Memoria Pública

Solidaridad internacional en los 71 años de la liberación de Mauthausen

Por Rosa Torán, miembro de la Amical de Mauthausen y otros campos

Como viene siendo habitual, año tras año, hemos participado en los actos conmemorativos de la liberación del campo de Mauthausen y sus comandos, amparados bajo el lema "La solidaridad internacional" que ha regido en esta ocasión, a partir del acuerdo del Comité Internacional de Mauthausen, integrado por las representaciones de los deportados de los distintos países.

Nuestra expedición, salida desde distintos lugares de España y de variadas edades y condiciones, viajó con voluntad de devenir teselas en el mosaico que conforma la familia de la deportación, reunida anualmente en los escenarios de esclavitud y muerte, y que adquirió su momento culminante, el domingo 15 de mayo, en la appellplatz de Mauthausen, donde miles de personas acompañaron las delegaciones de los deportados de todos los países y de los colectivos que se sumaron a la conmemoración, escucharon el juramento del NUNCA MÁS en distintas lenguas y los discursos pronunciados por los representantes de Italia, Serbia y Ucrania.

Si bien los rastros de la conmemoración se desvanecen pronto y las flores depositadas en el sarcófago, que acoge los restos de muchos de los asesinados en aquel lugar, devienen mustias, el impacto emocional es duradero y permite acumular la fuerza de los sentimientos para culminar y proseguir una labor reflexiva. No hay que olvidar que Mauthausen fue el centro de una enorme red expandida por toda Austria, diseñada para convertir a los internados en esclavos hasta su muerte. El itinerario llevado a cabo por nuestra expedición a través de los lugares que transitaron los republicanos españoles es una escuela de aprendizaje intelectual y una vía de aproximación a las víctimas, a los verdugos y a los espectadores pasivos. Con un bagaje que nos brinde la oportunidad de discernir entre las fronteras del bien y del mal, se abren las posibilidades para vencer a éste y para no perder la confianza en el hombre, sea cual sea su nacionalidad, religión o medio social.

El recorrido permite una aproximación a la complejidad del universo concentracionario: la estación de Mauthausen, en pleno centro del pueblo, desde la cual los deportados recorrían los cinco kilómetros hasta el recinto, ante miradas o puertas cerradas; el monumento erigido frente a la casa de Anna Pointner –la granjera que escondió los negativos robados por los republicanos y que con su acción salvó de la ignominia total a sus convecinos-; el recorrido por los túneles de Ebensee, emblema de esclavismo y muerte, reflejados en los reportajes de las tropas americanas, a su entrada en el campo el 6 de mayo; la visita a Gusen, el denominado cementerio de los españoles, cuyo pequeño memorial se yergue en medio de una urbanización irrespetuosa e insultante para las víctimas; la entrada en las galerías subterráneas de Gusen II, exponentes del faraónico proyecto de fabricación armamentística Bergkristall; y la confrontación con el que fue escenario del asesinato de 35.000 personas –entre ellos 409 republicanos-, el castillo de Hartheim, uno de los centros de la mal llamada eutanasia. Amplio recorrido que abre caminos y que vigoriza, día tras día, las flores, especialmente en los jóvenes destinados a convertirse en adalides de su aprendizaje y en transmisores del mensaje que los supervivientes no han cejado de repetir.

Hombres y mujeres de buena voluntad llegados de toda Europa que, mientras sus fuerzas se lo permiten, montan guardia año tras año en Mauthausen, dispuestos a la palabra fraternal hacia aquellos que puedan ser su relevo. Actualmente quedan con vida unos 300 deportados, especialmente polacos e italianos, perdedores de su juventud pero que todavía dirigen cariñosas confidencias a los jóvenes que se les acercan. Y así fue como nuestros viajeros escucharon palabras de dolor y muerte, combinadas con el sentido del humor que otorga el paso del tiempo. Valga el ejemplo de un polaco que, en Gusen II, rememoraba la amistad que le unió al republicano Roberto y del cual aprendió algunas palabras en español, especialmente aquellas que éste repetía constantemente y que no eran otra cosa que lo que llamamos "tacos" ¡Gran lección de internacionalismo! Fueron momentos de compenetración afectiva que llenaron de contenido el lema aludido al principio del artículo.

El monumento a los republicanos, erigido en 1962 gracias a la subscripción popular de franceses y españoles, queda repleto de flores de muchos países, en homenaje a los primeros luchadores antifascistas en Europa, gesto de fraternidad que correspondemos a los franceses, por la acogida que brindó a los supervivientes republicanos en 1945, y a los judíos, entre cuyos deportados se encontraban miles de sefarditas y de brigadistas internacionales que lucharon por la República en tierras de España.

Cabe recordar que la solidaridad fraguada en los campos cobró para los deportados republicanos un significado especial, cuando se produjeron reencuentros con antiguos brigadistas, hecho que ayudó a tejer complicidades internacionales en las distintas formas de resistencia interna. Fueron lazos de solidaridad fraguados en los círculos antifascistas europeos y en la guerra de España y que prosiguió en los campos nazis, tal como expresa Nico Rost, autor de la obra recientemente traducida al castellano Goethe en Dachau: "Todos luchamos, trabajamos durante mucho tiempo por el objetivo común, por lo que no es de extrañar que nos encontremos en este y en otros Lager"

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