Otras miradas

El problema de la normalización de la violencia y la injusticia en las escuelas

Rosa Ana Alonso

Diputada de Unidos Podemos y miembro de la Comisión de Educación

Rosa Ana Alonso
Diputada de Unidos Podemos y miembro de la Comisión de Educación

Ocurrió hace unos años, charlando con jóvenes de un un IES cualquiera:
.- "¿Qué harías si ves que en tu clase hay un compañero al que otro compañero está maltratando o acosando permanentemente?"
.- "Depende. Si no es mi amigo no haría nada. Si no es mi amigo no me importa".

Esas palabras que respondió una alumna de primero de la ESO a mi pregunta al instante fueron apoyadas por los compañeros que estaban a su alrededor  y comprendí al escucharles que en esa frase estaban condensados los puntos más importantes que definen la convivencia de los centros escolares actualmente: normalización de la violencia y la injusticia, individualismo y dificultades en el manejo de las emociones y habilidades sociales.

En el estudio realizado por Save de Children publicado en 2016 sobre la incidencia y situaciones más frecuentes en casos de bullying se señala que un 9,3% de los alumnos han sufrido en alguna ocasión acoso escolar de forma continuada.

"La mitad de los encuestados reconoce haber insultado o dicho palabras ofensivas a alguien, y uno de cada tres ha agredido físicamente a otro menor de edad. Uno de cada cuatro ha insultado usando internet o el móvil, y casi uno de cada diez ha amenazado a otro niño o niña".

Basta observar a un grupo de niñas y niños en espacios lúdicos para darse cuenta de que la violencia, las agresiones, los acosos del tipo que sea están absolutamente normalizados, no solo en el trato habitual (insultos, burlas, vacíos en los grupos, gritos, amenazas... están a la orden del día en su comunicación aunque sea de forma puntual) sino, más preocupante aún, está normalizado el hecho de que estas acciones se produzcan de forma reiterada hacia una misma persona o personas por parte de otro u otros individuos como consecuencia de un desequilibrio de fuerzas y de una incapacidad de la víctima para defenderse. Lo que se denomina maltrato entre iguales o acoso escolar.

En el mismo estudio mencionado anteriormente, se indica que ante la pregunta a los agresores sobre por qué lo habían hecho, un 19% afirma que no sabía por qué y un 14,15% lo hacía con intención de gastar una broma.

Esa normalización de la violencia, que en ningún caso puede justificarse con el hecho de que siempre ha habido personas más fuertes (física o psicológicamente) que han abusado, maltratado o sometido a otras, ni con el hecho de que "los críos resuelven así sus cosas", denota algo más, la aceptación de la injusticia.

Es lógico que jóvenes que conocen una situación de acoso no reaccionen por miedo pero cuando solo actuarían si fuese su amiga porque en caso contrario les da igual, estamos hablando de un problema muy serio y entra en juego otro factor determinante para permitir que persistan estas formas de relación: el individualismo. Todo lo que no me atañe directamente no es importante y no tiene por qué afectarme, da igual que sea doloroso, da igual que sea injusto.

La falta de conciencia de grupo impide comprender la fuerza y el valor que puede alcanzar cada individuo en dicho grupo, del colectivo depende siempre que se consientan o no determinadas actitudes de algunos de sus miembros, lo que influye sobre la forma de convivencia de dicho colectivo.

Una persona que maltrata (imprescindible por otra parte centrarnos también en los motivos que llevan a un joven a hacer daño reiteradamente a otro) no va a parar porque encuentra gratificación en el hecho de someter y vejar. Una persona que es víctima de maltrato lo es porque está en situación de inferioridad ante el acosador y no tiene capacidad de respuesta eficaz sea del tipo que sea. Tampoco puede pararlo.

Son el resto de sus iguales, los que configuran el equipo-clase, los que tienen en sus manos la solución.

Un último punto veo que se desprende de la respuesta de la alumna con la que he iniciado este texto: las tremendas dificultades de gestión emocional y habilidades sociales de nuestros jóvenes. Algo falla en el desarrollo de la empatía, de la asertividad, en el sentido del respeto o en el control de las posibilidades comunicativas para mostrar indiferencia ante la violencia constante a otros.

