Otras miradas

26-J. ¿Qué ha pasado, dónde y cuándo?

Eduardo Maura

Diputado electo por Bizkaia, miembro del Consejo Ciudadano Estatal y Secretario Político de Podemos Euskadi

Eduardo Maura
Diputado electo por Bizkaia, miembro del Consejo Ciudadano Estatal y Secretario Político de Podemos Euskadi

Incluso vista desde Euskadi, la del 26J no fue la jornada que algunos queríamos. Aunque la sensación de que nada volverá a ser como antes permanece, e incluso se afianza, no se ha conseguido el resultado esperado a nivel estatal. Quienes apostamos por procesos de cambio y apertura social y democrática tenemos la responsabilidad de analizar en profundidad este resultado, tanto en el nivel territorial como en clave estatal y europea, por una sencilla razón: los avatares y aspectos de fondo de un ciclo político en el que hemos avanzado muchísimo no deberían contárnoslos otros.

Es el momento de avanzar y de construir y perfeccionar herramientas que nos ayuden a seguir abriendo brecha tras el 26-J. En este sentido, a tenor de lo que ha podido leerse y escucharse estos días, puede orientarse la reflexión en tres ejes o frecuencias, que a su vez dan lugar a tres cuestionamientos:

1. ¿Qué ha pasado?

En primer lugar hay que destacar que, pese a no haber cumplido las expectativas, los resultados son sólidos. Se han obtenido 71 escaños capaces de seguir poniendo sobre la mesa debates y propuestas que serían imposibles sin ellos. Los cinco millones de votos han sido insuficientes, pero en un contexto en el que el PP no llega a los ocho y el PSOE vuelve a desplomarse por debajo del resultado del 20-D. Hablamos de números importantes.

No se ha premiado el pacto PSOE-C’s (ambos bajan), pero tampoco se ha impuesto la posición contraria, con la excepción del Partido Popular, que por omisión, cálculo o incapacidad de movimiento prefirió esperar hasta el final para mostrar su rostro más polarizador y ganador. Quizá haya que replantearse si una parte importante de la ciudadanía ha entendido qué hicimos las fuerzas políticas a lo largo de aquellas negociaciones y por qué. Y sobre todo, cómo lo hicimos. Básicamente porque el PP, que no hizo nada, ha salido mejor parado que cualquier otro actor.

Asimismo, la campaña ha estado marcada de principio a fin por Unidos Podemos. De hecho ha sido un carrusel de etiquetas: primero con el viaje de Albert Rivera a Venezuela, después con el "juego de las sillas", más adelante con el plebiscito entre radicales-comunistas-rupturistas y moderados. Finalmente, con el caso de Jorge Fernández Díaz y el Brexit como telón de fondo, como una cuestión prácticamente de orden público y de confianza internacional. En ninguno de estos casos Unidos Podemos ha dejado de comandar los debates y de darle forma, por activa o pasiva, al debate político estatal.

También ha ocurrido algo que no por esperado deja de ser decisivo: los resultados han sido muy desiguales territorialmente. Euskadi y Catalunya se confirman como espacios avanzados de cambio con ritmo y lógicas propias. Andalucía (+1), Aragón (=), Madrid (=) y las dos Castillas (+1) han protagonizado-de manera desigual a nivel provincial y pese a subir levemente en escaños respecto a diciembre- porcentajes bajos que han decantado muchos escaños.

Muchos escaños decisivos se hallaban en estos territorios, y la hipótesis del propio Partido Popular de que la coalición les iba a perjudicar directamente -porque otorgaba los restos a Unidos Podemos- no se ha verificado.

2. ¿Cuándo ha pasado?

Algunos comentaristas ponen el foco en la campaña electoral y en las semanas posteriores a la puesta en marcha de la coalición entre Podemos, IU y Equo a nivel estatal. No son pocos los que hablan del viernes como día negro del cambio, con las principales fuerzas tradicionales usando el Brexit de manera torticera para vincularlo con Unidos Podemos y así producir sensación de inseguridad en una parte importante del electorado.

Sin embargo, un resultado de esta magnitud exige una mirada más larga. Los meses de diciembre a junio han sido particularmente exigentes y cambiantes. Con respecto a la remontada de diciembre, obligaban a participar de un proceso sin precedentes en el que abundaron los marcajes férreos y los reproches. Una parte sustancial de la campaña del PSOE se ha basado en recordarle al electorado los "sucesos de marzo y abril". Parecía, de hecho, una campaña de abril, no de junio.

