Otras miradas

Confluencia y grupo parlamentario

Raimundo Viejo

ViñasPolitólogo y diputado de ECP

Raimundo Viejo Viñas
Politólogo y diputado de ECP

Estos días encaramos la recta final de la investidura. En los medios se agita de forma apremiante el fantasma de las elecciones inminentes a la par que se concluye el fracaso del PSOE y Ciudadanos. Ante este estado de opinión resurgen cuestiones que a tenor de cómo se va  configurando la opinión no deberían ser soslayadas. De otro modo estaríamos sustrayendo a la ciudadanía la posibilidad de hacerse una idea con tiempo suficiente; algo doblemente importante en el caso de procesos que requieren de su participación activa como son Podemos y las confluencias.

De entre todas estas cuestiones, la del grupo parlamentario de En Comú Podem es de las que se reactiva en la precipitación (por confirmar) de la convocatoria electoral. A pesar de haber cumplido con los requisitos habituales para otros grupos (más del 15% en cada circunscripción y más de 5 diputados), la decisión final de la Mesa del Congreso fue originar una excepción aduciendo la falta de competición entre candidaturas confluyentes. En el trasfondo de esta decisión tomada por los "partidos del búnker" se esconden dos claves evidentes: por un lado, la negación de la plurinacionalidad (especialmente preocupante para el PSC, que persiste en su táctica del avestruz) y, por otro, la más prosaica pérdida de recursos públicos que tanto daña a la partitocracia endeudada.

Sea como sea, la confluencia catalana se quedó sin grupo propio. Y ante unos resultados que se anuncian similares a los del 20D, poco o nada hace prever un cambio de posición en los partidos del búnker. No tiene mucho sentido, pues, volver a optar por la forma jurídica a la que se recurrió de manera instrumental el 20D, salvo si se confía a la confluencia de Podemos con IU el sorpasso seguro (con la alteración consiguiente de la Mesa). Tampoco conviene perder de vista que la relación con el régimen de la movilización que alimenta a Podemos y confluencias se inscribe en la lógica de una ruptura constituyente. De no ser así podrían darse la normalización, cierre e institucionalización en el marco constitucional de 1978 sin que se llegase a operar cambio constituyente alguno.

Desde el punto de vista de una confluencia ganadora como ECP, sin embargo, el hecho de que la relación con las instituciones del régimen sea instrumental no hace más sencillas las cosas. Al contrario, repetir elecciones puede conllevar errores en la articulación de la confluencia y resultados electorales fallidos como sucedió, de hecho, con CSQP. Guste que no, esto de las confluencias tiene más de alquimia política que de racionalidad aritmética. A pesar de las inmejorables perspectivas, el riesgo está ahí.

A la hora de abordar este tema es conveniente, por lo tanto, partir de las tres opciones legales previstas (plataforma ciudadana, partido político y coalición de partidos) y sus combinaciones posibles (partidos coaligados, coalición de coaliciones, etc). Pero también es preciso pensar su encaje en el diseño institucional del régimen (los requisitos para el grupo parlamentario, la competición efectiva entre partidos, etc.). No solo se trata de reconocer los límites institucionales que prefigura el régimen. Hay que ser conscientes también de los límites políticos que se pueden imponer en la solución concreta que adopte la confluencia: orígenes de las afluencias de voto, subjetividades implicadas, liderazgos compartidos (o no), propiedad de la marca electoral, etc.

Una solución en apariencia sencilla y expeditiva como la creación de un único partido catalán coaligado con Podemos podría originar más dificultades a posteriori que otra cosa llegado el caso. Así, por ejemplo, la competición entre candidaturas bien podría significar la ausencia de Pablo Iglesias en la campaña catalana o de Ada Colau en la campaña española. La no identificación de ECP como una candidatura de Podemos podría desmovilizar sus bases que, como es sabido, son las de mayor alcance territorial y que más afluencia de voto articulan. Y así sucesivamente hasta cercenar las bases del que fue, en la pasada convocatoria, un merecido triunfo electoral.

En caso de que esta semana fracase la investidura, no menos importante que revisar las opciones instrumentales para acudir a las generales (el pragmatismo imprescindible), lo será vertebrar las variables políticas del éxito (la "alquimia" de lo político) de cara a conseguir el grupo propio. Y el éxito aquí radica en comprender el calado de la crisis del régimen, la composición social, la subjetividad política y demás elementos integrantes de una campaña ganadora. Después de todo, no es tan sencillo como la aritmética pueril consistente en sumar los porcentajes de las encuestas.

Hora es, por esto mismo, de hacer política pensando en las claves con que opera la razón de Estado y no una simple acomodación de los desbordamientos subjetivos del modelo autonómico. Por eso acertó la apuesta de Podemos por el derecho a decidir. Pero por eso mismo le puede hacer fracasar la subordinación a las dinámicas institucionales inducidas por el Estado de las autonomías y las soluciones consiguientes ya probadas como insuficientes por PSOE y PSC o por IU, ICV y EUiA. La audacia que fue necesaria a Podemos para salir adelante en Catalunya es hoy precisa para no dejarse entrampar en las lógicas de un modelo agotado como el del Estado unitario descentralizado. La solución confluyente catalana debe entender esto si más allá de ganar electoralmente quiere ganar.

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