Cada una de las experiencias vividas, cada estrategia de supervivencia desarrollada ante las situaciones difíciles, cada aprendizaje conductual nos acompaña a lo largo de nuestra vida, la limita, la determina y configura, sin duda, nuestra sociedad y las formas de relación futura.

Consideramos, por tanto, que el acoso entre iguales es un problema muy serio en el que debemos intervenir y atajar lo antes posible.

Sabemos que los responsables de las diferentes actitudes, de la convivencia en los distintos espacios somos las personas que configuramos la comunidad educativa de forma amplia sin olvidar los medios de comunicación, ya que son numerosos los aprendizajes fundamentales que nuestras crías llevan a cabo a través de la imitación al modelo en que los adultos nos convertimos cada día.

Con esa responsabilidad social debemos plantearnos el hecho de que para que esa niña, ante la misma pregunta que le formulé, expusiera otra respuesta prosocial con seguridad y convencimiento debemos llevar a cabo una serie de medidas que pasan por todos los niveles y ámbitos del sistema educativo.

Desde Unidos Podemos tenemos claros los pasos ineludibles, comenzando por poner en marcha los mecanismos que ya existen y que no se están utilizando.

Contamos con la aprobación de un Observatorio de Convivencia en los centros escolares propuesto y activado por el Partido Popular, que se reunió por última vez en 2011, si bien estaba previsto y es necesario que fuese anualmente, intolerable cuando su funcionamiento es una herramienta esencial como primer paso para conocer las condiciones en las que se encuentran colegios e Institutos de todo el país.

Pero el eje principal para ver de cara y resolver este problema es un Plan Estatal de Prevención de Maltrato Escolar, prevención, detección precoz e intervención, enmarcado en una nueva Ley de Educación debatida y apoyada por toda la comunidad educativa, tal como indica nuestro programa y cómo hemos repetido ya en innumerables ocasiones como parte, especialmente, del proceso del Pacto de Estado Social y Político por la Educación en el que estamos inmersos.

Las medidas necesarias para implementar un Plan Estatal son muy concretas: profesionales formados y cualificados en este ámbito, un proceso de formación en todos los docentes y programas específicos que ofrezcan información y recursos a familias, maestros y la totalidad de las alumnas. Programas cuya eficacia ya conocemos porque se están llevando a cabo en otros países o en algunas Comunidades Autónomas, programas que centran la atención en el grupo de compañeros espectadores como elementos esenciales para convertir las aulas en espacios sanos y libres.

Es deseable además un marco más amplio que facilite y fomente el éxito de la aplicación de estos planes y programas, frente a metodologías directivas, unilaterales y competitivas en las que pretenden continuar encerrándonos con leyes obsoletas, a la necesidad de invertir recursos para desarrollar metodologías participativas, a través de las cuales la construcción del aprendizaje surja también del debate, de actividades cooperativas. Metodologías que pongan en relieve la relación con el entorno a través de experiencias colectivas. Sin olvidar que son los espacios que fomentan la creatividad la base para desarrollar el pensamiento libre, abierto y capaz de valorar el concepto de grupo para aprovechar conjuntamente nuestra característica de seres interdependientes.

Nos especifica el informe de Save de Children, también, que resulta determinante reforzar la educación emocional y la adquisición de habilidades sociales y valores de convivencia.  Por tanto, de forma absolutamente transversal se ha de contar en las escuelas con el conocimiento, la adquisición, el manejo y la gestión de las emociones, de uno mismo y del otro, la capacidad de expresión, de control, la consideración de los demás, la tolerancia y el valor de la diversidad, la experimentación de las diferentes formas de comunicación, el trabajo en profundidad de las habilidades necesarias para relacionarnos bien, para ocupar nuestro lugar en el grupo y en el mundo, para saber convivir, en definitiva. Y todo ello es crucial como preámbulo de una sociedad madura que cuente con mecanismos adecuados de resolución de conflictos y con capacidad para tomar decisiones colectivas que enriquezcan a cada individuo.

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