Otras miradas

Respuesta a Lidia Falcón

Jordi Angusto

Economista

Jordi Angusto
Economista

Respuesta a Lidia Falcón

A raíz de mi intervención en La Sexta noche del pasado 28 de octubre, Lidia Falcón publicó en estas páginas una interpelación que agradezco, puesto que me permite afinar unos argumentos difíciles de expresar en una dinámica televisiva de amplia audiencia. Quise explicar entonces que los mecanismos de transferencias fiscales entre regiones más y menos ricas congelan cuando no acrecientan sus disparidades, en lugar de disminuirlas como supuestamente pretenden. Además, en ningún caso suponen una transferencia de los más a los menos ricos sino un perjuicio para los menos favorecidos de ambas regiones, la contribuyente y la receptora; en la primera, privándolos de protección social y, en la segunda, aumentado el paro.

Para comprobar que congelan las disparidades solo hace falta ver qué pasa en Italia, donde se aplica un mecanismo similar y nos encontramos con un Sur permanentemente atrasado en relación a un Norte más desarrollado. También podemos comprobar qué ha pasado en España desde la restauración democrática. En lugar de un reequilibrio territorial, con las regiones receptoras de transferencias aumentando su peso económico en relación con las donantes, Cataluña ha mantenido su peso en el PIB nacional y Madrid lo ha aumentado en un 26%, a costa del resto de CCAA’s que han perdido peso económico. Por tanto, mayor concentración y disparidad, en lugar de una mayor convergencia.

Para entender por qué ocurre acaso sirva ver qué ha pasado con la política de cohesión de la UE, también llamada a disminuir las disparidades regionales. Fijémonos que los mayores receptores de fondos de cohesión, antes de la ampliación al Este, fueron Portugal, Irlanda, Grecia y España; precisamente los cuatro países que luego hubieron de ser rescatados. ¿Por tontos y malgastadores, como se nos acusa desde el Norte europeo? No lo creo o, en todo caso, no solo por eso. Recibir mucho dinero hizo aumentar la demanda interna y con ello los precios, que, al no poder ajustarse mediante devaluación monetaria, supusieron una perdida de competitividad que dio lugar a un déficit comercial recurrente y a la emergencia de una deuda exterior colosal. ¿Podía haberse evitado? En teoría, si los fondos se hubieran destinado todos ellos a inversión, y ésta hubiera facilitado un aumento de productividad similar al de los precios, la competitividad se habría mantenido y habría tenido lugar la deseada convergencia.

Por tanto, parte de culpa sí tenemos; la de caer en la tentación de lo más fácil y haber empleado el dinero en consumo, aunque este fuera un consumo duradero como lo es la vivienda, en lugar de hacerlo en inversión productiva. Que es precisamente lo que ocurre con la mayor parte de las transferencias fiscales inter-regionales: que financian mucho más gasto corriente que inversión, y encima ésta suele servir más al centro que a la periferia, como ocurre en España con las redes radiales de transporte. En ambos casos no hay que olvidar la existencia de intereses concretos que acaban beneficiándose del "fracaso" de las políticas de cohesión europea y española. En el caso de la burbuja inmobiliaria, bancos y constructoras; y en el de la concentración de poder económico en Madrid, los de una cierta élite que pretende emular Francia, donde París se alza por encima de cualquier otra ciudad o región, y no Alemania, donde ninguna capital destaca por encima de todas las otras y donde la riqueza está mucho mejor distribuida en términos territoriales.

Lidia Falcón, que como yo mismo se preocupa más por las personas que por los territorios, argüirá que Francia, a pesar de París y por vía de transferencias fiscales, venía siendo tanto o más igualitaria que Alemania. Pero eso era así, en todo caso,  hasta la llegada de Macron y su actual propuesta de desregulación; es decir, de su rendición evidente frente al modelo alemán, cuya descentralización se ha demostrado mucho más eficiente. Como también lo es su modelo de transferencias fiscales inter-regionales, limitadas cuantitativa y temporalmente y siempre empleadas en inversiones que permitan el mayor desarrollo de las regiones receptoras. Para entendernos: proveyendo cañas de pescar en lugar de peces.

Hoy como en el siglo XVIII, Cataluña defiende el modelo alemán frente al francés. Lo defendió y estuvo a punto de conseguirlo con el estatuto de 2006, hasta que Rajoy lo tumbó con la ayuda del TC. Comprobar que estábamos solos, que al resto de España ya le iba bien un modelo centro/periferia con Madrid fagocitando el país entero, hizo resurgir con fuerza el independentismo. Y se engaña quien crea que con el 155 Cataluña será deglutida. Entre otras cosas, porque a la resistencia catalana se sumará la de otras regiones españolas no dispuestas a desaparecer y, también, porque el modelo centralizado, que acaso podía funcionar dentro de los estados-nación, es incompatible con la Unión Europea. De aquí Escocia, el Veneto, Lombardia... Por mucho que la UE insista en decir que el independentismo catalán es un asunto interno de España, nos encontramos ante el reto de cómo encajar regiones y estados en el proceso de construcción europea, y de cómo esta responde mejor a las necesidades de los ciudadanos.

Pretender que el asunto catalán se resuelve con minorar las transferencias fiscales y concluir que se trata de simple conveniencia económica, es un error de calado. Acusar a la burguesía catalana, esa que ha huido así que han visto peligrar su patrimonio, es un error aún mayor. Y mezclar ambas cosas es un simple desatino, puesto que nunca han sido las elites quienes han pagado ni padecido las transferencias fiscales.  Si queremos disminuirlas es para mejorar el estado de bienestar y aumentar significativamente salarios, hoy menores que en el resto de España en términos relativos. Un aumento salarial en Cataluña que mejorará la competitividad de las regiones menos desarrolladas y les facilitará substituir subsidios por empleos. En definitiva, lo que venimos exigiendo a Alemania desde la periferia: que sus salarios recuperen el nivel que se compadece a su mayor productividad, para que podamos ganar competitividad y empleo sin haber de devaluar los nuestros.

Más Noticias