Fuego amigo

Un examen psicológico a tiempo

La reciente muerte de un chaval, como consecuencia de la paliza que le propinaron tres porteros de una discoteca madrileña, ha actualizado el debate sobre quién vigila al vigilante, cuál ha de ser su preparación y conocimientos, y a quién la sociedad otorga licencia para matar. Ser cuarto DAN de kárate o poseer una masa muscular de ciento veinte kilos es como llevar un arma de fuego en la sobaquera, lista para disparar en cualquier momento. Si no tienes el suficiente autocontrol es como dejarle una pistola cargada a un niño.

En el caso de los karatekas, sus practicantes, además de poseer una técnica de defensa y ataque depurada, deben ser psicológicamente como el bambú, y su filosofía de vida implica conceptos como el honor, la justicia, la cortesía o la lealtad, virtudes que apenas se exigen en otros deportes. Pero, ningún noctámbulo diría que son virtudes que suelan adornar a los gorilas de discoteca.

Ante los recientes escándalos, algunas administraciones locales han anunciado que van a tener más cuidado en la vigilancia del vigilante, supervisar su preparación, y, sobre todo, hacerle pasar por un examen psicológico que demuestre su aptitud para gobernar con la cabeza, más que con los puños, las situaciones límite a las que se ha de enfrentar.

El otro día, cuando los Mossos d’Escuadra detuvieron a una jueza que conducía borracha (el doble del máximo alcohol permitido en sangre) por una carretera de Sant Cugat del Vallés (Barcelona), además de resistirse a pasar la prueba de alcoholemia amenazó a los agentes con que se verían las caras en su juzgado. Su juzgado. O sea, de su propiedad.

Una copa de más la puede tener cualquiera. Pero una copa de más en manos de un matón o de un juez puede ser un arma de fatales consecuencias. El Consejo General del Poder Judicial debería aplicarse el cuento para prevenir casos todavía peores, como el del juez Calamita, al que en estos días están juzgando por presunto prevaricador, y de cuya salud mental muchos dudamos desde hace tiempo. Un juez, en su escala de valores, tiene que administrar la fuerza bruta de un gorila de discoteca, no vaya a ser que una sentencia mal dada arruine la vida de quienes lo padecen.

Un gorila con antecedentes por actos violentos no debería estar guardando ninguna puerta. Un juez, con años de sentencias estrafalarias, hace tiempo que debería haber sufrido un examen psicológico más atento.

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