Otras miradas

Trump y 1984

Francisco Martínez Mesa

Francisco Martinez Mesa
Profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid

De auténtica conmoción puede calificarse la imprevista victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estado Unidos el pasado mes de noviembre. Casi nadie apostaba por la llegada a la Casa Blanca de un político con un discurso populista y ultranacionalista con un encaje aparentemente tan difícil en un sistema de gobierno tan complejo como el norteamericano. Sin embargo, las medidas adoptadas en estas primeras semanas de mandato, que muestran a las claras una resuelta voluntad por parte del nuevo presidente de llevar a cabo su  programa, no han hecho sino confirmar los temores de quienes desde dentro o desde fuera del país ya habían mostrado su malestar y preocupación ante su triunfo.

Aunque las muestras de indignación y protesta no se han hecho esperar, hay síntomas de inquietud perceptibles en otros ámbitos, no estrictamente políticos, pero no por ello menos significativos. Muy llamativo ha sido, por ejemplo, el sorprendente éxito de ventas experimentado por la novela 1984 de George Orwell, no sólo en Estados Unidos (un 10.000%) sino también en otros muchos países (España, Francia, Inglaterra o México).

Hay quien ha interpretado este boom editorial con la victoria de Trump pero ¿bajo qué perspectiva podemos contemplar esa supuesta conexión? Para empezar, el escenario ofrecido por Orwell dista mucho del actual: el contexto internacional que Orwell nos presenta aparece monopolizado por tres superpotencias en guerra permanente por la conquista de la hegemonía en el planeta. Un conflicto del que, sin embargo, estos regímenes (también Oceanía, el país donde se desarrolla la trama) extraen importantes beneficios políticos. La perpetuación del clima bélico permite a los partidos únicos, o partidos-Estado, que se encuentran al frente de estos regímenes (como el Ingsoc, del que es miembro el protagonista, Winston Smith) imponer un marco de extrema precariedad y diferencias sociales internas, así como excitar la máxima competencia entre los cuadros del partido cuya codicia se estimula a cambio de una fidelidad absoluta al mismo.

Tal modelo político excluye la existencia de leyes, sustentándose todo en términos de fidelidad a las directrices del partido, siempre impenetrables. Y esto es importante para Orwell, quien señaló en un artículo previo a su novela que, en una sociedad donde no hay Ley y, en teoría, tampoco obligaciones, el único árbitro de comportamiento es la opinión pública, y ésta, como consecuencia de la enorme necesidad de conformidad que tienen los animales gregarios, es menos tolerante que cualquier sistema jurídico. En este punto, ni siquiera toda la ciencia y tecnología puesta al servicio de la opresión política y el sometimiento de las conciencias y que Orwell nos describe (la manipulación revisionista de la historia, la perversión del lenguaje a través de la neolengua o la videovigilancia) resulta ya necesaria: al devenir la opinión en unanimidad, nos aproximamos al grado más elevado de organización totalitaria, aquel donde impera la conformidad social. En este sentido, pues, hablamos de Oceanía como un estado post-totalitario, donde ni la policía ni la represión aportan ya ningún valor, pues ha sido en la formación previa de cada individuo, desde la infancia, donde se ha operado el cambio.

Ahora bien, si el autor de 1984 se recrea hasta la reiteración en la descripción de los diferentes instrumentos dispuestos por el Estado para imponer su control, lo hace precisamente porque desea transmitirnos que el poder sólo tiene un fin: el poder. Y tal obsesión sólo podía sustentarse y asegurarse a partir de la racionalización de la dominación. Para Orwell, esa era la vocación de los regímenes totalitarios y de aquellos que bajo la bandera del nacionalismo imponían a los individuos unos patrones de sacrificio y combate y una actitud de absoluta indiferencia frente a la realidad, muy lejanos del ideal de mundo moderno al que aspira el ser humano.

En este contexto, ¿tiene vigencia hoy en día el mensaje de 1984? Establecer estrechas líneas de similitud entre Oceanía y la Norteamérica de Trump resulta cuanto menos demasiado aventurado. El nuevo equipo asesor presidencial se ha servido de cuantas técnicas de manipulación y control de masas (subversión del lenguaje, descalificación de los medios de comunicación no afines) ha tenido a su alcance para propagar su discurso ultranacionalista y demagógico. Sin embargo, el hecho de que, precisamente tales estrategias no hayan dejado indiferente a nadie sino, al contrario, hayan generado una poderosa corriente de oposición y repulsa hacia las mismas, constituye una buena prueba de la distancia existente con el régimen descrito por Orwell, donde sencillamente tales actitudes y movimientos de resistencia serían absolutamente inconcebibles, dado el marco de conformidad absoluta imperante.

Por otra parte, muchos de los temores expuestos por el autor ya están presentes entre nosotros desde hace ya mucho tiempo. Si actualmente nuestra toma de conciencia es mayor, probablemente se deba al sentimiento de frustración y vulnerabilidad provocado por una situación ante la cual muchos creían sentirse inmunizados  En línea completamente opuesta al descrito en 1984, el nuevo escenario internacional surgido tras la caída del bloque comunista aparentemente consagró la hegemonía norteamericana, pero solo aparentemente, porque muy pronto quedaron patentes sus dificultades para llevar las riendas de un mundo, donde, por ejemplo, los centros de decisión de la economía global se encontraban repartidos entre una enorme multiplicidad de actores. A nivel geopolítico, la mutación del nuevo escenario internacional de conflictos a partir de nuevas formas de intervención y combate (terrorismo) se halla en la raíz del actual clima de ansiedad y paranoia generado por una realidad –la de la globalización- que nos remite a un espacio permanentemente abierto del que resulta imposible escapar. Respuestas como la planteada por Trump, el brexit o el Frente Nacional francés son claramente indicativas de este marco, ante la cual solo parece respirarse pesimismo.

Cuando Orwell escribió esta obra lo hizo para concienciar a la sociedad ante la emergencia de una serie de problemas nuevos y brumosos. Y en su afán por transmitirnos su profundo temor, no dudó en ofrecernos un escenario extremadamente exagerado. Pero si lanzaba esa señal de alarma no era para instalarnos en el derrotismo, sino porque albergaba una profunda confianza en el ser humano y en su capacidad para reaccionar y retomar su posición central en un momento en el que todo parece invitar a la pasividad y al pesimismo. El actual éxito de obras de temática distópica en la línea de 1984, en unos momentos como los actuales reflejan una búsqueda de respuestas por parte de la sociedad ante una sucesión de hechos imprevisibles y absolutamente indeseados que ya no se proyectan en el futuro, sino que están en el aquí y ahora. Aunque solo sea porque imaginando algo peor que lo realmente vivido podemos minimizar nuestros problemas reales, las distopías ya desempeñan un papel significativo en un contexto difícil, en el cual Trump solo es un síntoma. Los males, muchos inéditos y desconocidos, están aún por ser desentrañados.

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