Otras miradas

La universidad, cuesta arriba

FRANCISCO MICHAVILA

Catedrático de Matemática Aplicada y director de la Cátedra Unesco de Gestión y Política Universitaria de la Universidad Politécnica de Madrid

El actual curso académico no es uno cualquiera para la universidad. Ha sido visto en los años precedentes como un horizonte de esperanza para la culminación de cambios profundos en la educación superior. El proceso que empezó en Bolonia en 1999 debía cristalizar ahora con el establecimiento del Espacio Europeo de Educación Superior. Una universidad de mayor excelencia académica, con estudios renovados y comprometida con su entorno. O sea, por fin, una universidad protagonista del avance económico y ciudadano de los europeos, diseñado en la Estrategia de Lisboa. Atención a las demandas del mercado laboral, formación más práctica y relaciones más fluidas entre profesores y estudiantes, con nuevas tecnologías educativas, eran los objetivos buscados.
El curso para el cambio llegó, pero ¿en qué condiciones? Con un incremento del número de estudiantes (un 12% más de alumnos nuevos este curso y el anterior, en oposición a las predicciones demográficas de descenso continuado del decenio anterior). Con una bajada de los sueldos de los profesores con motivo de las dificultades económicas provocadas por la crisis financiera. Con la implantación completa de la nueva estructura de Grado, de modo que de 3.300 carreras en 2007 se ha pasado a 4.700 grados y másteres. Con presupuestos universitarios congelados o reducidos por parte de las comunidades autónomas, que, por ejemplo, en Madrid significa un recorte del 3,8% o en Galicia una reducción de la subvención del 5,8%. A su vez, ciertas noticias universitarias impactan en la opinión pública. Más que nunca, se habla ahora de las posiciones de las universidades españolas en los rankings internacionales, como Times o Shanghai, y se reitera que no hay ninguna entre las cien primeras y que tienen poco peso internacional. También preocupa, y se vincula con la formación superior, que España haya perdido nueve puestos; ahora ocupa el lugar 42 en el Informe de Competitividad Global 2010-2011 que publica el Foro Económico Mundial.
Con los vientos económicos que soplan, ¿es una osadía pretender mejoras universitarias sustanciales? Las iniciativas positivas en política universitaria son costosas; no se consolidan las que buscan únicamente un lavado de cara. Los programas de Campus de Excelencia o la creación de escuelas doctorales implican recursos adicionales. Además, y aunque sea de forma simbólica, en los ámbitos universitarios el proceso de Bolonia se relaciona con mayor trabajo para los profesores.
Ante un panorama tan poco ilusionante como el que algunos dibujan, quizá corresponda reaccionar y creer que el momento actual es adecuado para repensar la universidad. ¿Qué deben hacer los campus universitarios a la espera de épocas más boyantes? Una opción simple consideraría que el presente sólo permite verla como una institución de perfil bajo, ralentizada por falta de medios. Sin embargo, otra más atrevida consistiría en que, impelidos por el pragmatismo, los universitarios aprovechasen las circunstancias actuales para hacer aquellas modificaciones en su funcionamiento que en tiempos de bonanza no contarían con apoyos suficientes. Doing more with less. Este fue el título de la Conferencia de la OCDE sobre Educación Superior celebrada en París meses atrás.

¿Cuáles serían los actores de este cambio? Si el guion principal en este curso se ocupa de la renovación de los programas de estudio, cabe interrogarse por los actores y el escenario en que deben actuar. El tiempo de los discursos sobre la necesidad de cambios está ya superado. Ahora se trata de actuar para mejorar la educación activa de los estudiantes, actuar para motivar y formar al profesorado, y actuar en la adaptación de las estructuras a los nuevos tiempos.
El escenario lo determinan sustancialmente los recursos disponibles. La evolución del gasto por alumno fue satisfactoria en España desde 1995 hasta 2007 con un incremento de 49 puntos por encima del valor correspondiente medio europeo. Sin embargo, los sucesivos modelos de financiación universitaria española se han quedado en el limbo de los buenos deseos, en 1994, en 2007 y en 2010. La cuestión clave se halla en la captación de recursos adicionales. ¿Dónde encontrar el dinero que falta? En un estudio reciente de la European Universities Association se apunta la idea de la creación de empresas spin-off y parques científicos. También es una cuestión de liderazgo. Un dicho árabe, que recordaba
John Carlin hace poco, tiene validez en la política universitaria: "Un ejército de ovejas al mando de un león vencería a un ejército de leones al mando de una oveja".
Los mejores profesores, dice Kent Bain de la Universidad de Nueva York, no aspiran meramente a que sus estudiantes hagan bien los exámenes sino a producir una influencia duradera e importante en la manera en que piensan y actúan. Movilidad internacional y concursos progresivamente más abiertos a docentes e investigadores provenientes de cualquier latitud son medios para conseguirlo. Si la edad media de los catedráticos en España es 56,2 años, la renovación de las plantillas debe estar fundada a corto plazo en estos principios.
Conseguir que la educación de los universitarios sea más activa tiene, con frecuencia, fundamentos sencillos. Pascarella y Terenzini han demostrado en sus investigaciones que la confianza y la relación informal entre los estudiantes y sus profesores son decisivas. Más que la ratio alumnos-profesor, según la cual España se encuentra en una posición favorable (11,6 alumnos universitarios por profesor, frente a los 16,1 de Francia o 15,0 de Estados Unidos, respectivamente, según datos actuales de la OCDE). También, el atrevimiento y la innovación son antídotos a la educación para la pasividad. En palabras recientes de Felipe González, "en nuestra cultura no se premia el mérito o la iniciativa con riesgo y se castiga con crueldad el fracaso".

 

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