Otras miradas

Contra la precariedad, nos jugamos mucho

Pablo Padilla

Miembro de la Oficina Precaria y Juventud SIN Futuro

Pablo Padilla
Miembro de la Oficina Precaria y Juventud SIN Futuro

Maldecir al jefe del último trabajo temporal que conseguiste porque te avisaba del horario de un día para otro. Escuchar y dar ánimos a tu colega que lleva 6 meses de becario, currando el doble de lo que acordó y agarrándose a la esperanza de que lo contratarán. Tranquilizar a tu vecina y tratar de averiguar si es verdad que puede perder la tarjeta sanitaria si tiene más de 26 años y no ha cotizado nunca o si, como está pensando, se va del país. Echar cálculos para ver si este mes vas a ingresar algo y te renta comprarte el abono de transporte o si vas a tener que ir a esa parada que te pilla a desmano pero en la que te puedes colar. No decidirte a dar el paso de irte de casa de tus padres cuando consigues ahorrar algo porque es imposible saber si en 3 meses seguirás teniendo ingresos. Desesperarte cada vez que echas horas extra sabiendo que nadie te las va a pagar o cuando pasan los días y no encuentras curro ni siquiera de una semana...

Apoyar a los barrenderos y barrenderas de Madrid en su huelga para defender sus empleos y el servicio público. Participar en el boicot a Coca Cola para mostrar tu rechazo ante los cientos de despidos por ahorrar costes aún siendo una empresa con beneficios. Visibilizar la huelga más larga desde que comenzó la crisis-estafa y solidarizarte con las trabajadoras y los trabajadores de Panrico...

Algunas de estas cosas son el pan de cada día de la mayoría de jóvenes en Madrid. Otras forman parte de la vida de la juventud que se mueve por sus derechos. Sin embargo, somos muchos los que pensamos que todo esto es insuficiente para hacer frente a una tasa de paro juvenil del 55%, cuya única alternativa es un mercado de trabajo cada día más precario, donde la becarización y los contratos temporales (representan el 85%) son la norma.

Mientras tanto la Patronal, a través de sus altavoces mediáticos siempre disponibles, exige una vuelta de más a la reforma laboral —esa que tanto empleo de calidad está generando—, nos intenta convencer de que la precariedad es la única alternativa al paro, nos insulta, nos desprecia e insiste en que somos unos privilegiados por los pocos derechos —fruto de la lucha colectiva de décadas— que aún nos quedan. Ellos, que llevan 20 años llenando los sobres de quienes legislan a su servicio; ellos, que eligen como presidentes a delincuentes y se reparten los puestos como quien se reparte una tarta; ellos, que no han trabajado en su vida.

Por otro lado tenemos a las grandes centrales sindicales, que parecen dar la batalla por perdida. En los lugares donde existe una mayor tradición de afiliación olvidan el amplio repertorio de la acción sindical y suspiran por llegar a la mesa de negociación lo antes posible, entendiendo que la firma de un pacto es el mayor éxito al que pueden aspirar. Y donde no existe esa cultura sindical, apaga y vámonos.

Pero no nos engañemos, no significa que patronal y sindicatos sean lo mismo, ni mucho menos. Son muchas décadas de pensamiento único, muchos años desde que la Dama de Hierro sentenciara que no hay alternativa, muchos años con una estrategia a la defensiva que ha llevado a firmar acuerdos que sonrojarían a quienes lograron la jornada laboral de 8 horas. Y eso pesa.

Nos encontramos ante un mundo del trabajo que ha experimentado notables e intensos cambios en los últimos años y, mientras quienes recetan "trabajar más y cobrar menos" parecen adaptarse con facilidad para seguir defendiendo sus intereses y enriqueciéndose con el trabajo de los demás, quienes han sido históricamente los defensores de los derechos de los trabajadores no están sabiendo, pudiendo o queriendo adaptarse a estos cambios. Adaptarse no significa dejar de exigir un salario justo, un convenio colectivo o unas condiciones de seguridad mínimas. Es eso y mucho más.

Es volver a vivir "lo laboral" como un campo de batalla, al igual que tras el estallido del 15M la sanidad, la educación, la deuda, el transporte público o la vivienda se han transformado en escenarios de confrontación de quienes llevan a cabo el expolio y quienes lo padecemos. Es entender que los millones de desempleados y precarios necesitamos (y merecemos) herramientas en las que compartir nuestros problemas, constatar que no somos los únicos en esta situación, empoderarnos, frenar la ofensiva de quienes nos atacan a diario y conquistar derechos.

Sin olvidar la correlación de fuerzas actual, y con la certeza de que no existen fórmulas mágicas para combatir el paro y la precariedad, experimentemos, manchémonos, toquemos algunas teclas. Construyamos herramientas que integren los ritmos vitales que imponen las nuevas formas en el trabajo y vayamos más allá, asumamos que esta pelea sólo tendrá sentido si acompaña a las luchas cotidianas que hacen efectivos los derechos que nos son negados pese a estar escritos en ese papel mojado llamado Constitución.

Sabemos que podemos obtener victorias, organizarnos donde nadie lo esperaría, involucrar a  otros trabajadores en nuestras luchas, señalar a quienes se niegan a respetar nuestros derechos... Sabemos que sí se puede, nos sobran ganas y motivos.

Además nos jugamos mucho. Nos jugamos una vida que merezca la pena ser vivida.

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