Otras miradas

Estrategias represivas de las derechas (1). Transición 'reload': no hay puntada sin hilo

María García Yeregui
Profesora de Historia e investigadora en ciencias sociales

A lo largo de estos últimos seis meses, podemos constatar, tanto en el caso argentino como en el español, estrategias represivas y de disciplina social que diseñan las derechas en el poder a medio plazo. Pero, una vez más pensando en la sucesión acumulada de pasados, cercanos y lejanos en el tiempo, o sea, como siempre, nos encontramos ante hechos cuyo impacto violento pueden obturar la percepción de los mismos como piezas que conforman una estrategia de plan represivo calculado en la media duración.

Pensamos, por tanto, en un plan pensado con anterioridad para un fin, o varios, que cuenta con capacidad de adaptación. Aunque la adaptación parezca, a priori, algo antitético a las formas de actuar de sendos gobiernos. Desde posiciones antagónicas tendemos a infravalorar la relación que con la adaptación mantienen las derechas, ya a estas alturas de la historia del desarrollo capitalista, liberales, eso sí, siempre con acompañamientos neofascistas, como casi siempre en la historia, por otra parte. Craso error que no es sólo consecuencia de nuestras tradiciones identitarias y de la simpleza posmoderna del contenido de las palabras en el mercado lingüístico que, casi todo ser viviente, consume a diario; sino que es de fácil reproducción frente a la coherencia represiva de la intransigencia que presentan -no sólo la de las armas de las policías militarizadas, o no, sino dentro del combate argumentativo y, de paso, el simbólico-, por un lado, y de la chapuceras salidas de derroteros puntuales, por otro.

El caso es que se trata de una adaptación sin connotación alguna de estar, por adaptable, sujeta a ningún cambio de rumbo que haga perder el objetivo marcado, al menos en cuanto a disciplinamiento social. Es decir, sin reducción alguna de una cantidad de violencia anclada en un mínimo fijo. Lo que sí puede hacer es incrementarse pero nunca reducirse de sus "mínimos", conocidos por los que deciden su implementación y por los que la ejercen (más allá del subidón macabro del momento). La razón es simple: dicha violencia está asumida como la violencia necesaria para lo que se quiere conseguir. Y, además, conlleva en sí misma consecuencias también vistas como "necesarias", en sentido de deseables. Consecuencias muy practicadas y estudiadas a estas alturas de la película de la humanidad.

Por tanto, el incremento de la ‘violencia necesaria’, para ellos, siempre estará vinculado a la coyuntura social y política. Unas coyunturas que han de transformar parcialmente, y están dispuestos a hacerlo, en un juego en el que, a la vez que se dan esos cambios, o más bien, a través de esos cambios, se profundizan las herencias sociales que hacen posible la posición de poder político que tienen hoy estas fuerzas partidarias y -oh, sorpresa- de clase. Vamos, el juego dialéctico de la transformación parcial para la continuidad total: ponle a Gramsci o a Lampedusa explicando la unificación italiana y apañao. O sea, tienen que cambiar parte de la situación social y política para que la estructura de poder y las formas que posibilitan la relación de fuerzas actual, a nivel general, que los tiene a ellos en la cúpula del cotarro, siga igual, a nivel del estado-nación y, a partir del imperialismo y, después, con la globalización, a nivel internacional. Es decir, que con sus intervenciones se certifica que sigan en sus posiciones la mayoría de los protagonistas beneficiarios.

A este hecho, que la violencia crecerá si sus futuras víctimas son y se muestran más fuertes de lo aceptable, según los estándares de los que tienen la sartén por el mango –una sartén llamada, nada más y nada menos, que Estado moderno-, se amarran los relatos dominantes que afrontan y explican diversas encrucijadas históricas a lo largo del tiempo y por todo el mundo. Unos relatos hegemónicos, de diversos estilos y con fuertes variantes, que tienen un constante denominador común -lo diga un hipster, uno con chaqueta de pana, con un bombo, presentando un programa de LaSexta o con la mano alzada en saludo fascista: las profundas diferencias de cada sujeto mentado y los relatos en circulación, coinciden, sin embargo, en culpar siempre a los sujetos colectivos, que ponen en cuestión "su" gobernanza –su sistema de gobierno, de familia o de modo de producción-, de la ‘violencia necesaria para ese orden’. Así, los sujetos colectivos son los culpables, la causa última, de toda violencia represiva contra ellos mismos o contra masas más amplias de población, en momentos puntuales, es decir, con movilización masiva (y no tan masiva, también); porque el resto del tiempo, en 'su' paz, las violencias constantes pasan desapercibidas o sirven para shocks esporádicos que venden los medios de comunicación, porque los que las sufren no consiguen ser "protagonistas reales" en esta sociedad de la imagen.

