Otras miradas

Siria, S. A.

Lola Sánchez Caldentey

Lola Sánchez
Eurodiputada de Podemos

"Haz las guerras no rentables y las harás imposibles"
A. Philip Randolph

En la guerra de Siria confluyen numerosos intereses: económicos, políticos y geoestratégicos, que al final son también económicos. Son estos intereses los que han originado esta guerra y los que la siguen alimentando. Al final son todo –y sólo– negocios. Pero influyen de forma directa en nuestras vidas. Y nuestras vidas influyen también en ella. La globalización, el libre mercado y el tamaño de las corporaciones hacen que un conflicto como el de Siria se convierta en elemento clave para el futuro de las Democracias occidentales.

El primero y más importante de estos negocios es el del petróleo. Numerosos analistas establecen como origen del conflicto el nonato acuerdo entre Siria, Irán e Irak, de 2011, para construir un gasoducto que uniría el Golfo Pérsico con el Mediterráneo, cruzando los tres territorios. Así, Siria se convertiría en un nodo esencial en el transporte de gas y petróleo hacia Europa. Con Al-Assad en el poder, ese gasoducto estaría controlado por los chiíes, de costa a costa. Sin embargo, esta estrategia habría perjudicado enormemente los planes de otros actores de la zona, como Turquía o Arabia Saudí (suní). En 2009, Qatar propuso a EEUU la construcción de otro gasoducto que partiría de allí y cruzaría Arabia Saudí, Jordania, Siria y Turquía. De este modo, sería mermado el control de Rusia sobre el petróleo que consume Europa, pues el gobierno sirio es aliado ruso. En ambos planes, Siria es pieza clave.

Aunque esta sea la razón del inicio de los movimientos que desembocaron en esta guerra sangrienta, no es mi objetivo centrarme en ello ahora, sino en el presente. El petróleo y el gas que consume una Europa todavía dependiente de las energías fósiles, siguen alimentándola. Los analistas difieren sobre la cantidad de ingresos del Daesh que proceden del tráfico de crudo, pero todos coinciden en que es, sin duda, una de sus principales fuentes de financiación. Los ‘bandos’ implicados en la guerra se acusan mutuamente de estar comprando crudo al Daesh, y es muy probable que lo estén haciendo todos. El Daesh llega a vender el petróleo a 24 dólares el barril, muy por debajo del precio de mercado, que es de unos 46 dólares. Posiblemente, parte de la gasolina que echamos a nuestros coches provenga de este tráfico. Posiblemente, numerosas empresas energéticas occidentales estén haciendo un negocio redondo. El diario Le Monde ya destapó que una cementera francesa, Lafarge, compró crudo al Daesh para mantener su planta siria en funcionamiento. En los negocios petroleros la ética no cabe.

Otro sector beneficiado es el de las armas. Europa vende sin ninguna vergüenza material bélico a los países del Golfo, a pesar de que es evidente que arman al Daesh. Y lamentablemente España es uno de los países que se lleva la palma. Según un informe de la Secretaría de Comercio,  sólo en el primer semestre de 2015, España vendió a Arabia Saudí artillería por valor de 450 millones de euros, batiendo records históricos. Estas granadas, misiles y minas acabarán en manos de los radicales islámicos o bombardeando civiles en Yemen. En las armas sí que no hay espacio para la ética.

Estaba previsto que durante la visita que el Rey Felipe VI iba a realizar a Arabia Saudí hace unas semanas, la empresa pública Navantia firmase un contrato para la construcción de cinco corbetas por un valor de 3.000 millones de euros. El Gobierno justifica esta operación y la ‘vende’ a la ciudadanía alegando que dará trabajo a unas dos mil personas durante cinco años, en los astilleros de Cádiz y Ferrol. En tiempos de crisis, esta pequeña bomba de oxígeno para tantos trabajadores hace que todos miremos para otro lado y obviemos, y no queramos ver, la relación directa entre este caramelo laboral y la crisis humanitaria de los refugiados, que huyen de una guerra que estamos alimentando. Enfrentar a pobres contra pobres ha sido siempre una táctica eficaz de las élites políticas y económicas.

