Otras miradas

Pobrecitos los refugiados

Lucila Rodríguez-Alarcón

Directora general de la Fundación porCausa

Vivimos tiempos complicados. Ayer volví a ver La gran apuesta, película divertida y de obligado visionado, sobre la crisis económica derivada de la burbuja inmobiliaria. El final de la película es demoledor:

"Los bancos cogieron el dinero público y lo usaron para pagarse a sí mismos unos bonus enormes y presionar al Congreso e impedir la gran reforma [fiscal]. Y después echaron la culpa a los inmigrantes y a los pobres y, esta vez, incluso a los profesores [...]".

La película es de 2015 pero está basada en un libro homónimo de 2010, que entiendo que, contra todo pronóstico, fue un best seller. Seis años han pasado y la profecía se ha confirmado; en estos momentos la narrativa de "los de fuera vienen a quitarnos el pan" está triunfando en cada vez más espacios de nuestro pequeño mundo.

En este entorno de confusión y demagogia tenemos que ser cada vez más cuidadosos y cautos con cómo contamos lo que está realmente sucediendo, especialmente si hablamos de migraciones.

Uno de los aspectos que me parecen más preocupantes de toda la narrativa migratoria de los últimos tiempos es cómo se está abordando la llamada crisis de los refugiados. En apenas dos años hemos reducido el término refugiado a una región, la de Siria, y quizás a las zonas circundantes, y lo hemos convertido en una condición humana, como la raza o el género. Pero cuidado: ser refugiado es como estar casado, es un término jurídico que viene establecido por la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados.

Está reducción del término refugiado es tan grave y está tan aceptada que durante los Juegos Olímpicos a alguien se le ocurrió crear un equipo de refugiados y a nadie le pareció mal. Es increíble, de verdad. ¿Se pueden imaginar que hubiera habido un equipo de divorciados? ¿O un equipo de albinos? —por salir del término jurídico y entrar un colectivo desfavorecido—. ¿No nos parecería aberrante? Crear un equipo de refugiados no sólo es degenerar el sentido de la condición del refugiado sino que además es aceptarla como algo intrínseco a la persona.

Imaginemos por un momento que en nuestro país hay una guerra civil, que queremos salir para salvar nuestra vida y la de nuestros hijos, que nos quedamos bloqueados en la frontera en un campo de refugio. Y cuando ya estén ustedes sintiendo la frustración, el dolor y la rabia por su injusta situación, imaginen que les invitan a participar en los JJOO, en los que competirán con otros equipos, entre ellos el del país que no les deja entrar pero también el de su país, porque, no lo olvidemos, ustedes tienen un país.

Recientemente saltó otro ejemplo de esta enorme distorsión que estamos sufriendo. Hace unas semanas, la BBC anunciaba que Mango y Zara estaban trabajando con proveedores turcos que contrataban a refugiados en condiciones laborales inaceptables. Manos a la cabeza, gran proyecto de denuncia, gran sorpresa. ¿En serio? Muchas organizaciones llevan años denunciado estas mismas condiciones o peores en trabajadores de todo el mundo. Es en las maquilas y en zonas francas donde se produce la mayoría de la ropa que se compra en nuestros países sin que a nadie le importe. Pero todo va bien, ahora tenemos a los refugiados para llamar la atención sobre este problema ya endémico que se alimenta de nuestra capacidad ilimitada de consumo. Y las grandes marcas no permitirán que se explote a este colectivo más que al resto, ¡estamos salvados!

En definitiva, seguramente sin ser muy conscientes de ello, estamos denigrando a una serie de seres humanos convirtiéndolos en algo que no son. Los refugiados son personas que tienen un país y unos derechos que no se están cumpliendo. Las migraciones son el eje principal del desarrollo humano y debido a una enorme falta de información estamos limitando esa capacidad y necesidad de movimiento que forma parte de la naturaleza misma de la raza humana. Y el sistema no puede soportar este enfoque y en algún momento estallará en mil pedazos. La falta de libertad de movimiento empobrece nuestras sociedades y alimenta el contrabando, creando enormes flujos de dinero negro. Y esto sin entrar en los miles de millones que nos cuesta mantener las fronteras anualmente.

Sobre este tema, y ahora más que nunca, debemos pensar seriamente si el fin justifica los medios. Necesitamos concienciar y necesitamos empatía para hacer frente a las necesidades puntuales que se están creando por el incremento tan enorme de movimiento retenido hacia Europa. Pero no puede ser que permitamos que, en virtud de la narrativa épica, los derechos se conviertan en algo inexistente y la condición de refugiados en un mero adjetivo. Por el refugiado no se debe sentir pena, se debe sentir respeto y empatía.

Esto es tanto más grave cuando además los medios de comunicación que no cuestionan la narrativa se lanzan con su mejor voluntad a incrementar el valor de ese discurso tan peligroso y al final tan inútil de generar pena. Y es inútil, sí, porque si ese discurso de la compasión y la necesidad de ayuda humanitaria funcionara no tendríamos campos de refugiados por todo el mundo desde hace más de cincuenta años.

Información básica:

-Definición de refugiados, por ACNUR.

-Lista de los países que participaron en los JJOO 2016 (y sí, está Siria).

-Artículo sobre los refugiados explotados en Turquía.

-Campaña de ropa limpia que desde 1989 denuncia la explotación laboral en los espacios de producción de ropa y calzado.

Más Noticias