Otras miradas

Suárez ha muerto, pero su Transición sigue viva

Sabino Cuadra

Abogado y político. Autor del libro Arrojado a los leones de Icaria editorial

Sabino Cuadra
Abogado y político. Autor del libro Arrojado a los leones de Icaria editorial

El empacho informativo/desinformativo sobre la Transición que estamos viviendo desde el fallecimiento de Adolfo Suárez apunta hacia un nuevo Guinness. La nueva operación mediática de maquillaje de aquella época –¿cuántas llevamos ya?- no es casual.

En mi opinión el lastre más pesado que hemos tenido que arrastrar durante las últimas décadas vividas en el Estado español ha sido el de la losa de la desmemoria impuesta. La transmisión generacional de nuestra flamante "democracia" ha dejado cerrada bajo cien llaves la existencia de una larga dictadura criminal y los fuertes anclajes institucionales y genéticos que el actual régimen tuvo y mantiene con aquella.

Cerca de treinta años ha tardado en abrirse camino la reivindicación de la memoria histórica. El pacto de la Transición enterró el relato sobre el pasado. En Nafarroa, mi tierra, el PSOE envió a principios de los 80 una circular a sus agrupaciones locales para que éstas no colaboraran en los trabajos de investigación allí impulsados para rehacer la trágica historia de más de tres mil personas –casi un 1% de la población- fusiladas y desaparecidas por militares, falangistas y requetés durante los primeros meses del golpe de estado fascista.

A pesar de ello, el ingente esfuerzo de familiares, ex presos y colectivos de todo tipo ha rescatado la desmemoria impuesta sobre  todo aquello. La próxima semana el ex-policia Billy el Niño y el ex guardia civil Jesús Muñecas, sádicos torturadores franquistas, comparecerán ante la Audiencia Nacional para responder ante una demanda de extradición por crímenes contra la humanidad impulsada por la justicia argentina. En la lista están también imputados dos ministros franquistas, Martín Villa y José Utrera Molina, suegro este último -¿casualidades del destino?- del actual ministro de Justicia Alberto Ruíz Gallardón.

Adolfo Suárez fue pieza esencial en aquella Transición que nos legó un régimen "constitucional" anclado en el régimen anterior. Una Transición que mantuvo un rey que había jurado fidelidad al criminal Franco y a sus Leyes Fundamentales, reconvertido en demócrata de toda la vida; un Ejército, una Guardia Civil y una Policía que, habiendo sido sostén represivo de aquella dictadura, transitaba ahora a la nueva "democracia" sin depuración alguna; una Iglesia todopoderosa paseadora bajo palio del genocida Franco y que mantuvo incólumes todos sus privilegios; una Banca y una oligarquía que se benefició de un régimen negador de todo tipo de libertades sindicales y sociales, reconvertida en símbolo de modernidad y desarrollo y, por último, una España "unidad de destino en lo universal" que pasaba a ser ahora, autonómica, sí, pero "indisoluble e indivisible".

"Transición" a la democracia llamaron a eso. Y todos se aplaudieron y dieron palmadas en la espalda: Adolfo Suárez, Manuel Fraga, Miquel Roca, Felipe González, Santiago Carrillo, Tierno Galván... La última vez que se juntaron los supervivientes de aquello y todos sus herederos en un funeral, el de Carrillo, volvieron a contarnos las mismas patrañas de siempre: el "espíritu" de la Transición, las virtudes del "consenso" constitucional,...   

Algunos, desde la izquierda, con ocasión de la muerte de Suárez, hablan hoy de la necesidad de segunda Transición. Yo, más bien, considero que lo que necesitamos es una primera Ruptura. Aquella que no se dio. La que reclamaba el ejercicio del derecho de autodeterminación; la depuración de toda la termita franquista presente en las instituciones del Estado; la separación radical entre la Iglesia y el Estado; la nacionalización de la Banca usurera y las Cajas de Ahorro privatizadas...

Los inciensos que hoy se lanzan sobre la figura de Adolfo Suárez son loas a la gran mentira de aquellos años y firmes rechazos, entre otros, al proceso soberanista catalán y vasco y a las exigencias sociales reclamadas en la última Marcha de la Dignidad del pasado sábado 22 de marzo. ¡No nos confundirán!

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