Hay un tercer negocio que está afilando sus uñas, y que desea que este conflicto produzca la mayor destrucción posible en los territorios afectados. Es el negocio de la reconstrucción. Ya lo vimos en Irak y lo volveremos a ver en Siria. Seguramente ya existan borradores de contratos, alianzas y estrategias de todo tipo. Seguramente ya haya contables haciendo números, ingenieros haciendo planos, y lobistas profesionales presionando a los Estados occidentales y de oriente medio que algún día tendrán poder de decisión sobre el terreno. Son los auténticos buitres carroñeros de la guerra. Pero son nuestros buitres, empresas constructoras europeas y estadounidenses, que hacen que las bolsas suban, las primas de riesgo desciendan, y por ende, que nuestras hipotecas tengan mejores o peores condiciones. Cuanto mayor sea la destrucción en Siria, mejores préstamos tendremos.

Por último, llegamos al negocio que nace de las consecuencias del conflicto. Es el terrible negocio del tráfico de personas. La economista Loretta Napoleoni calcula que el Daesh llega a embolsarse medio millón de dólares al día en concepto de tributos a las personas que cruzan sus territorios durante la huida. También afirma que cada refugiado que llega a las puertas de Europa ha pagado aproximadamente unos 5.000 euros al Daesh y a los diferentes grupos armados en las etapas de su viaje hacia la salvación. En Turquía vuelven a encontrarse con otras redes de traficantes, pero el gobierno de Erdogan hace la vista gorda mientras que recibe hasta 7.000 millones de euros de la Unión Europea por hacer de portero de discoteca. Con cuánta dignidad podríamos recibir a estas familias con esos 7.000 millones.

Estas personas huyen de la avaricia de las petroleras, de la avaricia de las empresas armamentísticas, de las empresas de reconstrucción...que no son las únicas que salen ganando con esta guerra inhumana. Supimos hace poco que subcontratas de empresas textiles europeas estaban contratando a refugiados sirios en Turquía bajo condiciones de semi-esclavitud. Los Estados, escuderos de los intereses de todas estas empresas, aprovechan esta situación para enfrentar a la población sirviéndose de la Doctrina del Shock. Enfrentar pobres contra pobres, y que ese trabajador de Navantia, de la empresa de armas o de la constructora, exija que su Gobierno defienda su puesto de trabajo. ‘Defendiendo’ sus puestos de trabajo, dentro de este sistema de valores invertido en el que somos gobernados, echamos más gasolina al conflicto, lo que ahonda en la crisis humanitaria y provoca el aumento de los movimientos migratorios. Los medios de comunicación y las élites políticas se encargan entonces de infundir inseguridad a la población occidental frente a esta ‘oleada’ de personas que nos enseñan por la tele, agarrados a una valla. Es entonces cuando ese miedo es aprovechado por la extrema derecha, por los neofascismos, para aglutinar a muchos de los que padecen las consecuencias de la austeridad y enfrentarlos a quienes únicamente buscan salvar sus vidas. Echar las culpas al vulnerable, fomentar el egoísmo. El sistema capitalista en su faceta más neoliberal es el único padre de los neofascismos. Y de la guerra de Siria. La indecencia gobierna el mundo.

Hoy más que nunca, es necesaria no sólo la resistencia, sino la acción. Numerosos ayuntamientos, regiones y provincias de España y del Mediterráneo han acometido movimientos para la acogida en dignidad de las personas refugiadas. La solidaridad siempre nace de abajo. La unión de estas iniciativas, y la presión que sean capaces de ejercer, es lo único que puede conseguir que los Estados empiecen a cumplir con sus compromisos de acogida. Una importante representación de esta solidaridad se dará cita este fin de semana en Valencia, en el encuentro Solimed, los próximos  25, 26 y 27 de noviembre (www.solimed.info). Dignidad a contracorriente.

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