Asimismo, hay que recordar que por momentos pareció que las grandes maquinarias iban a conseguir responsabilizar a Podemos del fracaso de las negociaciones de gobierno. La figura de Pablo Iglesias ha sido de largo la más mencionada, golpeada y señalada por los rivales. Casi todo el arsenal ha caído sobre Podemos, con la excepción de algunas balas contra Mariano Rajoy cuando tomó la decisión de no presentarse a la investidura. ¿Qué efectos ha tenido esta campaña recordatorio del Partido Socialista? ¿Ha funcionado?

También hay que evaluar en qué sentido ha podido funcionar otra campaña recordatorio de las fuerzas de la restauración: por un lado, la campaña de resignación y miedo del Partido Popular, que pretendía "recordarle" al electorado que a veces hay que tragar sapos. La victoria popular en Andalucía podría leerse, parcialmente, en esas claves. Por el otro, la campaña victimista que el PSOE inauguró a propósito de la propuesta sobre la socialdemocracia lanzada-por cierto brillantemente en su recorrido de fondo- por Pablo Iglesias. Hay un debate de fondo ahí que apenas ha comenzado y que sin duda volverá con estos u otros ropajes.

En esta línea, es imposible medir-pero merece la pena lanzarlo como reflexión- hasta qué punto ha podido generarse un "efecto llamada" dentro de sectores de voto socialista no convencido, en base a significantes que apelaban a rasgos identitarios y especulares que podían sentir como propios porque enlazan con la construcción de la imagen de España como país moderno e integrado que tuvo lugar en los años ochenta. La no obtención del segundo escaño alavés (que es el territorio vasco tradicionalmente más expuesto a la campaña estatal) y la subida considerable del PSOE en Vitoria-Gasteiz (que a pesar de los grandes resultados de Unidos Podemos les ha permitido conservar su escaño) podrían tener que ver con esto.

En líneas generales, la línea de la campaña de Unidos Podemos ha sido la correcta: no se trataba del sorpasso, sino del futuro y de ganar un país para nuestros jóvenes y nuestros mayores. Había dos modelos de país: uno nos dejaba atrás y nos expulsaba; el otro no. De esta manera, la campaña ha movilizado a la militancia directa e indirecta de manera muy notable y en lógica de mayoría-minoría privilegiada y de pacto intergeneracional. Todas y todos nos hemos sentido interpelados y hemos reconocido las miradas afines de nuestros vecinos y compañeros de trabajo. Nunca habían proliferado tanto las conversaciones con personas de nuestras familias, lugares de trabajo y barrios.Parecía que nadie quería ser testigo del cambio político. Queríamos ser partícipes.

Igualmente, las diferentes frecuencias de campaña (actos, redes, medios) han funcionado bien. La solidez de Pablo Iglesias en el debate a cuatro permitió acallar las voces que pretendían cuestionar la capacidad del candidato y ahogó una parte del debate sobre su figura. Sin embargo, cada vez que nos dábamos la vuelta, aunque de manera desigual en los territorios, el sorpasso seguía ahí. Otra línea de reflexión podría ser esa: la lógica de sorpasso, aunque expresa y correctamente desalentada por la campaña  ("el sorpasso, si acaso, al PP" o "el adversario es el PP, Pedro"), ha permanecido en el lenguaje de los medios y quizá en el imaginario de algunos sectores del cambio político, devolviéndonos involuntariamente a la esquina indeseable en el eje viejo-nuevo.

3. ¿Dónde ha pasado?

Parece evidente el funcionamiento desigual de la coalición estatal en los diferentes territorios. Cualquier reflexión en esta materia requeriría de un tiempo y una capilaridad de la que nadie dispone hoy, pero sí resulta posible proponer algunas claves desde Euskadi, donde el resultado ha sido notablemente mejor que en el resto de territorios.Lo primero y más relevante es que no ha hecho falta que Unidos Podemos fuera bien en el Estado para que funcionara en Euskadi.

