Cabeza de ratón

A partir un peñón

Crecí arrullado por patrióticos cantos alentados desde las entrañas del poder omnímodo que convocaba cada cierto tiempo, medido y calculado, a los españoles y a los españolitos para proclamar la inalienable españolidad del Peñón de Gibraltar, tan cierta como la existencia de Dios. No tardé muchos años en convertirme al ateísmo y al materialismo, a desconfiar de las verdades absolutas y en coincidir con  aquél doctor Johnson, británico por cierto, que decía que el patriotismo es el último refugio de los canallas, un refugio muy frecuentado y amueblado con toda clase de trastos polvorientos e inútiles con los que tropezar a menudo. La verdad es que Gibraltar, esa espinita clavada en el corazón de todos los españoles que dijera Azaña , no me dolía especialmente. Me dolía España, como a tantos, porque la España superlativa de entonces nos molía a "españazos" las espaldas, pero Gibraltar no me producía dolor alguno, ni siquiera un hormigueo en el cuerpo.

Entonces, ¿Usted no cree que Gibraltar es español? (Escucho como se rasgan las vestiduras los lectores patriotas). Lo siento, pero no: Gibraltar no es español, Gibraltar pertenece, pese a quien pese, al Imperio Británico como Ceuta y Melilla pertenecen a España, sin olvidarnos de la rabiosa españolidad de la Isla de Perejil. Poner en la misma balanza a Gibraltar con Ceuta y Melilla puede ser delito de lesa españolidad, o más bien un ejercicio de realismo incompatible con  el patriotismo. ¿Debería Gibraltar dejar de ser colonia británica y pasar a la Corona Española?. Pese a mi profundo desprecio por el colonialismo en todas sus formas, les diré que mi respuesta a la pregunta sería un descomprometido "depende". El mapa no es el territorio y la caprichosa geografía podría jugarnos muy malas pasadas si insistimos en darle más relevancia que la que tiene. Geográficamente el Peñón de Gibraltar es una excrecencia rocosa, una privilegiada atalaya y una posición estratégica que despide Europa y se asoma a África. Pero no me interesan mucho ni la orografía, ni las estrategias, creo que Gibraltar debería ser español, el día que los "llanitos" gibraltareños lo decidan así y convendrán conmigo que ese día no parece muy cercano y que se aleja cada vez que abre la boca nuestro ministro de Asuntos Exteriores que dice no estar dispuesto a pisar Gibraltar hasta que no ondee sobre el Peñón la banderita de España. Una visita incómoda que se ahorran los "llanitos" y una postura insólita para un ministro de Asuntos Exteriores un tanto peculiar, disfrazado de Ministro de la Guerra, aunque esta vez no llegará la sangre al Támesis, una vez más la cosa va de trampantojo, cortina de humo y salida por peteneras.

La minicrisis diplomática de Gibraltar en Agosto ha conseguido dos de  los objetivos que pretendían sus inductores, ocupar las cabeceras de los telediarios, sobre todo de los más adictos al gobierno y desviar la atención  de esa corrupción que en verano apesta especialmente y que se resiste a abandonarnos. La culpa es de Rajoy que trató de zanjar el "barcenazo" con una extemporánea comparecencia agosteña. La idea estaba clara. Ahora hablo y luego cierro la tienda hasta septiembre, a ver si para entonces se me ha ocurrido algo mejor.  Pero los ecos de su discurso siguen en el aire, aventados por sus enemigos que están por todas partes, algunos de ellos a su lado y en su contra. No salió bien la jugada y para no entrar al trapo, Rajoy se ha visto obligado a involucrarse en esta falsa crisis a darle la tabarra a Cameron y a mentirnos de nuevo aparentando una arrogancia que no mantuvo en su conversación con el premier británico.

Lamento que no hayan convocado entusiastas manifestaciones de adhesión como se hacía antes, pero les iba a costar una pasta reclutar adherentes y no está el horno ni para bollos, ni para nada, ya estamos muy quemados.

Más Noticias