Fuego amigo

La estupidez de la censura se repite como la morcilla

Hacía muchísimos años que no se secuestraba una publicación de gran tirada en España. Pero aunque sólo fuera por la experiencia adquirida, creo que tanto el Fiscal General del Estado como el Juez del Olmo, que puso en marcha la medida de caución, tienen la suficiente edad como para saber que un secuestro de esas características no corrige el problema sino que lo agrava, que excita la imaginación de quienes habrían ignorado olímpicamente la publicación. Elevaron un suceso local a dimensiones globales, gracias, entre otras cosas, a internet.

Como es necesario posicionarse en nuestra política de trincheras, quisiera ser transparente con vosotros. A mí no me gusta ese estilo de humor, del que no juzgo si es de buen o mal gusto, porque, al contrario de lo que dice el refrán, sobre gustos hay escritos millones de libros y ninguno de ellos se pone de acuerdo. Como a menudo se confunde el "gusto" con aderezos morales o políticos, vaya por delante mi confesión de que el de El Jueves no es el sentido del humor que me apasiona, como tampoco me gusta el pepinillo en la ensalada o la mayonesa de bote.

Tampoco sacralizo el derecho a la libertad de expresión para hacer apología, por ejemplo, de la violencia de género, de la ablación del clítoris, de la pederastia o para propagar la calumnia y la injuria como ha hecho alguno de nuestros contertulios conmigo, cuya IP, por cierto, guardo a buen recaudo. El meollo del problema es dilucidar el concepto de injuria, que en derecho suele descansar en el animus iniuriandi, o sea en la intención de injuriar por parte del reo, más que la injuria en sí misma, terreno mucho más resbaladizo y abstruso para un juez.

Es evidente que los de El Jueves lo que tenían en su cabeza era un animus iocandi, es decir, intención de bromear, como gente cachonda que es por oficio. En principio, cuando oí la noticia del secuestro pensé en el error inmenso de la Fiscalía. Pero me temo que detrás de ese mal paso pueden estar agazapadas "otras instancias", sean del gobierno o de la Casa Real, o, lo que es peor, sus capataces, los consejeros que buscan por todos los medios justificar su cargo y su sueldo.

Porque de lo contrario, estratégicamente no se comprende. Cuando un periódico danés de derechas y de tirada más bien escasa (Jyllands-Posten) publicó las famosas caricaturas de Mahoma, multiplicadas después en las páginas de otros periódicos ultracristianos y más de derechas, complacidos con la burla sobre el profeta del Islam, apenas hubiesen tenido más lectores que el círculo restringido de fieles si no hubiese sido por el efecto multiplicador del fundamentalismo islámico que movió en la sombra la protesta a nivel internacional.

Mi compañero de blog, Martínez Soler y yo sabemos mucho de eso porque lo sufrimos en nuestras propias carnes. Del año 71 al 73, la publicación en la que trabajábamos, Cambio 16, sufrió varios secuestros por parte del Ministerio de Información y Turismo. Incluso, como ya os contó JAMS, acabaron secuestrándole a él –y torturándole- elementos de la extrema derecha. Aquella pasión de secuestros fue haciendo cada vez más popular a una revista "para iniciados" (de Economía y Sociedad, rezaba el subtítulo), tan incómoda para el régimen franquista como de escasa tirada.

El secuestro de una publicación debe impedir la propagación de un delito, y creo que el dibujo de nuestros reales príncipes follando invade sólo los terrenos del gusto del que antes hablaba, pero no del delito. Y aquí es donde la fiscalía, o sus mentores, debieron haberse calzado unos zapatos de plomo, y haber sopesado el efecto multiplicador de internet.

Recuerdo aquel año de 1972 (creo), sin internet que llevarnos a la boca, en que Cambio 16 publicaba en portada la foto de una modelo "artísticamente desnuda", ya sabéis, tapándose el pecho con un brazo, sentada de escorzo sin enseñar nada más que un hermoso perfil (en aquellos tiempos de nacionalcatolicismo era poco menos que pornografía) por un motivo que en verdad no recuerdo ahora. El Ministerio inmediatamente paralizó su distribución. Desde ese momento se estableció una negociación kafkiana para ver cómo salvábamos la tirada. Y se llegó al acuerdo de colocar una señal de tráfico sobreimpresa sobre el espléndido culo de aquella moza. Se eligió para ello una tinta "de plata" que pasó sin problemas el nuevo filtro de censura. ¡Ah! Pero aquella tinta plateada, impresa sobre una portada que previamente estaba ocupada por tintas brillantes y resbaladizas, desaparecía con tan sólo rascarla con una uña. El número se agotó en dos o tres días. Fue nuestro primer gran éxito de ventas, gracias a la estupidez infinita de la censura.

Por eso creo que lo que han hecho la fiscalía y el juez, con su mal paso, ha sido enseñar el camino de un nuevo (viejo) sistema de propaganda para otras publicaciones.

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