Contracorriente

La amenaza real de la Flotilla de la Libertad

El violento ataque de Israel contra la Flotilla de la Libertad, que transportaba ayuda humanitaria a Gaza, ha escandalizado al mundo.

Secuestrar embarcaciones en aguas internacionales y asesinar pasajeros es, por supuesto, un crimen grave.
Pero el crimen no es algo nuevo. Durante décadas, Israel ha estado secuestrando embarcaciones entre Chipre y Líbano, y matando y secuestrando pasajeros, a veces reteniéndolos como rehenes en prisiones israelíes.

Israel da por sentado que puede cometer impunemente estos crímenes porque Estados Unidos los tolera, y Europa, generalmente, sigue el ejemplo de EEUU.

Como observaron correctamente los editores de The Guardian el 1 de junio: "Si un grupo armado de piratas somalíes armados hubiera abordado ayer seis embarcaciones en alta mar, matado a cuando menos diez pasajeros y lesionado a muchos más, una fuerza de trabajo de la OTAN ya estaría encaminada hoy a la costa somalí".

En este caso, el tratado de la OTAN obliga a sus miembros a acudir a la ayuda de un país miembro de la OTAN –Turquía– atacado en alta mar.

El pretexto de Israel para el ataque fue que la Flotilla de la Libertad estaba llevando materiales que Hamás podría utilizar para disparar cohetes contra Israel.

El pretexto no es creíble. Una razón suficiente es que Israel puede poner fin a la amenaza de los cohetes por medios pacíficos.

Los antecedentes son importantes. Hamás fue identificado como una importante amenaza terrorista cuando triunfó en las elecciones libres celebradas en febrero de 2006. Estados Unidos e Israel incrementaron bruscamente su castigo a los palestinos, ahora por el crimen de votar de forma equivocada.

El sitio de Gaza, incluyendo un bloqueo naval, fue un resultado de esa estrategia. El sitio de Gaza se intensificó marcadamente en 2007, después de que una pequeña guerra civil dejó a Hamás el control del territorio.

Lo que comúnmente ha sido descrito como un golpe militar de Hamás, fue, de hecho, incitado por EEUU e Israel, en un crudo intento de anular las elecciones que llevaron a Hamás al poder.

Esto ha sido del dominio público desde por lo menos abril de 2008, cuando David Rose informó en Vanity Fair de que el entonces presidente de EEUU, George W. Bush; su asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, y el segundo de esta, Elliott Abrams, "apoyaron a una fuerza armada bajo las órdenes del hombre fuerte de Fatah, Muhammad Dahlan, encendiendo un cruenta guerra civil en Gaza y dejando a Hamás más fuerte que nunca".

El terrorismo de Hamás incluyó el lanzamiento de cohetes contra los pueblos israelíes cercanos –acto criminal, sin duda, pero sólo una diminuta fracción de los crímenes rutinarios de EEUU e Israel en Gaza–.

En junio de 2008, Israel y Hamás llegaron a un acuerdo de alto el fuego. El Gobierno israelí reconoce oficialmente que, hasta que Israel violó el acuerdo el 4 de noviembre de ese año al invadir a Gaza y matar a media docena de activistas de Hamás, esta no disparó un solo cohete.

Hamás ofreció reanudar el alto el fuego. El Gabinete israelí analizó la oferta y la rechazó, prefiriendo lanzar su asesina invasión de Gaza el 27 de diciembre.

Como otros estados, Israel tiene el derecho de defenderse. Pero ¿tenía el derecho de emplear la fuerza en Gaza en nombre de la autodefensa?

La ley internacional, incluyendo la Carta de la ONU, es inequívoca: una nación tiene tal derecho sólo si ha agotado los medios pacíficos. En este caso, la utilización de tales medios no fue siquiera intentada, aunque –o quizá porque– existían todas las razones posibles para que tuvieran éxito.

Así, la invasión fue pura agresión criminal y lo mismo puede decirse de que los israelíes hayan recurrido a la fuerza contra la flotilla.

El sitio es salvaje, diseñado para mantener apenas vivos a los animales enjaulados para esquivar las protestas internacionales, pero difícilmente más que eso. Es la última etapa de planes israelíes trazados hace tiempo y apoyados por Estados Unidos para separar Gaza de Cisjordania.

La periodista israelí Amira Hass, una destacada especialista en Gaza, describe la historia del proceso de separación: "Las restricciones sobre el movimiento palestino que Israel introdujo en enero de 1991 revirtieron un proceso iniciado en junio de 1967. En ese entonces y por vez primera desde 1948, una gran parte del pueblo palestino vivió nuevamente en el territorio abierto de un solo país –uno, por cierto, que estaba ocupado, pero era sin embargo entero–".

Hass concluye: "La separación total de la Franja de Gaza de Cisjordania es uno de los logros más grandes de la política israelí, cuyo objetivo último es impedir una solución basada en decisiones y acuerdos internacionales y, en lugar de eso, dictar un acuerdo basado en la superioridad militar israelí".

La Flotilla de la Libertad desafió esa política y, por tanto, debía ser destruida.

Ha existido un marco para solucionar el conflicto árabe-israelí desde 1976, cuando los estados árabes introdujeron una resolución en el Consejo de Seguridad que planteaba un tratado basado en dos estados en las fronteras internacionales, incluyendo todas las garantías de seguridad de la Resolución 242 de la ONU, adoptada después de la guerra de junio de 1967.

Los principios esenciales cuentan con el apoyo de prácticamente todo el mundo, incluyendo la Liga Árabe, la Organización de Estados Islámicos (incluyendo Irán) y actores relevantes que no son estados, entre ellos Hamás.

Pero EEUU e Israel han encabezado el rechazo a tal acuerdo durante tres décadas, con una excepción crucial y altamente informativa. En su último mes en el cargo de presidente de EEUU, en enero de 2001, Bill Clinton inició negociaciones israelo-palestinas en Taba (Egipto) que casi alcanzaron un acuerdo, según anunciaron los participantes, antes de que Israel pusiera fin a las negociaciones.

Hoy persiste el cruel legado de una paz fallida.

La ley internacional no puede ser aplicada contra estados poderosos, salvo por sus propios ciudadanos. Eso siempre es una tarea difícil, particularmente cuando opiniones bien articuladas declaran que el crimen es legítimo, ya sea de manera explícita o mediante una argumentación que parta de la adopción tácita de un marco criminal –lo cual es más malicioso, porque hace invisible el crimen–.

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