con los tristemente célebres Tamayo y Sáez.

Y el apego a un escaño, al que moralmente ya no pertenecía, no es el mayor. Sino su disidencia que sospechosamente coincide en el tiempo con la pérdida de las elecciones a la secretaría general del PSOE... que ganó Rodríguez Zapatero. Solamente una vez despejada esa duda, la de una oposición con vicio de nacimiento, sospechosa, más que de disidencia ideológica, de rencor mal digerido, podrá plantear su nueva oferta a la ciudadanía con mejores perspectivas de éxito.

Es, sin duda, un paso valiente, porque ser disidente implica, como ser emigrante, dejar atrás una biografía labrada durante muchos años, abandonar para siempre un territorio intelectual y moral ya conocido donde habías construido tu casa, una religión (de religio: unión) donde por desgracia tantas veces la fe ciega sustituye a las razones, un lugar acogedor que te amparaba y te daba de comer.

Salvando las distancias (sobre todo las morales, a favor de Rosa Díez), desde hace mucho tiempo vengo sospechando que Ruiz Gallardón, en el PP, es otro disidente, y que, al igual que la eurodiputada del PSOE, es una amenaza constante para Génova 13 como posible germen de un nuevo partido de centro. Por eso es un intocable. Pero en ambos casos, la apuesta tiene unos riesgos incalculables, que a pesar de todo me arriesgo a calcular.

Y el mayor de todos es la tendencia a la sobrevaloración personal, a pensar que los liderazgos son fruto del magnetismo de determinados individuos y no del trabajo de una maquinaria política y mediática bien urdida. El mensaje es el medio, como dijo Mac Luhan, y ello también vale para los políticos. Quizá por ello, Ruiz Gallardón, más calculador, menos temperamental que Rosa Díez, lleve algún día su partida de póker, ese farol de tahúr que esconde tras sus cartas, hasta la presidencia de su partido.

El futuro partido de Rosa Díez, en cambio, quizá no pase de una formación bisagra en Euskadi, lo que no es poco en términos locales pero que encierra nuevamente una contradicción: ser un partido que propugna el debilitamiento de los partidos nacionalistas, y al mismo tiempo apenas tener influencia para otra cosa que actuar de bisagra ¡como el resto de los partidos nacionalistas! Creo que a Rosa, la disidente, la contradicción le va a perseguir hasta su muerte política.

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