Otras miradas

El 'menosmalismo' en el ciclo largo de la desafección

Pedro Oliver Olmo

Profesor de Historia Contemporánea en la UCLM

La moción de censura echa al PP (gustazo). El gobierno bonito logra detener la operación Macron de Ciudadanos (alivio), aunque quizás sólo la haya cambiado de bando añadiéndole algunos tonos canadienses, ningún tonillo portugués, ni uno solo (recelo).

Y a todo esto, ya es 40 de mayo. Ha sido un año raro, con un invierno malo y una mala primavera. Habrá que dejar que pase el verano. Disfrutarlo incluso, aunque sólo sea un poquito. Dejar atrás el nacionalpunitivismo contra Cataluña y tomar medidas contra los superpoderes que el PP dio a los patronos (con su reforma laboral) y a los policías (con la Ley Mordaza), no estaría nada mal. Porque, entretanto, y que se engañe quien quiera, todo se va a seguir reconfigurando.

Hemos entrado en otro ciclo político corto y crítico. Como todos los inmediatamente anteriores. Anteayer fue el ciclo corto de Podemos, ayer el ciclo corto de Ciudadanos, hoy y mañana...

El deseo de dar un cerrojazo a la grave crisis del sistema de representación política lleva de convulsión en convulsión a los que siempre quisieran estar esperanzados, y de pulsión en pulsión a los hooligans y neohooligans de las mayorías absolutas. Ayer mismo nos construían el deseo de un cerrojazo liberalespañolista y hoy nos crean el deseo de un final feliz liberalprogresista. Esta última solución sería menos mala, claro. Pero el menosmalismo tampoco puede durar mucho, entontece bastante, es una servidumbre voluntaria hacia el realismo como falsa conciencia (te obligas a ver lo bueno de lo imparcial y de lo injusto), y, por definición, es cambiante, demuestra miedo a lo peor y cansancio con lo mejor.

Mucho me temo que será la desafección la que diga la penúltima palabra, mejor dicho, la que siga hablando sin decir nada, porque es el único componente de la crisis política que no se desvanece, ahí sigue el rumor del cabreo con el espectáculo falsario de la alta política mientras aumenta la precariedad laboral y los poderosos siguen tomando a la gente como mercancía o como consumidores ansiosos de operaciones de marketing. El desafecto hacia la política no se está desarrollando en ciclos cortos, como aparentan los estudios de demoscopia, que en otro orden de cosas son, como otros tantos artefactos culturales postmodernos, una más de las manifestaciones de la sociedad cansada (el elector con ansiedad es el contrapunto del abstencionista relajado, y en medio caben muchos otros matices).

La desafección es ya un ciclo largo, es un fenómeno hipertrofiado pero inteligible desde hace ya casi una década (y lo que te rondaré). Eso explica que ningún político apruebe en las encuestas, o que logre el aprobado sólo un ratito, mientras duran las mieles de su ciclo corto. Y eso explica que los sondeos indiquen, si algo indican en serio (además del signo de quien los paga), que los techos y los suelos de los partidos siguen hablando de un bipartidismo roto, reconvertido en un tetrapartidismo en guerra abierta e inmisericorde. ¿Harán por revivir el bipartidismo? El establishment no sueña con otra cosa. Quiere una paz con competitividad virtuosa. Lamenta no poder controlar el futuro porque el desafecto habita en el subsuelo social y es una variable que siempre se puede ir de madre, pero tampoco le va tan mal: la desafección es invisible o se invisibiliza a base de ninguneo y destemplanzas, no tiene portavoces, nadie la representa; y este menosmalismo se ha hecho transversal e incluso capitidisminuye a las izquierdas sin que se quejen o sólo se quejen entre ellas, además de que ha llegado a Bruselas, ha inundado la redacción de El País y ya cotiza en bolsa. Todo queda relativamente controlado, hasta la siguiente convulsión.

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