Fuego amigo

De alguna manera tendré que votarle

El otro día recordaba que el PSOE, en su viaje al centro (las elecciones son como la Navidad, todo el mundo se empeña en ir a comprar al centro, con lo incómodas que son las aglomeraciones, las aceras llenas de trileros y vendedores de mercancías falsas), había abandonado sine die dos promesas sustanciales de su programa electoral: la puesta al día de una ley del aborto que hace aguas por las costuras, y una ley de eutanasia, o al menos, un debate interno como trabajo previo para la siguiente legislatura, es decir, la que se avecina.

Se suponía que una "ley de plazos", aprobada ya en la legislatura que agoniza, hubiera permitido abortar libremente entre las 12 ó 14 semanas, una ley que además debería reforzar la información y la prevención de los embarazos no deseados.

La ley de plazos, como existe en países de nuestro entorno, acabaría con situaciones de doble moral en las que hay que acudir a triquiñuelas para que los abortos tengan apariencia de legales. De entre los tres supuestos -riesgo para la salud física o psíquica de la madre, malformaciones graves, y como consecuencia de un delito de violación-, el primero de ellos es un cajón de sastre (cajón desastre, le llama un amigo mío) que se presta a ser utilizado como sustituto de esa ley de plazos inexistente.

Precisamente ayer continuaban las detenciones de médicos y personal de las clínicas abortistas denunciadas últimamente, acusados de utilizar sus dictámenes psiquiátricos para justificar falsos "riesgos para la salud psíquica de la madre".

Y ayer, también, la Secretaria Política de Igualdad del PSOE, Maribel Montaña, planteaba a la ejecutiva la promesa incumplida, promesa a la que muchas mujeres del partido no están dispuestas a renunciar.

De tal manera que Zapatero, en tono bajito para que no le oyese la derecha conservadora y cristiana de su partido (Vázquez, Bono), se sacó del pecho la canción de Aute y cantó, a su pesar, que la dirección socialista "de alguna manera" tendría que abordar el abortado proyecto de ley en el programa electoral.

Si, además, con una buena ley de eutanasia me dejaran morir cuando me niniese en gana a mí y no al dios de Vázquez, de alguna manera tendré que votarles.

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Meditación para hoy: En mi columna de 20Minutos de hoy me aventuro a vaticinar el número del gordo de Navidad. Comienzo diciendo que comunico a todos mis lectores que el número del gordo de Navidad será el 56.211, el que llevo yo, sin ir más lejos.

Imaginad por un momento que de verdad sale este número el día 22. Para empezar, la policía tardaría unos minutos en plantarse en mi casa. Sin duda se desataría una inspección a cara de perro para investigar si todo fue una casualidad (en cualquier caso tengo las mismas posibilidades que los acertantes auténticos, esos que saldrán en el telediario agarrados a una botella de cava, que ellos llaman champán) o si en verdad existió un compadreo entre el director del sorteo, los secretarios de mesa, el señor de los bombos y los niños de San Ildefonso para provocar que saliera el 56.211, que casualmente llevaba yo en el bolsillo. Si el inspector jefe es votante del PP, pongamos por caso, asumiría como muy probable la teoría de una conspiración, después de haberse tragado la patraña que los conspiranoicos del 11-M le contaban día a día desde los medios de la extrema derecha. Aquello sí que era difícil. Una vez aclarado, muy a su pesar, que tan sólo la ley de la probabilidad había conspirado a mi favor, confirmaría en unas declaraciones exclusivas a 20Minutos y Público que en realidad se me había aparecido la Virgen días antes para soplarme al oído el número ganador. A ver quién era el chulo de ponerlo en duda. Radio Vaticana me tendría colapsado el teléfono pugnando por una entrevista. ¿Y cómo es ella? ¿Y cómo iba vestida? ¿Dijo algo sobre la conversión de Rusia? A partir de entonces, ya podéis imaginar que mi poder sobre las conciencias de las masas crédulas sería incalculable. Ni el santo súbito, con tantos idiomas como dominaba. Habría gente en procesión acosando mi portal para que les adivinara su miserable futuro. Y a la semana, hastiado de tanto olor de santidad, la traca final. La gloria. Reuniría a los representantes de todas las televisiones del orbe para comunicarles un mensaje trascendental. Les diría que, en otra aparición, la Virgen, vertiendo amargas lágrimas, me había alertado de que España iba camino de la perdición, que sólo se salvaría... (pausa teatral)... si el PP perdiese las próximas elecciones de marzo. ¿De verdad, virgencita mía? En verdad te digo, hijo, -porque me llamó hijo, a pesar de todo-, que sería una catástrofe.

No os riáis, porque tres pastorcitos, con mucha menos autoridad que yo, contaron en Fátima una trola más colosal, y ya véis la que se armó al cabo de los años.

Sabed, pues, que si me toca, España está salvada. De lo contrario, que es lo más probable, tendremos otra oportunidad de jugarnos el progreso de nuestro país en la lotería del Niño en enero. O en marzo, a más tardar. 

 

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