Fuego amigo

Los juegos olímpicos y los derechos humanos

Los juegos olímpicos, más que un puro acontecimiento deportivo, sirvieron históricamente como manifestación religiosa y como elemento de cohesión de los pueblos, hasta el punto en que se detenían los conflictos guerreros en lo que dio en llamarse la "paz olímpica", casi siempre respetada.

Quizás anidase en la cabeza del barón de Coubertin, cuando los resucitó a finales del siglo XIX, la idea de que pudiesen servir de bálsamo al mundo convulso de su tiempo. Pero los juegos modernos no solo se mostraron incapaces de contagiar su paz olímpica, sino que fueron las grandes guerras las que interrumpieron la confraternización deportiva. El septiembre negro de 1972, en el que un grupo terrorista palestino secuestró a la delegación de atletas israelí, con el saldo de varios deportistas y secuestradores muertos, dio la voz de alarma de que un acontecimiento deportivo de esta magnitud podía ser el escaparate perfecto para obtener de inmediato la atención del mundo.

En las últimas décadas, los países llamados del mundo libre lo utilizaron como un negocio colosal por el que merece la pena invertir sumas fabulosas. Para las dictaduras, desde la ya histórica etapa nazi, los juegos han sido, y pretenden seguir siendo, una cuestión de prestigio, una forma de demostrar a la sociedad internacional de las bondades de sus putrefactos sistemas políticos.

Así ocurre en China 2008. Toda la maquinaria de la dictadura está volcada en la operación de imagen, sin duda vana, de demostrar que los derechos humanos, que a diario conculcan por todo su vasto territorio, no son estrictamente necesarios para llegar a ser un país moderno, capaz de organizar los juegos olímpicos más deslumbrantes.

Ya sé que la política es el arte de lo posible, y que los países, todos, tienen un comportamiento errático en sus relaciones internacionales, donde tan a menudo los principios han de ser sacrificados en el altar de los intereses, ya sean económicos o geoestratégicos. España, por no poner un ejemplo lejano, vive una doble moral con el pueblo saharaui, al que ha traicionado por la convivencia necesaria con un socio como Marruecos.

Claro que para expertos en doble moral los Estados Unidos de América, fuertes con el débil, zalameros con el fuerte. Irak era para ellos una dictadura que había que barrer de la faz de la Tierra, pero mantiene todo su apoyo al golpista Musharraf en Pakistán como un muro contra el islamismo radical. Y no digamos nada de su luna de miel con el supuesto régimen comunista chino.

Las dictaduras juegan con la ventaja de que en la organización de unos juegos olímpicos existen tantos intereses creados, la madeja empresarial abarca tantos sectores (casi tantos como el gran negocio de las guerras), que cualquier intento de boicot está condenado al fracaso. Mientras China levanta estadios de ensueño, continúa impunemente asesinando a los habitantes del Tibet ocupado ilícitamente e interpretando a su capricho los derechos humanos.

Sólo la voz de Sarkozy se atrevió ayer a insinuar una tímida amenaza de boicot. Quizá no se trate de nada más que de una escenificación de ese show permanente al que nos tiene acostumbrados el presidente francés. Pero aunque piense que todo sería inútil, ¡cómo me gustaría de ZP un gesto parecido!

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