Otras miradas

Manca Pradera

Máximo Pradera

Máximo Pradera

Esta semana se cumplen seis años de la muerte de Javier Pradera (falleció el 20–N, como el dictador que le metió en la cárcel en tres ocasiones) y me han entrado ganas de evocar su figura y comentar aquí algunas de las cosas que aprendí de él, en mi doble condición de hijo y lector suyo que soy.

Una de las cosas que Pradera (todos le llamábamos por el apellido) nos enseñó a mi hermano y a mí, fue a reírnos de los cantantes afectados con los que él había crecido en la adolescencia. Aunque mi padre no cantaba un pimiento, tenía criterio estético y parodiaba de manera muy divertida (nadie lo creería, en un señor aparentemente tan adusto) el amaneramiento de Jorge Negrete y Lucho Gatica, cuando para sentimentalizar aún más las ya de por sí melodramáticas letras de los boleros, parecían inventarse vocales inexistentes y estiraban a tope los glissandi

Detén el tiempo en tus maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaanoooos
Haz esta nochiiiiiiiiiiiiiiiiie pereeeeeeeeeeeeeeeeeeeepetuaaa
cantaba mi padre en el bolero El reloj, ridiculizando a Gatica.

Sus parodias sin embargo no eran una enmierda (sic) a la totalidad, sino que al ser esa la música de sus primeros bailes y escarceos amorosos, percibías que también había en ellas emoción y ternura. Pradera ridiculizaba el amaneramiento como diciendo: la canción es lo suficientemente buena como para que funcione por sí misma, sin necesidad de artificios engolados y sentimentaloides. Gracias a él (y también a Alberto Pérez, que es capaz de interpretar con distancia irónica hasta las letras más inverosímiles) hoy puedo disfrutar con la misma fruición tanto de un bolero como de una canción de los Beatles.

Otra de las enseñanzas que nos legó Pradera fue la noción (hoy prácticamente extinguida del debate político) de que las conductas humanas son multimotivadas. O lo que es lo mismo: un efecto puede tener más de una causa y puede haber una sola causa que produzca múltiples efectos. Su actitud ante los boleros es una prueba empírica de este principio: la escucha de ciertas canciones (causa) nos puede producir al tiempo (efecto) vergüenza ajena (por la afectación del intérprete)  y emoción profunda (porque la canción está bien compuesta y/o forma parte de nuestra memoria emocional).

Viene esto a cuento a raíz de las declaraciones que vengo escuchando estos días sobre el fiasco barcelonés de la Agencia Europea del Medicamento. Pablo Iglesias, por ejemplo, que a veces hace finos análisis y otras tira de brocha gorda, ha dicho:

-Me resisto a pensar que todo lo que pasa en el mundo tenga que ver con Catalunya.

Que es casi lo mismo que decir me resisto a pensar, a secas, porque el líder podemita no se ha tomado siquiera la molestia de apuntar una causa alternativa. Si escarbásemos en el subtexto de su perezoso aserto, podríamos extraer por ejemplo esta interpretación: para mí, el descarte de Barcelona no tiene que ver con el procés, sino con las causas apuntadas por la propia Unión Europea. Amsterdam es famosa por la calidad y cantidad de sus vuelos internacionales y sus colegios –no olvidemos que van a instalar allí más de 900 familias– son excelentes.

Pero del mismo modo que Pradera solía decir que un idiota puede ser también un hijo de puta, porque ambas condiciones no son mutuamente excluyentes, las causas de la exclusión de Barcelona también podrían ser diversas y al mismo tiempo compatibles una con otra. La obligación de un líder político que se autoproclama distinto a los demás es ser intelectualmente honesto y riguroso cuando se manifiesta públicamente. Puigdemont  (el presidente legítimo de Catalunya, como le llaman ahora) lleva semanas cagándose en la madre que parió a la UE porque no apoya su independencia y Bruselas saca de Londres la Agencia Europea del Medicamento a causa del Brexit. ¿No es legítimo pensar entonces que lo que pasa en Catalunya (como diría Juan de Mairena) también tiene que ver con el descarte de Barcelona, aunque no sea su única causa?

Animándome a razonar como Pradera (como Watson hacía con Holmes) llego a la conclusión de que la afirmación de Iglesias, tomada como efecto, podría no responder (como han criticado sus enemigos) a una única causa: oportunismo (=a un mes de las elecciones no debo decir que el procés la ha vuelto a cagar, a ver si rasco algo de voto independentista decepcionado). Podría tratarse (además) de fatiga de combate (demasiado esfuerzo político durante demasiado tiempo, para resultados electorales cada vez más pobres) o de (también) torpe apresuramiento en el análisis. No olvidemos que hasta intelectuales de la talla de Jean Paul Sartre la cagaban una vez tras otra.

Como dice el escritor Pedro Ugarte, Sartre acabó tomándole el gusto al ejercicio de un episcopado laico que le permitía dictaminar con insolente suficiencia sobre cualquier controversia política o social.

Javier Cercas, unos de los intelectuales que más y mejor han hablado sobre mi padre, se preguntó en cierta ocasión, parafraseando a Semprún: ¿qué haremos ahora que Pradera no existe? Y se contestaba a sí mismo: lo mas probable es que no hagamos más que tonterías.

En la política española manca finezza, diagnosticó el onorevole Andreotti. Que es lo mismo que decir: manca Pradera.

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