Otras miradas

La victoria de Trump como reconversión de las clases dominantes

Jon S. Rodríguez Forrest

Marina Albiol Guzmán
Responsable de Relaciones Internacionales de IU y Portavoz de Izquierda Plural en el Parlamento Europeo
Jon  S. Rodríguez Forrest
Arabista y experto en migraciones

La victoria del magnate multimillonario Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses es el reflejo de la crisis sistémica que llevamos tiempo teorizando desde la izquierda, y nos muestra, al otro lado del Atlántico, un camino que también se está recorriendo en Europa.

Tras la caída del Muro de Berlín, muchos creyeron que el modelo liberal era ya incuestionable, e incluso Francis Fukuyama declaró que había llegado "el fin de la historia" en 1992. Sin embargo, este modelo que ha regido los designios de Occidente durante las últimas décadas está hoy más cuestionado que nunca. Y los síntomas de su agotamiento quedaron claros la noche del 8 de noviembre precisamente en su cuna y referente, Estados Unidos.

El actual modelo está caracterizado por una democracia formal en la que votamos cada cuatro años, pero en la que las cuestiones principales y sistémicas no están sometidas a la voluntad popular, sino que están en manos de los grandes poderes económicos que dominan las relaciones y los modelos sociales y productivos a escala global.

Este oligopolio del que hablamos, en su voluntad de obtener más y más beneficio cada día, está tensando la cuerda. Debido a la voluntad de enriquecimiento ilimitado de esta minoría, vemos cómo se imponen políticas de austeridad o se destruye el sector público -único garante del reparto de la riqueza que teníamos en Occidente-. Incluso vemos que, a través de la nueva oleada de Acuerdos de Libre Comercio como el TTIP, el CETA o el TiSA, pretenden subvertir el modelo actual de Estado, al eliminar su capacidad de legislar para proteger los intereses de la ciudadanía.

Estas políticas están generando paro, miseria y precariedad en unas capas populares cada día más empobrecidas. Pero como decía Rousseau, "cuando la gente no tenga nada más que comer, se comerá a los ricos", y la oligarquía es consciente de ello, por lo que ha activado un plan para perpetuarse.

Donald Trump y Nigel Farage son dos personajes que han obtenido notables éxitos este año con las elecciones estadounidenses y el referéndum en Reino Unido. En Francia, Marine Le Pen ganó las elecciones europeas de 2014 y parece obtendrá un éxito similar en la primera ronda de las presidenciales francesas de 2017. Todos ellos tienen algo en común: en territorios donde el modelo político empieza a parecer agotado y existe un descontento creciente hacia unas políticas que han empobrecido notablemente a una clase trabajadora que ve sus condiciones de vida cada día más deterioradas a golpe legislativo, surgen nuevas tendencias políticas que se muestran a sí mismas fuera del establishment.

Sin embargo, estos tres ejemplo no sólo tienen en común estar liderados por personas millonarias, sino que sus recetas apuntan en la misma dirección. Pretenden situar como problema principal del actual modelo una sociedad cada vez más diversa -algo que no ha hecho sino enriquecerla-, mientras que el verdadero problema, la existencia de unos poderes económicos que hacen y deshacen a su antojo, no se atreven a tocarlo. Y no se atreven a tocarlo porque forman parte de ello y porque su razón de ser es perpetuarlo.

Trump, Farage, Le Pen o Wilders, en Holanda, se dirigen a la desesperación de las clases obreras que sobreviven en un mundo desindustrializado, de la juventud avocada a encadenar contratos precarios en el sector de los servicios, o a profesionales y obreros cualificados aterrorizados ante el paulatino deterioro de sus condiciones materiales de vida.

A todos ellos y ellas les dicen que no miren hacia los responsables de esta situación, sino que miren a sus iguales, a quienes están en una situación similar o peor, para echarles la culpa. Canalizan la inseguridad hacia el miedo a las y los diferentes, desarticulando la solidaridad y cualquier tipo de cuestionamiento real del sistema.

De este modo, la rabia que genera encontrarse en el paro y sin ninguna perspectiva de empleo se lanza contra una persona migrante que intenta sobrevivir en igualdad de condiciones, en lugar de dirigirse hacia un una minoría de poderosos culpable de la deslocalización de empresas, la destrucción del tejido industrial, la especulación a expensas de los puestos de trabajo, o el desmantelamiento los derechos laborales con los que contábamos.

Desafortunadamente, esa es la falsa alternativa que ha vencido en Estados Unidos. Y lo ha hecho precisamente porque no existía ninguna alternativa real. El electorado optaba entre el viejo modelo, el representado por Hillary Clinton, y la reconversión del mismo, es decir, Donald Trump. Por este mismo motivo, en Europa vemos cómo los partidos socialdemócratas, conservadores, y liberales que conforman la Gran Coalición no combaten en lo ideológico y político a la extrema derecha, sino que adaptan sus posiciones políticas y discursos para competir electoralmente con ella.

Un ejemplo de ello son las medidas que ha tomado el Gobierno de Hollande como adalid de la Europa Fortaleza y la mano dura con migrantes y refugiados, en un intento, no ya de atraer a los votantes del Frente Nacional, sino de frenar la sangría de votantes de la clase trabajadora, que hastiados y decepcionados ante la falta de respuesta a sus problemas reales, se ven cada día más representados por el discurso nacionalista de Le Pen. Este fenómeno lo está viviendo también la derecha francesa, cuyos candidatos a las primarias, para frenar el trasvase de votos, están llevando el discurso al mismo terreno de Le Pen.

Trump y Clinton -como Le Pen y Hollande- lejos de ser antagónicos, son sólo las diferentes máscaras que utilizan unos mismos actores, los poderosos, en la arena política. Como alternativa a esto debemos seguir trabajando por la construcción de espacios de encuentro desde la izquierda social y política que movilicen a más personas.

Está claro que en este nuevo escenario el debate político se produce entre los dos modelos antagónicos, entre quienes creemos en una sociedad diversa con un modelo económico que ponga lo colectivo por encima del enriquecimiento ilimitado, y quienes pretenden continuar con el modelo capitalista adoptando un discurso excluyente y cargado de xenofobia, LGTBIfobia y machismo.

En el Estado español no somos inmunes a la extrema derecha, que se manifiesta de muchas formas, y tenemos que seguir construyendo alternativas desde abajo, creando poder popular, para construir un sistema justo y evitar que nuestra clase caiga en las garras de quienes pretenden utilizarla para seguir enriqueciéndose.

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