En realidad son señalados como culpables aquellos que ponen en cuestión la forma en la que les gustaría gobernar a los de siempre, y a los nuevos de siempre también; ya no el gobierno en sí ni sus protas, tan sólo la forma. No sólo con hegemonía mundial, sino a toque de corneta: es la presencia potente en sus inconscientes de un viejo pasado perdido, transformado en sueño utópico, que empuja sus historias, y por tanto las nuestras, de cuando no tenían que innovar tan rápido ni tener tanta estrategia que pensar y aplicar, porque alguno de los suyos, predecesores, se habían encargado de hacer tal barrida, es decir, tal eliminación sistemática de una parte de la sociedad, cualquiera fuese las características de la misma, que el sistema de control tenía tan fuertes y tantos dispositivos de coerción que la cotidianidad del día a día era un paseíllo militar de relax para sus señorías.

Sin embargo, hoy, y en diferentes momentos de la historia mucho más, necesitan generar el ‘desorden’ suficiente para afrontar que el ejercicio de su dominio se topa con obstáculos y han de usar la sensación de descontrol más típicamente contrarevolucionaria, para azuzar a los acólitos de esas comunidades imaginadas, esparcidos en todas las esferas de la vida social, para mantener el orden del siempre problemático marco nacional y de la siempre injusta sociedad de dominación capitalista en la que, por cierto, vivimos. "Hay desorden por culpa de otros, de los sediciosos, subversivos, terroristas, salvajes, brujas, ayudad a los vuestros que reponemos la cordura echando hostias y, lo que sería poder dejar la casa como una patena... en su defecto, la dejaremos en orden".

Me estoy refiriendo, por supuesto, a la Operación Anubis, a los juicios por secesión, a la represión policial del 1O, a la cancelación de la autonomía política y económica de Cataluña y, penúltima hora, la amenaza y posibilidad de la aplicación del artículo 155 de la Constitución del 78, en caso de que el govern de la Generalitat no renuncie a todo referéndum de autodeterminación, sea el reprimido pero no impedido, o cualquiera otro que se plantee en el futuro, da igual cómo. Es decir, aunque y, precisamente, por si el independentismo creciera en las próximas elecciones autonómicas y llegara a tener una mayoría porcentual de población a favor de la independencia catalana.

La representación política de la fracción de las burguesías catalanas recientemente independentista no ha conseguido la mediación internacional buscada con el 1O. Es decir,  la representación política de burguesías catalanas –pequeñas, medianas, menos medianas y algunas menos pequeñas- que habían optado por el independentismo -con millones de personas de clases medias, trabajadores y precarizados, acompañando y votando, obvio: con el sufragio universal y la complejidad de las identidades políticas de esta sociedad global y local, no se pone en cuestión que el voto sea de sectores diversos, faltaría más, con mayor razón en contextos de nacionalismo centrífugo y con una historia y realidades como las catalanas; pero esto no debería ponernos en cuestión que hay representaciones políticas de clases propietarias, pongámosle el nombre clásico de burguesía, ahora que lo vintage es cool-, como decíamos, no han conseguido la suficiente internacionalización del conflicto como para una mediación exterior, tal y como buscaban y necesitaban para plantearse,  entonces sí, la "desconexión". Algo, por cierto, que se les olvidó avisar antes del domingo del referéndum. Y, vualá, otra vez más en la historia, el pueblo interpelado –bueno, para todo "español de bien", es decir, "como Dios manda", turbas y muchedumbres acosadoras- pone el cuerpo en la calle, y las representaciones políticas de las burguesías que tienen la presidencia de turno, marcan el límite de lo posible, fundamentalmente, no lo duden, por favor, que estamos ya muy mayores, en función de su propia posición y no por amor a la humanidad, la paz o el poble.

