Fuego amigo

Contra los trasvases, procesiones

El poder desgasta sobre todo a quien no lo tiene porque le sume en un incontrolable estado de ansiedad. No tanto porque lejos del poder su firma sea inservible para recalificar un terreno rústico en urbanizable, un pelotazo que podría ser un bálsamo para mitigar su padecimiento, sino por el papel antipático al que le relega el hecho de pertenecer a la maldita oposición.

Para gobernar vale cualquiera, como bien saben los norteamericanos. El mérito, de verdad, lo tienen los políticos de la oposición, porque, salvo excepciones románticas, como el caso de IU, sus simpatizantes les votan para que gobiernen, no para que ingresen directamente en la oposición.

Un papel, como digo, profundamente antipático porque cada éxito del gobierno significa su fracaso. Dicho de otro modo, la oposición se siente obligada, si no quiere que le llamen maricomplejines y epítetos más terribles, a que el país vaya mal; cuanto peor, mejor, pero no por maldad intrínseca (¡por dios! muchos de sus miembros pertenecen a sectas cristianas que predican el amor y la bondad) sino porque el mérito de la oposición y el valor de su gestión, por decirlo de alguna manera, van a ser medidos por lo mal que le vaya al pueblo ingrato que no quiso votarle mayoritariamente.

Si la economía va bien, si el paro desciende, la oposición calla. Por eso, aún en tiempos de bonanza, por más que a esa buena gente lo que le pide el cuerpo es celebrarlo alegremente con todos nosotros, por exigencias del guión debe hacer acopio de las más fúnebres predicciones apocalípticas y sembrar la zozobra entre los ciudadanos. No hay que tomárselo a mal, porque ese es su oficio, de la misma manera que dios creó la maldad para que exista el concepto de bondad. En ese ingrato papel que les ha tocado representar, sólo tienen que esperar a recoger la cosecha, que se invierta el ciclo económico, y puedan así recordarnos: "¡Si ya lo decíamos nosotros!"

Ocurre ahora con el agua, que ha pasado a ser un ingrediente imprescindible en la cocina de la alta política española para la próxima temporada primavera/verano, con la que la derecha piensa atizar el fantasma de la desunión entre territorios. Es lo que toca, hasta que llueva a raudales.

Cierto es que, conocidas sus influencias en el Cielo, podría rezar con todas sus fuerzas (que no son pocas) para que una lluvia mansa y persistente regara nuestros campos y ciudades hasta llenar los embalses. Esa sí que sería un agua bendita. Pero muy a su pesar, para que las cosas guarden un orden en el universo, se ha visto en la penosa obligación de advertir a su sección episcopal que ni se le pase por la imaginación la idea de sacar al santo en rogativa, como se hacía en otros tiempos. Sólo así, con esta especie de huelga de santos caídos, se explica esta desidia, esta dejadez de sus tres dioses para con sus sedientas criaturas.

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