Otras miradas

La red es nuestra

Cristina Fallarás

Periodista

Cristina Fallarás
Periodista

En el principio fue la imprenta, de ahí nacieron los medios de comunicación y por ese camino llegamos a la democracia tal y como la entendemos ahora. Sí, es un resumen a lo bestia, pero es que sin la imprenta nada de eso existiría y yo me propongo escribir sobre la lucha de las mujeres y por qué el momento actual es revolucionario. Y también por qué si todo el mundo "lo sabía" nadie lo había publicado.

Pues eso, la imprenta, que sacó el conocimiento de monasterios y similares para echarlo a rodar –"popularización", lo llaman— y su papel imprescindible en el nacimiento y desarrollo de los medios de comunicación. Pero, ah, compañeras, esa "popularización" de la información valía una pasta. Cierto es que cundían las ediciones de literatos y plumillas, cierto que llegaban a lugares donde antes no se había olido una letra, pero todos los medios y publicaciones, desde la imprenta hasta la invención de las redes sociales, han necesitado antes una inversión de capital, ligada claro está a lo político.  Esa inversión de capital ha sido y es tradicionalmente masculina. Solo masculina. Por la simple razón de que hasta hoy mismo quienes manejan el capital son los hombres. Basta darse un garbeo por los consejos de administración de las grandes empresas o de los medios de comunicación, donde se calcula que un 85% son hombres y un ridículo 15% mujeres, en España.

O sea, que inventamos una forma revolucionaria de difundir el conocimiento, la información, pero ¿quién la maneja? ¿A quién pertenece? O dicho más fácil: ¿De quién son los medios de comunicación y difusión? De un grupo de hombres, pocos, muy pocos hombres, generalmente blancos y siempre ricos. Esto es sustancial, ya que esos "amos" de los medios distribuyen la información según la cual usted y yo vivimos y creemos conocer "la realidad".

Nuestra "realidad" es la que construyen un puñado de machos ricos.

El resultado ha sido y es, entre otros muchos, la negación del feminismo, la reclusión de la mujer a las páginas sociales o de espectáculo y su retrato como objeto de consumo y para el consumo. El resultado ha sido y es una construcción de silencio sobre la violencia constante y universal contra las mujeres de cualquier edad, color, situación económica o cultural etc. El resultado ha sido y es que se considera infinitamente más relevante la declaración de un político de tercera sobre las calles de su barrio que el asesinato habitual de mujeres a manos de hombres que las creen "suyas". Asuntos de propiedad, sí.

El caso del productor norteamericano Harvey Weinstein y la campaña #MeToo han puesto de manifiesto la espantosa construcción que los medios de comunicación realizan sobre las mujeres. Es una construcción masculina porque, hasta este momento, los medios pertenecían a hombres. Así de fácil. Y porque las mujeres ni siquiera tienen acceso a los lugares donde se decide "la realidad", el verdadero lugar donde se toman las decisiones estaba y está vetado a las mujeres (recuerden: 15%).

"Todo el mundo lo sabía", oímos repetir una y otra vez tras las denuncias de profesionales que han sido acosadas, vejadas o violadas. "Todo el mundo lo sabía", pero a nadie se le pasó por la cabeza publicarlo. Je. Ni el silencio ni el veto a las mujeres. Hoy contamos con igual número de profesionales hombres y mujeres, pero, mira tú por dónde, esto de los centros de poder macho sigue sin cambiar (15%).

Y entonces llegó internet, y llegaron las redes sociales.

El nacimiento de las redes sociales permite, por primera vez en la Historia, que las mujeres publiquen su propio relato, sin pedir permiso ni disculpas, y paralelamente rectifiquen el relato machista. ¿Por qué? Pues entre otras cosas, porque son gratis, o sea no necesitan inversión de capital ni medios de producción. Cualquiera puede argumentar que hay revistas, programas, publicaciones o libros escritos por y/o para mujeres. No se trata de eso, más allá de que con toda seguridad el consejo de administración de las empresas que los publican esta compuesto por un fragante ramillete de machos.

El resultado –se ha visto con #MeToo– es que a la violencia relatada por unas pocas se adhieren millones de mujeres. ¿Por qué? Para empezar porque ese relato ya no es abstracto. Y eso es fundamental. Recuerdo que la primera vez que leí sobre algo llamado "la prima de riesgo" en la portada de un diario supe que iban a dejar de hablar de los pobres, como así ha sido. El uso de una abstracción permite a los medios de comunicación eliminar a los individuos, y por lo tanto eliminar los mecanismos de identificación. De la misma forma, la "violencia de género" –de qué género– iba avanzando lentamente en redacciones y productoras como "una lacra".

Pero un día, una valiente dijo en voz alta "ese productor me obligó a hacerle una felación", otra escribió "mi director me obligaba a ver cómo se masturbaba", y una tercera "dentro de mis obligaciones profesionales estaba viajar y yacer con mi jefe". Más allá de que por fin pueden publicar lo que "todo el mundo sabía", sin ver rechazada o juzgada su denuncia una y otra vez antes de silenciarla, más allá lo que sucede es que esas primeras valientes han creado mecanismos de identificación.

¡Eureka!

Quienes las leen saben que a ellas les ha pasado lo mismo, y de ahí el #Metoo, #AMíTambién y #YoTeCreo. Los mismos mecanismos de identificación, por cierto, que les han hurtado los medios a base de abstracciones, "lacras" y minutos de silencio. ¿Y por qué son fundamentales los mecanismos de identificación? Porque eliminan la soledad y la consecuente autoexclusión. O sea, porque permiten asociarse y llevar a cabo una lucha conjunta.

Pero hay más: La estructura que se va creando entonces entre las mujeres es de red, en lugar de la típica organización de lobby masculina. No sé cuál será el desarrollo de esto que acaba de empezar, pero es inédito y me parece suculento. Revolucionario.

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