Otras miradas

Fukushima, ¿nunca más?

Juantxo López de Uralde

Coportavoz de EQUO

Juantxo López de Uralde
Coportavoz de EQUO

Cuatro años después del tsunami y posterior accidente en la central nuclear de Fukushima, el riesgo nuclear sigue vivo. Ciertamente Fukushima marca un punto de declive, probablemente definitivo, del desarrollo de la energía nuclear de fisión. Cada vez hay menos centrales operativas y son muy pocas las centrales actualmente en construcción, con lo que el número total ha descendido, aunque muy lentamente; además de que países como Alemania o Suecia han decidido abandonar progresivamente la energía nuclear y otros como Italia la han descartado. Pese a esta reducción, el riesgo de un accidente nuclear sigue aumentando por el envejecimiento de las centrales existentes y la decisión de muchos gobiernos de prolongar la vida útil de las centrales nucleares.

La importancia de la energía nuclear en el mundo es relativa. Solamente una treintena de países cuentan con plantas nucleares, por lo que para la mayor parte es una forma de producción de energía irrelevante. En total la aportación de la energía nuclear apenas llega al 5% de la energía que consume la humanidad.

Pese a su poco peso cuantitativo, la gravedad de los accidentes nucleares y la larga vida de los residuos radiactivos hacen que la energía nuclear esté dejando detrás un legado de contaminación radiactiva que quedará para las futuras generaciones como recuerdo de una era en la que elegimos esta forma tan peligrosa de producir energía.

Aunque el número de centrales va a la baja, el riesgo nuclear no se reduce, sino que aumenta. El alto coste de construcción de nuevas centrales nucleares hace que industria y gobiernos estén optando por alargar la vida de las centrales, cuyo coste ya está amortizado, aumentando con ello el riesgo para las personas, pero también los beneficios para las empresas. En España el Partido Popular quiere alargar a 60 años la vida útil de las centrales nucleares, empezando precisamente por la planta de Garoña, con un reactor gemelo al número uno de la japonesa Fukushima. Esta propuesta del gobierno de Rajoy ha levantado un amplio rechazo popular.

El lobby nuclear utiliza ahora la indudable gravedad del cambio climático para defender su continuidad. Pero lo cierto es que la necesidad de reducción de las emisiones es tan grande y urgente, que ni siquiera habría tiempo para construir las centrales nucleares que pudieran permitir alcanzar los objetivos de reducción de CO2. Este argumento, además, choca con el hecho de que hay alternativas limpias y seguras para producir energía: las energías renovables; a las que el gobierno ha dejado de lado mientras sigue favoreciendo a las grandes eléctricas.

La energía nuclear no es limpia: genera grandes cantidades de residuos radiactivos cuyo destino final sigue sin estar resuelto. En España la acumulación de residuos en las centrales justificó la puesta en marcha del proyecto de basurero nuclear (ATC) en Villar de Cañas. Este contestado proyecto sigue embarrado por dificultades técnicas, por la elección del terreno y políticas, tras la reciente dimisión de Gil-Ortega, ex presidente de Enresa.

Además de los accidentes como el de Fukushima, y los escapes y vertidos provenientes del mismo funcionamiento de la central, se olvida con frecuencia, los riesgos de otras actividades relacionadas como por ejemplo la minería del uranio, una actividad altamente contaminante en las zonas donde se desarrolla y que una empresa australiana pretende llevar a cabo en Salamanca.

Cuatro años después de Fukushima, el riesgo nuclear sigue vivo pese a la decadencia de esta tecnología. Por ello debemos insistir en que habiendo alternativas, es urgente ponerlas en marcha y evitar al mismo tiempo el cambio climático y el peligro nuclear.

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