Memoria Pública

Paterna, el Terrer, el paredón… 1939-1956 (I)

Vicente Gabarda Ceballán

Muy cerca de la ciudad de Valencia, la capital del Levante feliz de los años de la guerra, se encuentra la localidad de Paterna, que si en la actualidad es una ciudad dormitorio de la cercana metrópoli, en la década de los años cuarenta era una pequeña población de unos 6.300 habitantes, en su mayoría dedicados a la agricultura, y muy ligados en lo social y en lo económico a la cercana capital; la presencia en su término municipal de un gran acuartelamiento militar y de una gran extensión de terreno destinado a las prácticas guerreras de sus soldados, hará que otro lazo, muy distinto, una a ambas durante años, unión manifiesta en el trasiego continuo de camiones militares desde la una hacia la otra, y que la marcará para siempre como Paterna, la de los terrenos militares, la del "Picadero", la del "Terrer" y, como no, la "del Paredón de España".

En esta localidad, en esos terrenos militares, se llevaron a cabo toda una serie de hechos luctuosos que han permanecido ocultos durante años, guardados en el recuerdo de algunos vecinos, en el de los familiares de los mas afectados y en algún tipo de documentación oficial. En su cementerio se recogieron, entre otras muertes violentas, los cadáveres resultado de la aplicación de la mayor parte de las ejecuciones sumarias dictadas por los tribunales militares de la ciudad de Valencia, desde el mismo momento del fin de la guerra hasta casi finalizada la década de los años cincuenta.

En la provincia de Valencia, aparte de las sentencias dictadas en la propia capital, con resultado de ejecución de pena de muerte se llevaron a cabo, además, en las localidades de Albaida (20), Ontinyent (13), Alberic (8), Alzira (198), Carlet (36), Ayora (10), Benaguacil (12), Lliria (111), Enguera (9), Gandia (63), Sueca (54), Godella (6), Picassent (4), Torrent (9), Requena (27), Utiel (29), Sagunt (35), Villar del Arzobispo (12), Xelva (25), Xàtiva (45) y Xiva (11).

Vistas aisladamente, salvo los casos de Lliria (111) y Alzira (198) pueden parecernos de una importancia numérica reducida frente al conjunto de las ejecuciones realizadas en el País Valenciano o en la propia provincia de Valencia después de la guerra civil. Pero incluso tomadas en su conjunto, esos 737 ejecutados, si numéricamente son ya algo a tener en cuenta (un 15,5 % del total de las ejecuciones del País Valenciano, y un 26 % de las ejecuciones realizadas en la provincia de Valencia), se quedan cortos frente a las 2.238 ejecuciones llevadas a cabo en las proximidades del cementerio de Paterna.

Y es que, en el caso de la provincia de Valencia, a diferencia de lo ocurrido en el resto del Estado, las sentencias dictadas en la capital de la provincia no se llevaron a cabo en la propia ciudad, ni en las tapias de su cementerio ni en los patios de sus cuarteles, sino que fueron aplicadas en Paterna y enterrados sus cuerpos en el cementerio municipal, de modo que, en su Registro Civil, los libros destinados a la inscripción de los fallecidos desde 1939 hasta el final de la década de los cincuenta son varias decenas frente a los tres o cuatro que abarcan tanto nacimientos como matrimonios. Las ejecuciones se alargaron en el tiempo no un año ni dos ni tres, sino hasta 1956, en que fue ejecutado un miembro del maquis por delitos referentes a la lejana guerra (en realidad, la última de las ejecuciones realizadas en este término, y al tiempo la última de las ejecuciones por un delito de carácter civil, ocurrió en enero de 1972, cuando fue pasado por las armas un soldado, Pedro Martínez Expósito, vecino de Beniopa (La Safor) acusado de haber asesinado a dos mujeres de su pueblo cuando, disfrutando de un permiso, se vio sorprendido por éstas mientras robaba en su domicilio).

Los primeros ejecutados en Paterna lo fueron el 2 de abril de 1939, domingo de Resurrección, apenas tres dias después de que las tropas del general Varela liberaran la ciudad sin resistencia alguna: 21 mandos y agentes del Servicio de Investigación Militar republicano (SIM); encerrados en la cárcel Modelo por las nuevas autoridades que se hiceron con el poder tras el golpe de Casado, el director de ésta, Tomás Ronda, los entregó al general Aranda a cambio de salvar su cuello. Entre ellos se encuentra Lorenzo Apellaniz, comisario jefe del SIM y de la checas.

A continuación, y tras el paréntesis del mes de abril en que se estaba poniendo en marcha el engranaje de la maquinaria represiva, de los tribunales y de sus sentencias, como resultado de la vorágine represora, del ansia de sangre vengativa, comienzan las sacas contínuas, a razón de tres o cuatro mensuales, y a razón de quince a treinta personas en cada una de ellas, aunque en ocasiones, como en noviembre de 1939 se realizaron siete de éstas, con un total de 318 condenados, ejecutándose en ocasiones a cincuenta personas en un mismo día; y así durante todo lo que quedaba del primer año de la victoria y los cuatro años siguientes, hasta 1943.

A partir de ese momento, ni el número de sacas ni el de condenados en cada una de ellas es tan numeroso, pero sin embargo tendrían un efecto coaccionador tal vez mayor que las primeras ejecuciones masivas, al tratarse de la prueba factible de que el dictador seguía ahí, de que su poder sobre la vida o la muerte era mayúsculo, y de que cualquier intento de oposición a su régimen estaba condenado al fracaso.

Las ejecuciones continúan así durante toda la década de los años cuarenta y muy buena parte de los años cincuenta, repitiéndose así cada vez todo el procedimiento del traslado del condenado o condenados al amanecer al cuartel de Paterna (y de ahí al Terrer) y disparos en el silencio de la madrugada, seguidos de otros, aislados, que indicaban a la población el número de personas que habían pasado a formar parte de la lista de víctimas del franquismo. Año tras año. Hasta noviembre de 1956 en que un pelotón de policías municipales según unas versiones, o nacionales según otras, pero al parecer uniformados de azul, ejecutaron a Doroteo Ibáñez Alconchel, maquis de la AGL, detenido meses antes y torturado antes de su ejecución. Un año antes lo había sido Atilano Quintero Morales, "El Manco de La Pesquera".

Paterna, julio 2011
Vicent Gabarda Cebellán
Doctor en Historia por la Universidad de Valencia

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