Otras miradas

Recordar Mauthausen

Rosa Toran

ROSA TORAN

Historiadora. Presidenta de Amical de Mauthausen y otros campos

Una vez más el paso del tiempo nos sorprende, pues no sólo llegamos al 65 aniversario de la liberación de los campos nazis, sino que se cumplen también 70 años de los primeros y masivos internamientos de los republicanos antifascistas en Mauthausen, a los que seguirían otros miles a lo largo de 1941 y, de forma escalonada y hasta 1944, centenares en casi todos los campos del Reich, hasta llegar a una cifra que supera las 9.000 personas. Podría resultar obvio, a estas alturas, recordar la singularidad del colectivo republicano, de unas víctimas que sufrieron su atroz destino por la triple complicidad entre el régimen nacionalsocialista, el Gobierno colaboracionista de Vichy y la dictadura de Franco; sin embargo, la larga etapa de encubrimiento ha dejado sus huellas, y la tentación del olvido sigue viva a pesar de los 35 años transcurridos desde la muerte del dictador. Para el colectivo de los hombres y mujeres deportados, su tragedia fue singular, pero, sin duda, se suman a la interminable lista de víctimas del franquismo, en su condición de exiliados, abandonados a manos de la Gestapo por intervención directa del Gobierno español, de proscritos después de la liberación y de perseguidos en su regreso a España, cuando lo hubo.
En otros escenarios, y especialmente en Alemania, en el contexto cultural y político de las décadas de los sesenta y setenta acaecieron cambios significativos que superaron el cultivo del olvido y la tentación del año cero que se produjo al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Cambios que derivaron en esfuerzos por transmitir y reconocer su pasado nazi y que impulsaron iniciativas desde los ámbitos políticos, académicos, educativos o culturales, sin menoscabo de que las controversias sobre la culpa o la instalación de la memoria del pasado en rituales o ceremonias burocratizadas siguen vivas y merecen reflexiones de largo alcance y de aplicación en geografías distintas.

En nuestro país, por las razones bien conocidas de las características de la Transición, quedaron no tan sólo descartados el conocimiento, el análisis y la crítica del pasado inmediato, sino también cualquier rendición de cuentas. Pero el precio de aquellas carencias ahora se muestra con toda su crudeza, especialmente porque las servidumbres del régimen dictatorial no sólo tiñen y enturbian los debates, sino porque sigue pendiente la rendición de cuentas sobre lo que se ocultó e incluso negó, con el agravante de que otorgar el perdón siempre parece corresponder sólo a las víctimas. Sigue pendiente, entre muchas cosas y en el caso de los deportados republicanos, hacer público el oscuro papel de algunas instituciones en su tragedia, dar a conocer nombres y trayectorias de responsables de la misma y explicar las políticas de protección a nazis huidos de la justicia que pudieron enriquecerse durante décadas en España a partir de entramados empresariales y ministeriales.
La llama de la memoria, encendida durante décadas tan sólo por las asociaciones de las víctimas, puede por fin compartirse con representantes públicos (se necesita de las conmemoraciones y de los homenajes, pues con ellos se permite trascender las conciencias individuales a lo público), pero existe además un deber de ciudadanía activa que supere la satisfacción del ritual, y que combine la emoción con el análisis y reflexión de los hechos y que afronte la prueba del conocimiento. Porque es un deber democrático otorgar dignidad a las víctimas, arroparlas de identidad, para que las lecciones de su historia formen parte de la Historia. No bastan los gestos; las víctimas del nazismo y del franquismo son inherentes a nuestro bagaje cultural, en la medida que ningún ciudadano nace en el vacío, sino que se desarrolla y se socializa en un devenir histórico, en un pasado de larga duración.
En la política criminal del nacionalsocialismo se produjo la más radical ruptura con el humanismo y el universalismo, ante lo cual los supervivientes proclamaron el "nunca más", fracasado por la multiplicación de exclusiones, agresiones e incluso genocidios desde 1945 hasta la actualidad. Y frente a las tendencias que consideran que el horror absoluto es indecible, cabe buscar la dimensión racional que incite a reflexiones sobre la justicia, la igualdad, la libertad y la violencia desde una perspectiva histórica, porque, en definitiva, aquel pasado de destrucción también fue el nuestro. Y la relación con el pasado, la aproximación crítica a él y los deseos de participar activamente en la asunción y construcción del "nunca más" es lo que nos convierte en ciudadanos, frente a los argumentos del olvido, las conciencias dormidas y las satisfacciones banales.
Un año más, del 6 al 9 de mayo, viajamos a Mauthausen con un nutrido grupo de estudiantes que comparten emoción y reflexión con deportados, familiares y amigos, y con gentes de todo el mundo, unidos para conmemorar, pero también para asumir conciencia de ciudadanía. En tiempos de desconcierto, hay que proscribir, sin tregua, los insensatos y criminales argumentos de los responsables de la deportación y muerte de millones de hombres y mujeres de todo el mundo, basados en la desigualdad de las personas y en la arrogación de derechos sobre su vida y su muerte, y refrendar los valores por cuya negación las víctimas sufrieron su cruel destino: la igualdad y la libertad.

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