Extraños Delincuentes

El narco que perdió poder adquisitivo

Acabar entre rejas tiene un problema evidente para quien lo sufre: se pierde mucha libertad por muy grande que sea el patio de la prisión donde uno esté encarcelado. Pero no sólo. También hay delincuentes que pierden algo más. O mejor dicho, bastante más. Algunos dicen adiós a su poder adquisitivo y pasan de gastar a manos llenas mientras están en la calle a tener que conformarse con pagarse un cafetito en el economato de la cárcel y gracias. Es lo que le ha pasado a Nicolás Rivera Gámez, un ciudadano mexicanos al que el Grupo 42 de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía detuvo el pasado mes de septiembre acusado de ser el capo de la mayor red de tráfico de droga a gran escala que operaba en España. Según los primeros cálculos de los agentes, Nicolás gastaba una media de 12.000 euros o más al día. Ahora, las normas internas de prisión le permiten gastarse 80 euros... a la semana.

Durante su recién perdida libertad, el presunto narcotraficante tenía alquilados en España cinco viviendas de lujo, entre ellas un chalé en una exclusiva zona de Madrid cuyos precios sólo están al alcance de megaestrellas del fútbol como Cristiano Ronaldo y José Mourinho. Calculan que sólo en el hospedaje gastaba más de 40.000 euros mensuales. Además, tenía a su disposición un parque móvil que haría palidecer de envidia al mismísimo Fernando Alonso: 18 coches, entre ellos un Rolls Royce, un par de Ferraris, otros tantos Maserati y varios Porsches. Sin olvidar tres motos Harley Davidson. Y todo ello pagado a tocateja, es decir, billete sobre billete. De hecho, la Policía encontró en el maletero de uno de sus lujosos vehículos una maleta con más de un millón de euros en billetes de todos los valores. Para los gastos del día a día, se supone.

El narco que perdió poder adquisitivo

Con ese poderío económico, Nicolás Rivera tenía también un nutrido servicio doméstico que incluía un par de chóferes que, entre otras cosas, se encargaban de llevarle a comer a diario a restaurantes de lujo de la capital. Eso sí, una vez al día prescindía de sus servicios y se ponía  en persona al volante de uno de sus automóviles para llevarlo a un lavadero cercano para que lo dejasen más limpio que la patena. Esta afición a la limpieza y a presumir le valió ser conocido por los empleados de la urbanización donde vivía como ‘el mexicano de los coches’. Y en el lavadero donde acudía, como el mayor benefactor de sus trabajadores, a los que dejaba siempre propinas que superaban con mucho el importe del servicio que le habían prestado.

Ahora, sin embargo, el presunto narco ni viaja en coche de lujo, ni come en restaurantes de cinco tenedores ni puede gastar tanto en alquilar chalés de lujo. El hospedaje y el rancho de la prisión le salen gratis. Para moverse por los módulos de la cárcel no necesita tampoco vehículos de motor. Y para un café, comprar un paquete de tabaco o invitar a sus nuevos vecinos con 80 euros a la semana tiene de sobra. Es lo bueno de la vida en prisión. Aunque pierdas poder adquisitivo, no te mueres de hambre ni te falta un techo. ¿La libertad? No se puede tener todo, ‘güey’.

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