Fuego amigo

El olor de chanel de santidad número cinco

El día 30, pasado mañana, nos vamos de manifestación a Madrid para defender a la familia cristiana. Al parecer está en peligro de extinción, porque, entre otras razones, la calidad del semen de los españoles ha bajado notablemente, inconveniente del que no se libran ni los bien alimentados supernumerarios de la secta del Opus Dei, el caladero tradicional de cultivo de hijos al servicio del Señor. Y para agravar la situación, los ateos socialistas han promulgado leyes que permiten a los homosexuales casarse entre sí sin tener que disimular con bodas amañadas para poder medrar, por ejemplo, en política y en los negocios.

Convoca la juerga mística la Iglesia católica, que precisamente mantiene la prohibición de que sus sacerdotes puedan formar la familia cristiana que reivindican en santa manifestación, de manera que sus hijos se llaman sobrinos, y sus esposas, criadas.

Parece un contrasentido, pero ellos ya están acostumbrados a convivir con estos dislates sin problemas de conciencia desde que predican que la madre de su dios es virgen, y que la piedra sobre la que se edificó su Iglesia de la verdad era la cabeza de un mentiroso y cobarde que negó a su dios tres veces antes de que cantara el gallo para salvar el pellejo.

En Madrid, entre tintineo de collares de perlas, lóden de cazador dominguero, sombreros tiroleses con pluma de oca, y sonotones y bastones último modelo, envuelto todo en olor de chanel de santidad número cinco, los obispos y demás clerigalla se gastarán parte del dinero que nos usurpan de los presupuestos generales del Estado para ponernos a parir de viva voz y por escrito en una marea de pancartas.

Benedicto XVI enviará vía satélite unas palabras a todos los congregados, desde su reino de juguete. Les dirá que hay que apoyar y fomentar la familia cristiana, pero no les confesará jamás las razones por las que se opone a que sus curas se casen (¡antes pederastas que casados!): porque las inmensas riquezas de la Iglesia, amasadas y acrecentadas durante siglos, no pueden ponerse en peligro tontamente con posibles disputas de herederos.

Me consta que el Benedicto ama mucho la institución de la familia, pero el negocio es el negocio, y no sería bueno para la prosperidad de la multinacional católica que los hijos y las esposas de los curas tuviesen derechos de herencia sobre ese río de dinero que fluye mansamente, como el Tíber, hacia los bancos del Vaticano.

 

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