No le digas a mis padres que estoy en...

El desierto de Al Qaeda

No he visto muchos desiertos en mi vida. Pero éste es el más vasto, hostil y vacío que me encontrado nunca. Dicen que está lleno de escorpiones y serpientes enterrados bajo la arena, al acecho. Pero los realmente peligrosos son los escorpiones negros, esos que sobreviven únicamente en el desierto profundo, allá donde nadie lo hace. Su veneno es tan puro que no hay cura posible: la muerte es instantánea.

El desierto del Sahel no tiene dunas en la región de Gao y kidal. Tiene vegetación baja, árboles secos, preciosas siluetas con atardeceres gigantes. Los tuareg son gente de mirada profunda, anchos trajes coloridos e incluso eléctricos. Los jinetes nos observan desde sus elegantes camellos blancos, con mirada altiva y desconfiada. Somos los dos únicos extranjeros en un festival de los pueblos nómadas en el norte de Mali, a unos 100 km de Gao. Tras las alocuciones pertinentes, los guerreros inician sus espectaculares danzas. Tres puestos militares vigilan en los alrededores, atentos. Insuficientes.

El juego de miradas es intermitente, pero intenso. No se miran entre sí con descontento, sino falsa cortesía. Nadie confía en nadie en este recóndito lugar del planeta, repleto de bandidos de todos los colores y precios. Drogas, personas, extranjeros, todo se convierte en mercancía cuando el hambre y el sol aprietan. No nos podemos quedar mucho tiempo porque nos obligan a movernos con escolta por carretera, por medidas de seguridad. Para los malienses la amenaza de los secuestros de Al Qaeda no existe. Para nosotros son esos escorpiones negros del desierto profundo. Letales e invisibles, nadie los ve.

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