O es pecado... o engorda

Momentos de felicidad en la cocina

Más que buscar, seguro que habeis encontrado momentos de felicidad cocinando. En ese sentido, la cocina es terapéutica. Hablo del hecho de cocinar, independientemente del resultado. Porque por muy fallido que resulte el plato que nos hemos empeñado en hacer, la experiencia de llegar hasta allí ya nos habrá aportado muchos beneficios. Cocinar, si no es por razones profesionales o si no nos desborda la responsabilidad, para muchos o para pocos, para la familia, la pareja o sólo para uno mismo, constituye un buen remedio contra la ansiedad y el estrés. Y, en general, puede ser muy gratificante. Estas son algunas de las razones...manos cocinando

* Cuando leo cosas sobre meditación, sobre atención y mindfulness, automáticamente pienso en la cocina. Allí se puede encontrar la máxima concentración, como si no hubiera nada más importante en ese momento y ese lugar que el acto de cortar las verduras, batir los huevos, enharinar los boquerones o aliñar la ensalada, buscando la mayor precisión.

* La cocina es un gran ejercicio sensorial, de todos los sentidos, no sólo el obvio. Hay una extraordinaria cata de sabores, de aromas, de texturas y hasta de colores mientras se ajustan todos los elementos que van a confluir en un plato.

* La comida tiene siempre un poder evocador. Hay sabores que nunca se nos han borrado de la memoria a lo largo de nuestra vida y es un placer intentar reconstruirlos, aunque nunca lleguemos a igualar las lentejas de la suegra o las croquetas de la madre. Quizá también consigamos nosotros dejar esa impronta en la memoria gustativa de nuestros comensales.

* Cocinar es un ejercicio de observación y paciencia: uno va aprendiendo a saber cuándo una cebolla está pochada o cuando una salsa ha alcanzado su punto. Y para ello, por más prisa que tengamos, hay que dar a cada cosa su ritmo y su tiempo.

* Hay infinidad de recetas, infinidad de formas de cocinar. Y eso supone que hay mucho lugar para la creatividad y para la imaginación ante un fogón. Siempre hay una especia que probar o una alternativa de cocción. Siempre se puede sustituir un ingrediente demasiado caro o demasiado extraño. A lo mejor descubrimos un arriesgado chef en nuestro interior.

* Un psicólogo diría que cocinar es un buen vehículo para la toma de decisiones por muy poco relevantes que parezcan. Al fin y al cabo, tarde o temprano llega ese momento crítico en que una salsa que se ha pegado, o en que el único huevo del frigorífico ha caído al suelo o nos falta la mantequilla exigida en mitad de la elaboración de una receta. Y tienes que buscar alternativas para salir de esta crisis doméstica.

* La cocina también llega a ser un ejercicio estético. Ya se sabe que comemos también con los ojos. El color de los ingredientes, las guarniciones y las salsas, las formas de servir o de emplatar enriquecen los sabores y las sensaciones.

* Es cierto que cocinar provoca cierta mejora de la autoestima, un sensación de logro personal. Seguro que todos recordais la primera vez que conseguisteis cocinar vuestro primer plato y hacer que supiera bien, la primera vez que dijisteis: "Lo he hecho yo". Lo bueno es que, en gastronomía, esa sensación se puede repetir hasta el infinito.

* Cocinar para los demás es un acto de amor. Repartimos placer, felicidad momentánea, seguramente fugaz pero no por ello menos real. Por eso una mesa acaba siendo un lugar de bienestar. No olvidemos que somos el país de las cálidas y afectuosas sobremesas.

* Si finalmente las cosas no han salido del todo bien, la cocina incluye un cierto aprendizaje sobre la frustración, la humildad y, en el mejor de los casos, sobre el hecho de que "sobre gustos no hay nada escrito". Hay que tener un poco de cintura incluso si topamos con algún tiquismiquis o algún crítico malintencionado. A lo mejor tiene razón y nos hemos pasado de sal...

Pero, sobre todo, la cocina es pura emoción. Hagamos un pato laqueado a la manera del emperador de China o un huevo frito.

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