Fuego amigo

La pasión y muerte del hijo del jefe

Alos niños de los Estados Unidos se les suele estimular su espíritu emprendedor con historias ejemplares de grandes triunfadores, de infancias infelices, que comenzaron sus días vendiendo periódicos o ejerciendo de limpiabotas en la calle. Aquí, en mi niñez, tenían mejor fortuna las historias de niñas que preferían entregar su alma al jesusito de mi vida antes que ser violadas, porque, al igual que en el Islam, todavía perduraba la idea machista de que en la violación quien más peca es la víctima, la violada es más culpable que el violador.

En el reino del capitalismo salvaje de hoy quizá la historia con más fortuna entre la clase dominante sea la del millonario que obliga a su hijo y heredero a comenzar desde los puestos más humildes de la empresa, para que pruebe en propia carne lo duro que es trabajar de obrero. De esta manera, los empleados alaban el buen talante democrático de su jefe y el buen ejemplo que ello supone para sus vidas.

Una historia parecida nos contaba el otro día el arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián, con la historieta del hijo del jefe del cielo que es enviado a la Tierra en misión especial de salvamento de la humanidad. Le obligan a sufrir martirio y morir en la cruz, "sin paliativos", porque entonces todavía no había nacido el doctor Montes. "Jesús no tuvo cuidados paliativos pero su muerte fue absolutamente digna porque la miró cara a cara, con confianza, porque la aceptó con amor, porque la vivió descansando en los brazos del Padre Celestial".

A fuerza de contar la misma historia a sus queridas beatas, año tras año, olvida el arzobispo emérito que el hijo del jefe, en el último momento, pretendió escaquearse, y llamó a su papá para suplicarle que lo sacara de allí. Fue cuando dijo aquello de "¡Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz". Y eso que, como decía el poeta, "la muerte es un ratito, no más", incomparable con la buena vida eterna que le esperaba después en la empresa de su padre, justito a su derecha (jamás a la izquierda), una vez pasado el mal trago del cáliz.

A mí se me ocurre que, ya que era el hijo de dios, podía salvarnos de manera más práctica, menos teatral, en lugar de protagonizar esa historia truculenta de sangre y violencia. Ya sé que está copiado de otras religiones, donde se sacrificaban a los dioses seres vivos, doncellas, corderos, niños, para aplacar no sé qué sed de sangre muy propia de los señores de los cielos. Pero a estas alturas de la civilización, es el método lo que no entiendo. Como los salvapatrias de ETA, que cíclicamente vienen también a salvarnos, pero buscando redimirnos con el terror y la muerte de sus vecinos, sin cuidados paliativos.

Al arzobispo Sebastián sigue pareciéndole un gran mérito que el hijo de su jefe haya tenido una pasión de una semana, cuando su maquinaria religiosa ha provocado a lo largo de la historia la pasión y muerte cien veces más cruel de miles y miles de torturados y asesinados en nombre de dios.

Para llegar a tener el alma contrita sólo tiene que recordar la historia infame de la Inquisición, o dirigir su mirada al holocausto nazi, que tanto tardó la Iglesia Católica en condenar, donde millones de cristos tuvieron, no una semana de tortura, sino años. O mirar hacia Abu Ghraib, por si le sirve de meditación para el sermón de la próxima Semana Santa. Muertos todos ellos sin cuidados paliativos, sin un Cireneo que ayudase a los torturados a llevar la cruz durante parte del trayecto, sin poder contar con la tranquilidad y la fuerza moral que proporciona ser el hijo del jefe.
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Meditación para hoy:
Andaba yo en estas meditaciones ayer domingo de resurrección, contento por que al fin lo del hijo del jefe hubiese sido una muerte de mentirijillas, gracias a dios, mientras hacía fotos a un pavo real en los jardines del palacio, también real, de Madrid. Viendo aquella cola majestuosa, instrumento del poder del macho para enamorar a su hembra en la parada nupcial, se me vinieron a la mente unas fotos de otro macho, el cardenal Cañizares, primado de España, que también utiliza su "Capa Magna" como elemento de seducción en sus paradas sacerdotales. Aquí os dejo lo que podríamos llamar

parecidos razonables.

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