Fuego amigo

No sabe usted con quién está hablando, señor mío

Cuando malgobernaba el franquito debía de ser una gozada tener algo de mando en plaza en este país. Ser juez, obispo, policía, gobernador civil o su chófer o su amante. Un sueño. Eso sí que era mandar, porque el poder sólo es verdadero poder cuando se ejerce sin medida ni freno, cuando es absolutamente arbitrario, tal como sucede en las dictaduras.

En democracia, en cambio, el poder es una droga adulterada que apenas tiene efectos en quien la consume o cuando se utiliza simplemente para llevar un sueldo a casa a fin de mes, excepto para los muy enfermos de necesidad, para los desahuciados que no resisten el mono de despacho oficial ni un fin de semana. Para ellos es droga dura.

Leyendo el incidente del magistrado conservador, Roberto García-Calvo, amamantado en las esencias más puras y cristianas del franquismo, ese incidente que pudo ser un accidente muy grave, en el que se encaró a un conductor amenazándole con una modalidad del viejo "no sabe usted con quien está hablando", me acordé de que se me pasó el arroz de la dictadura sin tener ocasión de amenazar a alguien con esa arma dialéctica, con el placer instantáneo que debe proporcionar: "Mañana sale usted en los papeles, a cinco columnas, pedazo de mamarracho". Por eso, oírle ese mensaje tan típicamente franquista en 2007, en alguien que todavía guarda intacto ese sentido del poder sin freno, debió de sonar en medio del paisaje a película de "Cuéntame cómo pasó" en versión caspa dura.

Bueno, según el chaval con el que mantuvo la reyerta de tráfico, el magistrado le amenazó con el acertijo y algo más, presuntamente con una pistola que llevaba en el maletero, si bien el señor juez lo niega.

En el año setenta yo viví una historia parecida y también por un problema de tráfico. Se ve que no hay nada que excite más a un facha que esa prolongación del falo que es el automóvil. Había visto un hueco de aparcamiento, una joya en el centro de Madrid, y cuando ya tenía medio coche enfilado hacia el bordillo, se me asoma por la ventanilla un señor de bigote pitillo, ese inconfundible bigote falangista del sindicato vertical, para comunicarme con voz recia que aquel hueco lo había visto él antes, y que ya me estaba largando de allí si no quería llevarme una mano de hostias. Y para apoyar el argumento, me contaba que una hija suya, parada allí tímidamente en la acera, estaba guardando el disputado sitio mientras él llegaba.

Si hubiera tenido reflejos le hubiera dicho que aquello era explotación infantil, penada por la ley. Pero para mí fue como ser taxista y escuchar a mi espalda "rápido, siga a ese coche", como en las viejas películas. Salté como un resorte. Al igual que el taxista, más de veinte años esperando que algún soplapollas de las llamadas fuerzas vivas me dijera, oiga usted, que no sabía con quién me estaba jugando los cuartos. Y de pronto se me aparecía en todo su esplendor. "Pues, si le digo la verdad, no tengo ni puta idea".

Una chulería, diréis, sin importancia en una sociedad democrática. Pero en aquellos años de podredumbre, donde el que tenía poder lo ejercía sin miramientos, cuando te podía asaltar un García-Calvo emboscado entre los coches, creo recordar que estuve un mes acojonado esperando la llamada de la policía a cualquier hora de la madrugada.

Lo triste de este caso que nos ocupa es que muy probablemente el joven del incidente ni se dio cuenta de quién era el pavo real que tan misteriosamente le amenazaba. ¡Qué pena! ¡Qué gustazo nos hubiéramos dado cualquiera de nosotros!

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Meditación para hoy: Se ha vuelto a abortar la ampliación de la ley del aborto. A Zapatero le han leído la cartilla ayer por la mañana los responsables del programa electoral de su partido con la consigna de que hay que conquistar el centro. Se pasarán, si ganan, otros cuatro años "debatiendo". El presidente aprovechó la jornada (se daba una copa de confraternización en la Moncloa con los periodistas, a la que estaba invitado) para regañar a los periodistas que, como yo, le acusan de estar preparando las maletas para mudarse al centro. Menos mal que no fui. Con lo tímido que soy.

 

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