Otras miradas

Construyendo, que es gerundio

Rosa Martínez
Coportavoz de EQUO y diputada electa por Bizkaia con Unidos Podemos

En estos días se ha escrito mucho sobre las razones y las hipótesis que puedan explicar dónde se han quedado más de un millón de votos entre diciembre y junio. Se ha escrito todo y lo contrario. Sin embargo, creo que debemos ser conscientes de que no caben los análisis de trazo grueso. Estamos ante una situación en el que las causas son múltiples y dan lugar a diferentes combinaciones en peso e intensidad capaces de generar prácticamente tantas razones como personas decidieron cambiar su voto o quedarse en casa. A pesar de que nos empeñemos en analizar la decisión de voto desde una premisa de racionalidad, en la que cada individuo considera los pros y los contras de cada elección en función de sus propios intereses y escala de prioridades/necesidades; el voto tiene un componente emocional e irracional difícil de aprehender, y sobre todo, como lo ha demostrado el 26J, de predecir.

Los motivos que a priori se barajan (aunque cabría hablar más bien de hechos ocurridos o inherentes al momento político: la confluencia, la campaña electoral, los ataques, el Brexit, el miedo) nos sitúan en el nivel de las percepciones: es decir, con nuestro análisis tratamos de valorar las diferentes reacciones que cada uno de estos ítems ha generado en el electorado y su consecuencia en la decisión del voto. Nos enfrentamos a un trabajo de gran fineza sociológica, y yo diría que también antropológica, que es el de entender por qué, en un momento en el que se esperaba que el voto racional de la mayoría que ha sufrido y sufre la crisis fuera determinante, simplemente no lo fue.

Esta debe ser una lección valiosa para un proyecto con irremediable vocación de continuidad. No debemos olvidar que lo que hemos construido hunde sus raíces y se vincula, cultural y políticamente, con los diferentes movimientos políticos y sociales que desde el 15M han ido aportando diferentes elementos que hoy conforman el cambio. Un cambio, o proyecto de cambio, confluyente y diverso al que aún le queda mucho recorrido.  Conseguir que 5 millones de votantes hayan validado el proyecto que más claramente cuestiona la agenda, las formas y el lenguaje político de las últimas décadas es un gran éxito. Haber conseguido que las cosas no vuelvan a ser como antes es ya una victoria.

Y sin embargo, queda el reto y la tarea colectiva de construir un proyecto político de transformación que articule las necesarias mayorías sociales que permitan, como fin último y necesario para el cambio, acceder al gobierno. Dicho de otra manera, tenemos que conseguir ser siete millones en vez de cinco. O como muy bien explica Naomi Klein, para cambiarlo todo necesitamos a todo el mundo.

En primer lugar existe una necesidad formal: definir un espacio estable de interlocución, debate y decisión que integre a todas las fuerzas políticas de la coalición y empiece a generar estrategias y visiones conjuntas. La confluencia tiene que aspirar a ser algo más que la suma de diferentes puntos de vista (y esto ya lo aprendimos en las municipales de 2015). A partir de aquí hay dos vías de trabajo paralelas e interconectadas entre sí. Una, inmediata, que es seguir ganando relevancia política dentro de un congreso de aritmética complicada y una legislatura incierta en contenido y duración. Se impone por tanto definir una estrategia parlamentaria que refrende la utilidad, la necesidad, la solvencia y el rumbo político marcado por Unidos Podemos y las confluencias territoriales. Unas prioridades políticas claras y comunes defendidas por 71 escaños diversos y plurales parecen unos buenos mimbres para empezar a tejer el cesto.

El segundo eje de trabajo es construir un proyecto político diferente y diferenciador con propuestas sólidas, coherentes y de futuro. Es decir, lo que para unas fuerzas políticas son palabras bonitas que disfrazan, suavizan y modernizan el discurso, como por ejemplo la sostenibilidad y la igualdad de género, para nosotras deben ser vectores fundamentales de cambio y los pilares sobre los que construir una política valiente que no deje a nadie atrás y que no hipoteque nuestro futuro.

Pero esto por sí solo no es suficiente, hay que ser capaz de movilizar además también esa parte del electorado en el que no pesan los hechos demostrados (corrupción o recortes) ni decisiones racionales (qué opción política defiende mejor mis intereses según mi situación vital). La dificultad estriba, tal y como mencionaba al principio, en identificar primero, y dar respuesta después a elementos culturales, emocionales e identitarios (en el sentido más amplio) que van a influir en la percepción de nuestro proyecto como inclusivo, positivo y deseable para gobernar.

Nos toca ver y mirar, oír y escuchar, entendernos y comprendernos como sociedad. Ver dónde estamos y hacia qué futuro queremos ir. Es el momento de la acción colectiva, en la que no sobra nadie y a la que tenemos que sumar aún más. La buena noticia es que esto ya se ha hecho antes. Ya se han construido proyectos colectivos diversos, abiertos y transversales que lograron ser gobierno. Quizá nos ayude echar la vista atrás y recuperar todo el aprendizaje, lo que funcionó y lo que no, de los procesos de confluencia municipales. Revisar cómo lograron en algunas ciudades multiplicar los apoyos, y no sólo quedarse en la suma de las partes nos puede dar algunas claves por dónde empezar a construir.

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