Fuego amigo

Anasagasti planta fuego a la monarquía

Para incendiario, el blog de Iñaki Anasagasti, senador por el PNV, generalmente discreto -al menos últimamente- en sus apariciones públicas, pero de pluma explosiva, por lo que acabamos de ver. Entre otras flores ha llamado a los miembros de la familia real "pandilla de vagos", una familia "impresentable", según él. El escándalo que protagoniza desde hace 24 horas ha puesto sobre el tapete del juego político una pregunta que nos hacemos muchos desde el comienzo de la transición: ¿Para qué sirve un rey? O dicho de otra manera: ¿Qué legitima a un rey para ser rey vitalicio y dejar en herencia el cargo a sus hijos?

Históricamente, para que el pueblo no diese demasiado la coña con la preguntita, las monarquías buscaron desesperadamente una legitimación de su existencia en las religiones dominantes, tanto en occidente como en oriente, y los Papas, por ejemplo, vendieron caro este privilegio, otorgando carta de naturaleza a reyes llamados "católicos", emperadores de sacros imperios romanos y otros hallazgos reales, por no retrotraernos a la madre de todos ellos: el emperador Constantino que utilizó el poder de la Iglesia católica para construir su imperio y todo un sistema de represión implacable.

Lo que para el filósofo Hobbes, la justificación de la existencia de la monarquía absoluta provenía de un "contrato" natural entre los ciudadanos y el rey, ciudadanos que, por cierto no se podían echar para atrás, pues el contrato era irrevocable (santa Rita, lo que se da no se quita), para otros filósofos, como el francés Bossuet, la monarquía tenía un origen divino, sagrado, porque los reyes eran "ministros de dios en la Tierra". Atentar contra ellos, cualquier veleidad republicana constituía por sí misma un sacrilegio. Claro que este pollo murió a comienzos del XVIII, cuando los monarcas franceses recelaban de la estabilidad de sus reales pelucas y tanto necesitaban del apoyo de sus pensadores más preclaros.

Vosotros pensaréis que hoy en día resulta imposible que alguien piense que don Juan Carlos tiene una legitimación divina (aunque sí tiene un yate divino, el Bribón, el muy bribón). Pues estáis en un error. De la misma manera que, como le decía Blair a Aznar, un 4% de la población piensa que Elvis Presley está vivo, o que más del 50% de la población norteamericana cree todavía hoy que en Irak había armas de destrucción masiva, de esa misma manera, según una encuesta del CIS de hace tres años, todavía un 7,2% de los españoles cree que la monarquía es "una institución de origen divino".

Llegados a este punto debo deciros que, como buen ateo, creo en la imposibilidad de que un dios haya concedido la legitimidad del trono de España a un Borbón. Y más que en la inutilidad de los borbones, creo en la inutilidad de las monarquías. Inutilidad y una agresión a los sistemas democráticos modernos. Pero también aquí mi alma republicana debe hacer un alto en el camino y reconocer que el juancarlismo, una forma moderna de monarquía constitucional, se ha ganado el sueldo en momentos muy delicados para la vida española, y ha mostrado un comportamiento impecable en su trabajo de árbitro de los avatares políticos. Lo que no impide...

Lo que no impide que sacralicemos la institución monárquica hasta el punto de que no podamos debatir sobre la naturaleza del Estado en el que deseamos vivir en el siglo XXI, entre cuyas opciones está la de poder romper de común acuerdo el contrato que tanto deseaba amarrar el filósofo Bossuet, y proclamar la república con los votos de la mayoría. El debate tiene que situarse en un nivel intelectual y político, y no en el lenguaje de las tabernas, porque no hay que olvidar que la monarquía la hemos legitimado nosotros (y no ningún dios) en un referéndum. El pecado original de falta de legitimidad, por haber sido designado por Franco (el asesino, como bien nos recuerda Anasagasti), ha sido lavado por el bautismo de una Carta Magna votada mayoritariamente por sus conciudadanos, que no súbditos.

Creo que el lugar equivocado y las formas inadecuadas son los que han degradado el discurso de Anasagasti. No es el lugar, porque él sí tiene la representatividad institucional y los medios suficientes para plantear la cuestión públicamente, como bien saben hacer los de ERC o IU. Y por si fuera poco, creo que asunto de tanta enjundia un senador no debería solventarlo con tres o cuatro insultos, porque al perder las formas perdemos la razón y las razones.

Os dejo el toro bien cuadrado para que sigáis toreándolo vosotros.

Salud y república, hermanos.

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