Otras miradas

Carta a Thomas Piketty sobre la desigualdad y su futuro

Manuel Escudero

Doctor en Economía (London School of Economics). Asesor Especial de Naciones Unidas (PRME)

Manuel Escudero
Doctor en Economía (London School of Economics). Asesor Especial de Naciones Unidas (PRME)

Muy admirado Prof. Piketty

El género epistolar no tiene por qué ser siempre de crítica y condena. Ciertamente en este caso, la ficción de carta que le dirijo es ante todo y sobre todo de admiración y reconocimiento.

De un día para otro, Vd. ha sacudido el mundo académico e intelectual internacional con su libro "El Capital en el Siglo XXI". En él demuestra que en toda la historia del capitalismo la riqueza se acumula a un ritmo mayor que las tasas normales de crecimiento económico, de modo que, en sus propias palabras, "el empresario tiende inevitablemente a convertirse en rentista, dominando más y más a aquéllos que no poseen otra cosa que su trabajo". Curiosamente, encuentro un efecto muy parecido, aunque en el plano estrictamente político y en el marco español, en el caso de Podemos, que ha tenido el mérito de dar un vuelco al panorama señalando al gran "elefante invisible en la habitación", al denunciar el poder excesivo de lo privado sobre el bien común y la desigualdad creciente que las clases medias y trabajadoras soportan en España, y que nos abocan a una sociedad insostenible.

Hubo, Sr Piketty, quienes intentaron rebatir su tesis y sus números desde diversas plataformas – la revista Forbes, The Economist y, muy notoriamente, el Financial Times. Pero lo cierto es que no lo lograron: ha prevalecido una aceptación general de su diagnóstico histórico respecto a la tendencia a la desigualdad a favor del capital sobre el trabajo. Además, su contribución ha resultado hegemónica, es decir, ha reposicionado el discurso intelectual. Encontramos aquí otra vez un paralelismo con el devenir de Podemos, que ha conquistado la hegemonía del discurso al señalar un elemento central que ha obligado al "status quo" político a intentarlo rebatir primero y posteriormente a reposicionarse en torno a él.

De hecho, Profesor, si tantos y tantos hemos aceptado sus tesis es por tres razones: primero, porque tienen un alto poder explicativo de la realidad que vivimos. En segundo lugar, porque nos hacen ver esa realidad con mayor claridad, puesto que nos confirman que, si bien, la crisis ha agudizado este estado de cosas, las tendencias a la desigualdad vienen de mucho más lejos, y nos presentan un panorama en el que los partidos tradicionales no han sabido, al menos desde la caída del Muro de Berlín, detener y revertir la dominación del capital sobre el trabajo o la supremacía del mercado sobre el Estado. Y en tercer lugar, porque como todos los grandes descubrimientos sociales o económicos, su tesis tiene implicaciones directas sobre la política futura: y en este caso es evidente que sitúa la necesidad de una gran reforma fiscal y la creación de un impuesto sobre la riqueza en el centro de la política.

Como ocurre con las grandes teorías, su contribución ha resonado en muchos ámbitos: desde las grandes campañas protagonizadas por movimientos de la sociedad civil, como OXFAM y su iniciativa contra un mundo crecientemente desigual, hasta nuevas contribuciones intelectuales que, desde otros ámbitos y disciplinas, también ponen el dedo en la llaga de la creciente desigualdad de nuestras sociedades. Yo quisiera llamar la atención particularmente sobre una: Erik Brynjolsson y Andrew McAfee, profesores procedentes del campo de la gestión y de las nuevas tecnologías, en su ensayo The Second Machine Age, plantean que las tecnologías digitales están produciendo desde comienzos de siglo un incremento enorme de las desigualdades, con claros ganadores - el capital sobre el trabajo, los trabajadores más cualificados sobre el resto y las "superstars", y entre ellas los grandes ejecutivos, frente al común de los mortales.

Construyendo sobre la base que ellos presentan, se puede sugerir que estamos pasando de una economía basada en los grandes descubrimientos que hicieron posible la primera revolución industrial, a otra base productiva, asentada en las tecnologías digitales. Pero, ¿es que la transición de una base tecnológica a otra tiene implicaciones económicas, sociales y políticas? Es claro que sí. Los grandes pensadores de la economía política, Adam Smith, Karl Marx o Joseph Schumpeter, reflexionaron sobre la sociedad y la política al filo del primer gran cambio de la base productiva.

