Fuego amigo

Solidaridad con Perú

Esta mañana, apenas un día después del terremoto de Perú que asoló la ciudad de Pisco, me acerqué a dos bancos con los que trabajo regularmente y una caja de ahorros. Pregunté, como suelo hacer en casos de grandes catástrofes (hasta para la solidaridad necesitamos los seres humanos la presión mediática que nos empuje) si en alguna de las entidades bancarias se había abierto una cuenta de socorro a los damnificados. Debe ser cosa de las vacaciones, porque en los tres sitios me miraron con la cara de extrañeza reservada para los mileuristas que osan entrar a pedir un crédito. Nadie sabía nada.

A lo mejor también os ocurre a vosotros, pero en estos casos nunca sé muy bien qué hacer, como cuando alguien se cae delante de tus narices y empieza a sangrar, y te mira con esos ojos entre suplicantes y aturdidos, aunque generalmente el mayor aturdido eres tú. Lo único que se me ocurre, ante semejantes catástrofes, después de un buen rato de estupor viendo por televisión cómo lloran, sangran y mueren, es dar dinero, como el señor marqués del cuento que prefiere la caridad a la justicia porque las monedas tintinean al caer en el cacillo del mendigo. Bueno, yo no es que lo prefiera, es que no sé cómo hacerlo mejor.

La primera vez que hice una aportación en un caso semejante, hace de esto muchos años, me sentí en verdad el marqués que hacía sonar las monedas de su caridad. Yo no lo sabía, pero cuando el empleado del banco me preguntó si quería un recibo de la transacción para desgravar, le pedí que me lo repitiera. A ver, me lo repita. Para él se trataba, en primer lugar, de una transacción bancaria, como quien abre una libreta de ahorro a un jubilado. Y entonces se me vino a la imaginación la escena de un médico de urgencias tratando a un paciente accidentado mientras discute con el enfermero el pufo de Schuster y sus galácticos niños bonitos. Yo estaba allí, acojonado por la visión de los brazos y piernas que había visto asomar entre los escombros, y el funcionario me hablaba de los privilegios de la caridad, que hasta desgrava a Hacienda.

El caso es que tragedias como la de Perú, que superan las posibilidades de respuesta locales y que necesitan un rápido aporte de recursos y mayores reflejos por parte de la comunidad internacional, deberían tener prefijada una sección de la Administración, algo así como un fondo de provisión inmediata para las ONGs, donde encauzar la solidaridad, para aprovechar sobre todo los primeros impulsos solidarios, cuando la ciudadanía está todavía bajo lo efectos de las imágenes de la catástrofe y más predispuesta a colaborar.

No sé si es una tontería, pero a mí me ayudaría mucho a no sentirme un marqués cada vez que tengo que preguntar en un banco si alguien se ha acordado de abrir una cuenta solidaria.

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