Otras miradas

Carta a mi amigo Aznar

Nabeel Shaath

NABEEL SHAATH

Miembro del Comité Central de Al-Fatah y ex ministro de Asuntos Exteriores palestino de 1994 a 2004

Es extremadamente sorprendente y desalentador leer el artículo de José María Aznar publicado el pasado 17 de junio en The Times.

Como amigo cercano del fallecido Yasser Arafat y mío propio, y como asiduo visitante de Gaza como líder de la oposición española y como presidente del Gobierno de España, el señor Aznar conoció de primera mano la agonía del pueblo palestino y su subyugación a manos de Israel y de su poderoso ejército, sin parangón en la zona y uno de los más fuertes del mundo. En su artículo, mi amigo, el señor Aznar, parece haber olvidado o ignorado deliberadamente la verdadera víctima: el pueblo palestino.

Israel, dice, es un Estado occidental perfectamente normal, y su legitimidad fue creada por una resolución de las Naciones Unidas. Sin embargo, pasa totalmente por alto el hecho de que esta misma resolución de la ONU creó otro Estado en Tierra Santa, el Estado de Palestina, en un 44% de la Palestina histórica. El Estado normal de Israel se logró expulsando al 65% de la población palestina, convirtiéndola en refugiada, negándole el derecho de retorno a sus hogares y sacrificando a miles de personas que trataron de regresar durante los meses que siguieron a su forzada expulsión, como muchos historiadores israelíes han documentado. Ese Estado occidental normal ha atacado a los palestinos y a otros países árabes en 1948, en 1956 y en 1967, ocupando totalmente Cisjordania, Gaza, el Sinaí, los Altos del Golán, el sur del Líbano y partes de Jordania. Mientras tanto, ha desarrollado una fuerza aérea única y un arsenal de bombas atómicas único en el mundo, convirtiéndose en la única superpotencia nuclear que escapa totalmente de la supervisión de la Comisión de la Energía Atómica.

Varios procesos de paz han obligado a Israel a renunciar a algunas de sus adquisiciones de la conquista a los países árabes, pero esto nunca ha sucedido en Palestina.

Han pasado casi 20 años desde el punto de partida de nuestro proceso de paz en Madrid, la capital de Aznar. Israel mantiene ocupada plenamente cada pulgada de nuestra tierra. En Madrid se acordó el término "tierra por paz"; sin embargo, 20 años después, estamos sin paz y nuestro territorio se ha reducido poco a poco por la política de Israel de confiscar nuestra tierra, nuestra agua y construir asentamientos israelíes en Jerusalén Este y Cisjordania.

He acompañado al señor Aznar para que lo comprobara por sí mismo durante sus visitas a Palestina. Estoy seguro de que vería mucho más si viniera otra vez: el muro serpenteando dentro y alrededor de Cisjordania y la reducción gradual del número de palestinos en todo el este árabe de Jerusalén le darían una visión mejor del Medio Oriente.

Y, sin embargo, el señor Aznar sabe que hemos dado legitimidad a un Israel en paz, comprometido a poner fin a la ocupación de nuestra tierra, de la que se apoderó en 1967, al establecimiento de un Estado palestino independiente al lado, en paz y seguridad con Israel, y a lograr una solución justa del problema de los refugiados basada en la resolución 194 de la Asamblea General de la ONU, una de las dos resoluciones sobre las que se basó la legitimación de Israel por dicha organización (la otra era la Resolución 181 de partición).

Como resultado de nuestra legitimación, todos los países árabes acordaron reconocer a Israel y normalizar sus relaciones con él una vez que se retire del territorio que ocupó en 1967 y permita el establecimiento de un Estado palestino independiente y la solución del problema de los refugiados. Todos los países musulmanes harían lo mismo.

Pero Israel nunca cumplió ninguno de esos compromisos. Sigue siendo el ocupante, el gobernante imperial y el constante colonizador de nuestro territorio.

Mi querido amigo señor Aznar: ¿dónde ha estado en los últimos cinco años?

En un mundo real, no en uno ideal, un millón y medio de personas no habrían sido sometidas a un castigo colectivo a través de un asedio durante siete años. Los israelíes, como resultado de la Flotilla de la Libertad, han permitido ahora la entrada en Gaza de kétchup, mayonesa, patatas fritas e hilo y agujas para uso doméstico, pero continúa prohibiendo introducir papeles, lápices, pañales, equipos médicos –como dilatadores renales o reguladores del corazón– y, por supuesto, cemento, vidrio y madera en la asediada Franja. Nada ha logrado aliviar su draconiano control sobre Gaza salvo la Flotilla. ¿Le parece que pañales, lápices y papeles son armas de destrucción masiva que amenazan la seguridad de Israel?

Por último, me estremezco por su ataque al Islam y los musulmanes, culpándolos de todos los problemas de Oriente Medio y de la amenaza a la supervivencia de Occidente. La islamofobia no es un mal menor que el antisemitismo que lideró al asesino Holocausto, y ambos son invención de Occidente.

Ni Israel ni Occidente caerán si se logra una paz justa entre israelíes y palestinos y el mundo árabe. No habrá caos si la ocupación, la colonización y los bloqueos terminan. La libertad debe lograrse en concordancia con la justicia, la seguridad, la independencia y la prosperidad para todos en Oriente Medio. Esto es lo que un mundo ideal, pero también práctico y honesto, debe exigir.

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