La importancia de conectar su teoría de la desigualdad con la transición a una nueva economía futura tiene una utilidad inmediata, práctica y política. Las tecnologías digitales están causando una reorganización radical y creciente del trabajo humano y del empleo. Su efecto más claro es la rápida desaparición de numerosas profesiones: operarios de todo tipo de maquinaria, impresores, representantes y fuerza de ventas, agentes de viajes, empleados inmobiliarios y en todo tipo de servicios, agentes de seguros, fotógrafos, relojeros, asesores fiscales, bibliotecarios, empleados de banca, contables, sastres y modistas, etc... han ido desapareciendo ante nuestros ojos en todas las sociedades desarrolladas de la mano de la rutinización digital de puestos de trabajo cualificados y no cualificados. Esto va a tener muchas implicaciones para que en nuestra sociedad siga existiendo una base de igualdad en la forma de empleo y oportunidades de trabajo para todos. Esta perspectiva debería colorear las propuestas que se formulen en los tres grandes campos clave para una nueva política: el empleo y el emprendimiento, las políticas en el campo de la educación y la investigación, y, por supuesto, el campo central que Vd. nos ha señalado: el fiscal.

Para ilustrar el potencial que puede tener la unión de su visión de la desigualdad con las nuevas realidades derivadas de la transición que estamos experimentando hacia una nueva economía productiva, permítame un ejemplo, muy anclado en la realidad de la desigualdad española.

Es evidente que las Sociedades de Inversión de Capital Variable, las famosas SICAV, que acumulaban en 2014 más de 30.000 millones de euros y que en el segundo trimestre de ese año ganaron 1314 millones, son uno de los máximos ejemplos de cómo lo público ha favorecido de modo desmedido al capital en nuestro país: son propiedad de grandes fortunas individuales y sin embargo tributan al 1%, equiparándose de modo manifiestamente injusto a los Fondos de Inversión Colectiva, aquellos que protegen a los pequeños ahorradores unidos en fondos colectivos; y, para más escarnio, no tienen la obligación de declarar sus resultados anualmente sino por períodos de tiempo que aún no han sido definidos, otra excepción difícilmente justificable.

Los políticos bienintencionados dirán que, con la movilidad que tienen hoy los capitales, cualquier cambio en la tributación de la SICAV habría de hacerse en el marco de la UE, para evitar que las fortunas individuales huyan del país. Pero como Vd. Sr Piketty ha dicho muy bien no podemos estar todo el tiempo echando la culpa a Alemania: es decir, no podemos fiarlo todo a las soluciones que pasen por hacer cambiar el rumbo de la UE. Siendo cierto que hay que librar esa batalla a escala europea, también es cierto que se deberían dar pasos para la reforma inmediata de las SICAV, exigiendo que la tributación excepcional de la que gozan entrañe una contrapartida de contribución al bien común en España.

Una propuesta de reforma de las SICAV es que asuman la obligación de invertir un 50% de sus fondos en la creación de nuevas empresas, a través de "capital riesgo" y de redes de "business angels", de modo que coadyuven a una necesidad evidente de promoción del emprendimiento en nuestro país. En la sociedad en transición en la que vivimos, el emprendimiento habrá de convertirse en una de las fuentes cruciales de creación de empleo. La mayor dificultad de los emprendedores españoles es la financiación. Así, en los nueve primeros meses de 2014el tamaño medio de las inversiones en nuevas empresas en España se situó en 440.000 euros por empresa, una cifra que se queda muy por debajo de los entre 2 y 10 millones de dólares por nueva empresa habituales en el mercado internacional. Una inyección de 15 mil millones a la financiación de nuevas empresas supondría, sin lugar a dudas, un fuerte empujón a esta política, a todas luces necesaria. Y esa contribución al bien común haría más asumible el trato excepcional que hoy reciben las SICAV en España.

En conclusión: gracias, Profesor Piketty por fundamentar sólidamente un nuevo planteamiento medular de lo que tiene que ser la nueva política en España. Una política que ya no puede definirse como el arte de lo posible, sino como el modo de hacer posible aquello que es necesario.

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