Se ha ganado en votos y escaños, y Unidos Podemos sido primera fuerza en el territorio histórico de Bizkaia, que se suma a los dos que ya ganó Podemos en diciembre y donde se han revalidado victorias. Los porcentajes han sido muy sólidos y homogéneos, oscilando entre el 28,4 y el 31%. Muy destacable es haber empatado técnicamente con el PNV en Bilbao, la única capital que se resistió en diciembre. Se han consolidado resultados en territorios importantes como Vitoria-Gasteiz, Margen Izquierda, Zona Minera, Irún o Eibar.

En clave vasca hay que señalar, en primer lugar, que la campaña estatal daba mucho juego y su traducción territorial, que reescribía casi todos sus elementos de base, ha sido intensa y movilizadora. Ha apelado siempre a los que faltaban y se ha alimentado de la buena respuesta recibida. Valga el síntoma, se han sumado personas a los círculos y varias de ellas se han acercado por primera vez a Podemos en esta campaña.

En segundo lugar, la solvencia y la seriedad son un factor importante en Euskadi, sociedad dinámica y tierra de cultura política avanzada, debates complejos y tejido social organizado más rico. La solidez, tranquilidad y solvencia de Pablo Iglesias en el debate a cuatro fue muy bien recibida en general.

Tercero, se ha tratado de una campaña electoral con líneas e imágenes con las que era fácil identificarse, aunque se viniera de votar otras cosas, y que ayudaba a disolver el efecto del voto de o con miedo. Polarizaba, pero no ubicaba en el mismo lugar a los contrarios: uno operaba en positivo (UP), el otro en negativo (PP).Al mismo tiempo, la sociedad vasca es compleja por su historia política de violencia y sufrimiento, y hace mucho que no compra el miedo como ingrediente de ningún discurso político. Las apelaciones a Grecia, Venezuela e Irán simplemente no calan. Tampoco son coherentes con el trabajo realizado en el tiempo por las formaciones políticas que nos presentábamos como Unidos Podemos y, en consecuencia, no han encontrado anclaje en la mirada de la mayoría.

Lo fundamental, por el contrario, era esquivar las etiquetas gruesas que nos ponían las grandes maquinarias vascas: "caballo de Troya de Madrid", "la nueva EH Bildu", "los cuatro magníficos", etc. Para conseguir esto la clave no era la confrontación directa, sino hacer una campaña en positivo: se trataba de ser y actuar como una fuerza arraigada que comprende y recoge el pasado para empujar hacia el futuro, que recoge lo que se ha hecho bien y aspira a contar con los mejores para hacerlo mejor, y que, sobre todo, es capaz de construir una mayoría popular nueva, diversa, plural, con derechos y oportunidades, que dispone de alternativa en el marco de un país de países. Precisamente porque había que ganar el futuro, en realidad no había nada que temer salvo que el PP continuara, y así se ha percibido. Es motivo de reflexión también que la lógica de poner etiquetas se haya reproducido en Euskadi, aunque con otras características y protagonistas. Claramente ha sido un fracaso del Partido Nacionalista Vasco. Tampoco han fructificado los intentos de mostrar a Unidos Podemos y a Pablo Iglesias como un actor poco fiable en materia de derecho a decidir.

Por último, hay que mencionar la diversidad de mensajes: la victoria de diciembre en votos acarreaba una mayor exposición mediática que era necesario aprovechar. Unidos Podemos partía, para bien y para mal, como favorito. Así, hemos podido ampliar el repertorio de mensajes y apuntar hacia problemas que la ciudadanía vasca consideraba centrales, pero también introducir otros menos visibles. La opinión pública vasca -de nuevo compleja y con una historia monotemática bien conocida- agradece la diversidad. Desde el punto de vista de la campaña, la frescura que daba poder transversalizar los mensajes y ampliar el espectro de los debates ha sido muy saludable y ha hecho posible introducir cuestiones relativas a la falta de oportunidades, a la dificultad para conciliar, a la igualdad y los derechos LGTBI o a la política internacional (TTIP, refugiados, derechos de la infancia, etcétera) cuya relevancia es enorme.

Las elecciones autonómicas de otoño responden a otros patrones, obviamente, y no cabe hacer extrapolaciones. Antes de afrontar ese reto, cabe resumir lo ocurrido en Euskadi -a falta de un análisis posterior más detallado- como avance importante de un proyecto de mayorías sociales nuevas. La posibilidades están abiertas.

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