O es pecado... o engorda

Quien con niños cocina...

Quien con niños cocina... con ellos se divierte. Ese es, sin duda, el primer efecto positivo de meter un niño entre fogones. Pero no el único.niña cocinando

Por suerte no hemos llegado –aún- a los niveles de los estadounidenses, que prácticamente han cambiado la vajilla por envases de cartón plastificado y que conocen al dedillo el nombre de los muchos platos preparados en restaurantes a cual más exótico pero tienen dificultades para hacer una tortilla. Este escenario ya no está tan lejano para nosotros.

Mientras no hay cocinero profesional ni cocinillas doméstico que no reconozca que el origen de su amor por la gastronomía está en la cocina de su madre, las cosas cada día se ponen más difíciles para ese aprendizaje tradicional: poco tiempo para cocinar a diario y muchas dificultades para coincidir siquiera en una comida al día.

El hecho es que mantener a un niño a distancia de la cocina tiene, por lo menos, dos consecuencias indeseables. La primera de ellas, es el absoluto desconocimiento que acaban sufriendo sobre algo tan esencial como la comida. Ya no es que no tengan muy claro el origen de los palitos de merluza o la composición de la hamburguesa, es que su vida está tan llena de saborizantes que no llegan a conocer el sabor real de las cosas. En sus meriendas puede haber mucho yogur de plátano o de fresa, pero poco contacto directo con la fuente del sabor. Puede ser incluso que ese sabor natural no les guste tanto.

La segunda consecuencia de considerar la cocina como terreno enemigo es prolongar durante años la infantilización del gusto. Entiendo que, por comodidad, los llamados menús infantiles de los restaurantes -y a menudo de nuestras casas- se reduzcan a los espaguetis boloñesa, al filetito empanado, las patatas fritas y poco más. Pero igual que a los bebés se les va introduciendo poco a poco en el mundo de las frutas o de las verduras, nunca es tarde para animar a los niños a abandonar el sempiterno dulzor del catchup y hacer que su paladar vaya madurando con el pimentón, el comino o el ajo.

Es curioso que los pequeños cocineros que se postulan para ser el mejor "mini-chef" de España en los concursos de televisión coincidan en decir que su afición se desarrolló en la cocina... de la abuela. No falla. Empezaron seguramente batiendo un huevo o enharinando –demasiado, seguramente- un frito. Y olieron el aroma de la salsa de tomate casera, lagrimearon con la cebolla y comprobaron que el olor a ajo se pega a los dedos.

Para quienes no tienen esa suerte, o para quienes quieren recordar esos momentos y nunca se han decidido a probar en solitario, Inés Ortega ha escrito "Bienvenidos a la cocina". Inés, desde luego, aprendió entre las faldas familiares. Su madre era la Simone Ortega de las "1080 recetas de cocina" que, por cierto, en España es el libro más vendido de la historia, por encima del Quijote o de  la Biblia, lo que ya dice bastante de la cultura hispánica y nuestro amor por la gastronomía.

El libro de Inés está destinado a niños y jóvenes e incluso a adultos que se enfrentan por primera vez al deseo o la necesidad de cocinar. Ella ejerce de madre, de abuela o de tía de los lectores y ofrece una iniciación a la cocina que incluye muchos consejos generales que los grandes recetarios suelen olvidar. Por ejemplo, qué es imprescindible, qué es necesario y qué es superfluo en una cocina. O como mantener la higiene. O como trabajar seguro entre fuegos y cuchillos. Sus indicaciones parecen obvias, pero no lo son a juzgar por la cantidad de accidentes domésticos que llegan a las urgencias: evitar la ropa holgada que puede hacer que nos enganchemos con los mangos de las sartenes y cacerolas, evitar que sobresalgan de la encimera, jamás echar agua sobre grasa caliente, tener siempre a mano manoplas para no quemarse o apartarse cuando un cuchillo cae y no intentar recogerlo en el aire. Prudencia, pero no miedo, incluso con los niños como pinches.

Inés Ortega considera que, bajo supervisión, tres años son suficientes para que un niño haga sus pinitos cocineros. Puede que empiecen simplemente untando la mantequilla en las tostadas del desayuno o endulzando el muesli. Después, este libro de recetas ofrece platos tentadores como brownies rápidos o cupcakes con forma de corazón. Ningún niño –ni adulto- puede resistirse a eso.

Lo bueno de este recetario para noveles es que, siendo sencillo, es muy preciso. No os preocupeis, no hay órdenes ambiguas ni inconcretas. Todo lo contrario. Y tampoco se queda en lo facilón: sus listados incluyen desde "Cenas de andar por casa", hasta platos para "Sorprender a la familia" e incluso ingredientes menos habituales como la quinoa, cuscús o la leche de coco.

Ya vereis como los niños, así, salen de la rutina del arroz con tomate. Aun a costa de dejar la cocina hecha un campo de batalla ya que me temo que, en los primeros días, va a ser inevitable. Pero no olvidemos que la cocina es una humilde pero eficaz fuente de felicidad: para quien enseña, para quien aprende y para quien la degusta.

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