Merienda de medios

El banquero bueno

A los pobres, aun aquellos que, como relataba ayer magistralmente José Luis Alvite en La Razón, lo fueron "gracias a haber dispuesto ocasionalmente de los medios económicos que un hombre necesita para empobrecerse al contado", ha tenido que conmoverles el desprendimiento de Emilio Botín y su decisión de compensar con el 100% de su inversión inicial a sus clientes afectados por la estafa de Madoff, entre los que, a buen seguro, se encontraban albañiles, administrativos, soldadores, dependientes, conductores de autobús y teleoperadores de marketing.

De Botín se sabía que era un artista de las finanzas, aunque algunas de sus prácticas más intrépidas, como la de hacer titulares de fondos opacos a Hacienda a unos cuantos fallecidos, nunca fueron bien entendidas. Ahora se constata su pasión por el cliente. Fernando González Urbaneja destila algo parecido a la admiración al referirse a este asunto en Estrella Digital: "En el banco han evaluado el ‘riesgo reputacional’ que supone llamarse andana cuando una inversión sale mal o tropieza con un tramposo, un fraude (...) Pero un banco tan grande y tan expuesto en esta crisis como el Santander (...) no debía mirar a otro lado y lavarse las manos como Pilatos".

Idéntico entusiasmo manifiesta en su editorial el periódico del aguerrido Marhuenda, que no es hombre que se distinga por mostrarse débil con los poderosos: "Sólo aquellos que tienen sus balances saneados que no han incurrido en heterodoxas prácticas alejadas de la prudencia bancaria y se han mantenido fieles a sus trayectorias pueden tomar decisiones como la que tomó el Santander". Y ello, aunque como elogiosamente señala el ABC "jurídicamente no tenía obligación" de tomar esta "medida ejemplar que le distingue de otras entidades".

Botín no es de los banqueros que describe en El Mundo Raúl del Pozo, aquellos que "no prestaban dinero ni a su padre si era insolvente, pasaban en limusinas ahumadas, eran huraños en una vida alejada de los focos, con voluntad de anonimato". El cántabro es un mecenas, un moderno Cosme de Médici que regala mantos a la Virgen del Pilar con el llameante logotipo del banco, un hombre cuya imagen resplandece más allá de su abultada inversión publicitaria.

La lluvia y el paraguas

¿En qué estaba pensando el logroñés Ramírez para arremeter ayer en su diario contra esos bancos que compran activos a sus propios deudores "con la intención de reducir su morosidad y, de paso, hacer negocio en el futuro obteniendo plusvalías" y no alabar el rescate de estafados que Botín protagoniza? No es verdad que todos los banqueros presten paraguas cuando hace sol y lo exijan cuando llueve, que diría Mark Twain. Con Botín, la lluvia es pura maravilla y no sólo en Sevilla.

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