Pues bien, sin independencia catalana y con la presión del Estado redoblado, ¿en qué escenario socio-político está pensando la derecha "unionista" española? Adivina, adivinanza... violencias planificadas en el medio plazo hasta transformar las relaciones sociales que sostienen y nutren unas bases sociales y un tejido social organizado todavía de cierta potencia, el catalán. En un marco de escalada de control sobre el territorio, señalado por muchísima gente como análisis del 1O, aunque defendido menos masivamente de lo necesario para lo que nos jugamos: marcará un punto de inflexión en una continua avanzada contra las libertades civiles y políticas.

El desembarco policial y picoleto para hacer lo que siempre hacen las fuerzas de choque del monopolio de la violencia del Estado, no fue eficaz a simple vista: el Gobierno y el Estado infravaloraron la autonomía del gobierno catalán puntualmente sobre sus cuerpos coercitivos, los Mossos. ¿Fue exceso de confianza o que les interesa una "victoria" más "aplastante" en Cataluña y, por supuesto, de cara al resto del Estado al que están apostando sin rubor?

Estamos ante una estrategia represiva anclada en el marco ya construido de ataque a las libertades civiles y políticas conquistadas, se ha dicha por activa y por pasiva. Pero, de cara al medio plazo, seguimos profundizando en el escenario de poder implementar de forma contundente algo más, estamos hablando de la aplicación paulatina de lo que G. Agamben menta conceptualmente como "estado de excepción". No olvidemos el progreso vivido a partir de la noventera Ley Corcuera, los años 2000 mirando a Euskadi, y con acojonantes puntos de inflexión en los últimos años de ajuste en cuanto a la persecución penal de libertades: la llamada ley mordaza y la reforma del código penal, las leyes antiterroristas -que fueron acompañadas en la práctica de operaciones policiales contra el movimiento libertario, faltaría más. Esta ancla multiplicada en lo penal, cuenta con base en trabajos de inteligencia de larga data que verían su utilidad en este marco, en esta "ventana de oportunidad" para el ejercicio de "su violencia necesaria".

Aviso para los navegantes con alianzas tácticas, si Emmanuel Rodríguez tiene razón y la cosa va de debilidades (no iguales) entre contrincantes, y así sigue pareciendo, los hipotéticos pactos que se pudieran dar para el ejercicio del derecho de autodeterminación repetirían los límites de alianzas con las representaciones partidarias de la burguesía y la clase media de prosa romántico-heroica pero de espíritu reformista, progre, "lo cursi reaccionario", en palabras de Guillem Martínez. Cuidado, pues, para el que se queda en el tejido social y en los movimientos sociales y políticos, con aquellos que abandonan el barco para lo que no les compete, después de poner el cuerpo, heroicamente, eso sí, sólo un ratico. Un viejo conocido de la historia de las revoluciones e independencias burguesas, ¡ese siglo XIX!

Pero el espectáculo que acompaña a la disciplina nos habla, de nuevo, de la capacidad de adaptación y la necesidad de innovación, aunque se repetida, en las jugadas de los actores del régimen: ya tenemos aquí una Restauración como un Borbón manda, Felipe VI ya tiene bien completa su "transición reload": el PSOE, el partido del régimen del 78, va a controlar, junto al PP, la reforma constitucional, sin proceso constituyente, faltaría más, mientras el partido que tenía como objetivo el proceso constituyente para una ruptura con el régimen del 78 en crisis -esa república-, dadas las circunstancias, no pueden dejar de decir ni un segundo "diálogo", "pacto", "acuerdo"... ¡A qué carajo me recuerda! Trabajo de psicoanálisis. Más bien, ¡ironías de la vida y de la historia!

Y es que, como apunta un estudioso de Gramsci, "las clases dominantes no pueden continuar gobernando sólo conservando lo existente, sino que deben hacerse promotoras de innovación. Los contenidos de la innovación correspoden, en parte, a las exigencias de las "masas populares" (...) pero la impronta al "progreso" la dan las viejas clases dominantes que, de esta forma, innovan la forma de su dominio" (Vacca). Quien dice innovar, dice darle de nuevo a la misma manivela para controlarla bien, porque la cosa del atado y bien atado, es no dar puntada sin hilo.

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