Otras miradas

¿Una década socialdemó(c)rata en la UE?

Luis Moreno  

Profesor Emérito de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

¿Una década socialdemó(c)rata en la UE?
El canciller alemán Olaf Scholz pronuncia una declaración en el Parlamento alemán 'Bundestag' en Berlín, Alemania, el 22 de junio de 2022.- EFE

Por contraintuitivo que pueda parecer en el caso de España, tras su retroceso en las elecciones autonómicas andaluzas, los éxitos recientes de los socialdemócratas en los países de la UE hacen ponderar un Zeitgeist socialdemócrata para los próximos diez años. El ensayista Robert Misik, residente en Viena, nos avisa del cambio de ciclo electoral a favor del SPÖ en el país centroeuropeo, el cual era bastante improbable tras la última irrupción de los conservadores y su joven líder, Sebastian Kurz, ahora caído en desgracia.

El pasado otoño el dinámico conservador populista tuvo que dimitir tras la revelación de diversos escándalos en su partido ÖVP. El temor a que se desencadenase un imparable proceso como el que afectó en Italia a la democracia cristiana de principios de los 1990s, con los procesos de mani pulite, exigía una operación quirúrgica interna sin anestesia. El socialdemócrata SPÖ goza ahora de un apoyo en los sondeos de un tercio de los electores, lo que le permitiría formar una Ampelkoalition con los Verdes y los liberales del NEOS de suficiente mayoría parlamentaria.

En el septentrión europeo hay presencia de los partidos socialdemócratas en los cuatro países nórdicos, con una mayoría de mujeres como primeras ministras (Magdalena Andersson, Sanna Marin, Mette Frederiksen). En el meridión continental, también hay primeros ministros socialistas en España y Portugal (Antonio Costa y Pedro Sánchez). En el centro geográfico de la UE, el país europeo continental más populoso cuenta con Olaf Scholz del SPD como canciller federal. El copresidente del partido, Lars Klingbeil, de reciente visita por los países de la península ibérica, augura un protagonismo gubernamental socialdemócrata también en otros estados miembros de la UE.

Como no podría ser menos, habrá quien cuestione si estamos tratando de políticas de izquierdas o no. En EEUU, los populistas y neoconservadores estadounidenses recurren al epíteto derogatorio SocialDemoRats para descalificar a sus contrincantes ‘liberales’. Estos últimos, en su acepción norteamericana, no deben hacerse equivalentes a los neoliberales diseminados en los propios EEUU y globalmente. Como programa político, el liberalismo estadounidense comparte con la socialdemocracia europea un apoyo al Estado social y a la economía mixta. Ambos aspiran a combinar legítimamente las lógicas del capitalismo y del bienestar social, encarnadas institucionalmente en los Estados del Bienestar. Como sucedió durante los treinta años de la Edad de Oro del welfare (1945-75), el (neo)keynesianismo inspiró buena parte de la economía política de liberales estadounidenses y socialdemócratas europeos. Pero ahí se desvanecen los puntos de encuentro entre ambos posicionamientos políticos.

Ya desde tiempos del revisionista Karl Kautsky (1854-1938) en el sector zurdo del espectro ideológico, principalmente comunista pero también anarquista, se ha recurrido a menudo a la alegoría del roedor para descalificar a los socialdemó(c)ratas como mamporreros de una ideología burguesa disfrazada de tintes progresistas. Por ende, el Estado del Bienestar ha sido combatido desde tales credos como una institución represora a desmantelar para así facilitar la propiedad colectiva de los medios de producción o la disolución de las instancias estatales. A ambos flancos de la socialdemocracia han proliferado a discreción críticas variopintas de quienes la han considerado adversaria por sostener ideas alternativas, o incluso enemiga por propiciar el desviacionismo de trayectorias ortodoxas. Ello explica en buena medida la sempiterna disgregación de las formaciones de izquierdas, muchas de las cual apenas si esconden las ambiciones personales de ‘puristas’ en pos de las poltronas de la representación institucional (y, por ende, de las regalías salariales y de estatus que conllevan).

Como efecto perverso e indeseado, más significativa quizá haya sido la ‘contribución’ de la socialdemócrata gobernante europea a incentivar el enriquecimiento personal y hacer suyo el ‘espejismo de la riqueza’ de corte hollywoodiense. La compulsión por hacerse rico a toda costa ha favorecido la propagación de corruptelas en todos los niveles administrativos de la ‘cosa pública’. Los comportamientos corruptos --o los engaños con apariencia de verdad-- de militantes de partidos y asociaciones que proclaman la solidaridad con los más desfavorecidos, han penalizado la credibilidad de formaciones representantes de la socialdemocracia tradicional.

Como declaró Peter Mandelson, entonces consejero áulico (spin doctor) e impulsor del ‘nuevo laborismo’ de Tony Blair: "Poco nos importa que la gente millonaria se forre de dinero, siempre que paguen sus impuestos". Una aseveración tal, incontestable en puridad dialéctica, no despejaba la duda de si los superricos deberían pagar superimpuestos en consonancia con el principio de la progresividad fiscal, pilar financiero del Estado del Bienestar. Como se ha hecho evidente en los últimos lustros, los socialdemócratas en el gobierno se han mostrado reacios a ponerle al gato fiscal el cascabel progresivo.

Ciertamente en nuestras mediacracias europeas (volveremos sobre este crucial asunto), la política y la lucha por la victoria electoral largamente dependen del ‘carisma’ de los líderes en competencia. Una y otra vez se observa cómo son las figuras de presencia mediática constante y pugnaz quienes desbordan las estrategias de los partidos. La personalidad, no el partido, suele prevalecer en los tiempos que corren.

Aviso para navegantes. Habrá recalado el lector en los ejemplos de gobierno socialdemócrata citados anteriormente en la UE, que todos son en coalición con otras formaciones políticas. Salvo sistemas electorales no proporcionales o mayoritarios, como el británico, parece harto difícil que los grandes partidos de la derecha y de la izquierda puedan volver a la ‘vieja normalidad’ de los gobiernos unicolor al frente de los gobiernos estatales. Verlo para creerlo.

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