Otras miradas

Lo que tienen en común Afrin, Galípoli y Putin

Javier López Astilleros

Historiador

Todo el engranaje político mediático se ha desarrollado con una sincronía precisa. La toma de la ciudad siria de Afrin coincidió con las presidenciales rusas. Pero también con el 103º aniversario de un conflicto glorioso para los turcos: La campaña de Galípoli o los Dardanelos, la gesta turca que evitó el troceado definitivo de Anatolia, y consagró a Atatürk. Eso sí, a costa de una gigantesca matanza y una guerra de resistencia y sacrificio. Durante estos días los estrategas del marketing político hacen sus propuestas, donde víctima y victimario danzan  juntos y apretados.

No es fácil explicar lo que está pasando. Un caos de grupos, sectas y  naciones, se disputan lugares y espacios mentales simbólicos. Es una lucha por recuperar las insignias imperiales en una tierra contaminada por uranio y  fósforo blanco sobre el cielo palestino y del creciente fértil.

Son muchos los musulmanes los que respetan una estructura imperial que restaure la dignidad de lo que fueron, o al menos, dignifique la constante humillación auto-infringida y apuntalada tras las constantes intervenciones exteriores. ¿Es legítima la aspiración de una restauración califal?.

Toda acción que lleva a la guerra, siempre busca la complicidad de una parte del mundo, pero encuentra necesariamente su contrario. Observamos cómo se adecúan los intereses nacionales a una ilusión universalista, en función de la secta en el poder.

Pero la política en Oriente Próximo está sometida a cambios trepidantes. Vemos ejemplos de esa política de los fractalesLa primera característica de los fractales es su excesiva irregularidad, es decir, la falta de igualdad en sus ángulos. La carencia de regularidad la vemos en la ductilidad política de casi todos estos países, prácticamente sin excepción. Vimos por ejemplo como las relaciones ruso-turcas pasaban de una guerra inminente, a una declaración de amor pavorosa. Hoy el país de Mordor-Arabia Saudita-pasa de exportar violencia, a convertirse a la religión de los moderados y un ejemplo a seguir.

La segunda característica es la autosimilitud. Es decir, la repetición de unos patrones-lemas y consignas- reproducidas a diferentes escalas posibles de un modo casi simétrico, desde las estructuras del poder hasta la más humilde vivienda. Por ejemplo, el rechazo generalizado al estado nuclear de Israel, lo que confirma dos extremos y adhesiones determinantes: el antiimperialismo y/o el islamismo militante.

Los conflictos se eternizan hasta tal extremo que opresor y oprimido no saben vivir el uno sin el otro. Cuando construyes una nación sustentada en una particular secta, las certezas oficiales pueden generar cierta comodidad en la sociedad, pero es siempre a costa de la confrontación inevitable con los necesarios competidores.

En ese sentido, llama la atención las acusaciones del sultán turco hacia Israel, al que ha calificado como estado terroristaLos israelíes apoyan a los kurdos. La ecuación es sencilla: Turquía combate por su independencia en un país extranjero (Siria), y parece que no desea la paz con el estado judío. Sin embargo, las relaciones comerciales con Israel no dejan de crecer.  Los acuerdos de inteligencia, entrenamiento y cooperación entre los dos países han sido una constante.

En consecuencia no es fácil tomar partido de este modo, sin plantear una enmienda a la totalidad, ni levantarse cada día con la sensación de una estafa monumental. En estas circunstancias, es difícil imaginar la resurrección del curdo Saladino en la persona del turco.

Pero todos estos excesos, caos y abusos, son perdonados por una aspiración mayor de la ciudadanía global musulmana, que bien justifica todas las dobleces posibles: la restauración de la dignidad de un poder respetable, con unas estructuras poderosas, independientes de las decisiones del Plus Ultra.

Esta tragicomedia de la política dúctil es tan graciosa como delirante, de no ser porque las cárceles están llenas de torturas, fanáticos, y violadores. Así es en Siria, y también en las tierras del califato saliente del un tal Abú Baker de Bagdad.

En el año 2009 se publicaron algunas encuestas sobre el apoyo entre los musulmanes de una restauración del califato. Un  70% lo apoyaban. Simultáneamente la democracia occidental es valorada muy positivamente . No se prodigan sondeos de este tipo durante los últimos años, pero estoy convencido de que el apoyo a esa institución sigue siendo muy alta, a pesar de la connotaciones totalmente negativas del califato. A ello contribuyen los grupos violentos y sus franquicias, que nos remontan a ciudades turcas y europeas, desde donde se provee generosamente con recursos materiales y vidas.

Tal vez se pueda entender todo tipo de fanatismos, menos el del guerrero fundamentado en preceptos religiosos, lo que conlleva implícitamente el agravante del tonto que cree que se va a salvar por la recitación literal de un texto, aunque sin comprender gran cosa.

El rais (jefe) no está solo, aunque sí en solitario en la cúspide de un monte Testaccio de ilusiones colectivas, a orillas de un azul Mediterráneo, donde la 'Ndrangheta vierte  sus residuos radiactivos, y los pobres refugiados no sueñan con el imperio, sino con la misericordia de los países de acogida.

Tampoco sabemos si en el creciente fértil están dispuestos a recibir al liberador con hojas de palma, dátiles y leche fresca.

Es absurdo presentar al Shah turco como el caudillo de los rebeldes moderados.

En una guerra no hay moderados. Todos corren el riesgo de convertirse en extremistas. Y de hecho, lo son.  Es lo natural. La guerra de los Balcanes fue un buen ejemplo de ello. En el plano interno, el rais turco ha desestructurado un país, tras encarcelar a miles de personas. Y no deben de ser muy agradables esas cárceles. Violaciones, torturas y arbitrariedades son de sobra conocidas, pero correctamente apartadas de la agenda pública europea, después del tremendo chantaje de refugiados por silencio.

Pero lo interesante es el hecho social del califato en sí. Desde luego que la masa social duerme tranquila, a pesar de carecer de un califa ni instituciones que recuerden glorias pasadas, entre otras cosas porque no se conocen en profundidad ni tendrían mucho sentido hoy.

La pregunta que se tienen que hacer con sinceridad es si de verdad el rais lucha por la independencia de su nación, la restauración del imperio universal, o por su propia supervivencia. Porque parece decidido a perpetuar la clásica percepción de con-fundir su propio ego con el de una nación huérfana, que supera con mucho los límites del Mar de Mármara y Anatolia.

¿Qué contrato social puede establecer un califa-no ya sobre 30 millones de habitantes-sino sobre 1.000 millones de individuos?.

Decenas no, centenares de grupos negarían la legitimidad de ese califa simbólico. Por no hablar de la reacción de las millonarias clientelas de los adictos a los estados nación norteafricanos. Ni siquiera un auténtico megalómano sería capaz de anunciar un gobierno universal de esa magnitud.

Pero tal vez merezca la pena. A fin de cuentas, todo agravio requiere su digna y proporcional compensación, y tal vez la prenda sea la mayor de las cosas imaginadas.

Tras la celebración del referéndum constitucional del 2017, Erdogan se precipitó a visitar la tumba de Salim I, un sultán en campaña perpetua, conquistador, además de poeta, quien escribió estos brillantes versos: "Una alfombra es lo suficientemente grande como para acoger a dos sufíes, pero el mundo no es lo suficientemente grande para dos reyes".

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