Otras miradas

Mujeres, refugiadas de segunda, en Idomeni

Andrea Camacho

Marta Guarch
Psicóloga

Andrea Camacho
Periodista

Encabezando una iniciativa de investigación en salud mental con mujeres refugiadas apoyadada  por la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, tuve la oportunidad de viajar una semana a Idomeni  (Grecia) para conocer, de primera mano, la situación de las mujeres que allí se encuentran. Hace una semana  que regresé y, sin embargo, he necesitado  este tiempo para poder digerir todo lo que allí presencié.

La constante violación de los derechos humanos, la dureza de las condiciones de vida, la restricción de bienes básicos como el agua o los alimentos, aumentan la desesperanza, refuerzan la dependencia externa y fagocitan la estabilidad emocional de todas las personas que permanecen en Idomeni. Angustia agudizada por la pasividad y permisividad de la comunidad internacional.

La situación actual en Idomeni es crítica. A la población se le está negando el agua potable y los pocos puntos de suministro de agua corriente desprenden hedor a aguas fecales. En estos últimos días, se ha negado  la entrada de asistencia externa voluntaria y se ha militarizado la zona, contribuyendo al desgaste psicológico de la población. La reciente presencia de tanques en los alrededores del campo favorece  la reactivación de traumas, de sentimientos de pánico y de vigilancia extrema que las personas experimentan tras salir de una guerra. La sensación de inseguridad a la que se ven sometidos provoca indefensión y merma su capacidad para tomar decisiones en un momento tan decisivo como el presente, en el que deben decidir hacia dónde dirigir sus vidas tras el desalojo de Idomeni.

Es importante mencionar, además, que a mediados de mayo, el estado griego comenzó a ofrecer a las personas mayores viajes de no retorno a Siria. Algunas han regresado ya y mucha población joven se lo plantea a diario ante la cruda realidad que se les plantea. Las mujeres y niños que decidan volver, podrán intentar sobrevivir entre bombardeos,  pero los hombres acabarán, probablemente, siendo ejecutados.

En este contexto y durante la semana que duró el trabajo de campo, tuve la oportunidad de entrevistar a 23 mujeres en total, la mayoría sirias y kurdas de nacionalidad siria. El objetivo de este estudio, además de analizar cómo afecta a la salud mental de estas personas vivir como refugiadas en un lugar tan hostil como Idomeni,  es visibilizar la falta de oportunidades a la que se ven sometidas por su condición de mujeres.

Ante esta misma falta de oportunidades, los hombres toman la decisión de saltar la valla que separa Idomeni de Macedonia con la esperanza de poder llegar a una Europa diferente a la que han conocido hasta el momento (a pesar de que sistemáticamente encuentren violencia por parte de las autoridades, prisión en muchos casos, o la deportación a Turquía y a los campos). Sin embargo, las mujeres generalmente deben permanecer en el improvisado campo, ya que sus necesidades pasan a un segundo plano para intentar cubrir las de sus hijos o las de las personas a su cargo.

En el caso de las mujeres lactantes, la situación empeora ya que la mayoría de ellas, debido a la desnutrición y al estado de constante  ansiedad al que se ven sometidas, no producen leche y necesitan el agua que se les niega para mezclarla con la leche en polvo.  Las consecuencias de la escasez de agua y recursos son devastadoras: los bebés enferman y la frustración de las madres va en aumento. Agravándose el problema en el caso de las mujeres embarazadas a las que durante los partos, se les practican cesáreas indiscriminadamente, aumentando el riesgo de infecciones y de problemas con futuros embarazos. Condición que  las convierte en "parturientas de segunda", sin ningún derecho a decidir.

Además, es oportuno señalar que la falta de recursos económicos se hace más notable cada día que pasa, haciendo que las mafias de prostitución cada vez tengan más protagonismo dentro de los campos y empujando a muchas mujeres a verse inmersas en negocios de trata.

Aparte, hay que mencionar la presencia de soldados macedonios y de su ejército que, hace unas semanas, sobrevoló con cazas el campo de refugiados con el objetivo de presionar el traslado de los refugiados. La suma de todos estos factores genera una cronificación de sintomatologías traumáticas que impiden que la vida en Idomeni sea mínimamente soportable.

Aunque desalojen el campo de refugiados de Idomeni, el problema seguirá siendo el mismo. Mientras desde la comunidad internacional se siga dando la espalda y se siga trabajando para crear una opinión pública desfavorable a la apertura de fronteras para los refugiados, estaremos contribuyendo a agravar la situación de estas personas. Tal vez sea ahora el momento de replantear valores como la solidaridad o conceptos como las relaciones internacionales. Abandonar consentidamente a millones de personas y aplicar la política del miedo para conseguirlo no puede ser la solución.

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