Otras miradas

¿Quién prepara hoy la comida?

Julia Montejo

Escritora y guionista @julia_montejo 

Julia Montejo
Escritora y guionista @julia_montejo 

La vida de escritora es una lucha constante para arañar al día esas horas de soledad en las que la creación es posible. Son unas horas que deberían de estar vacías de lo cotidiano, porque éste siempre nos remite a la resolución de una tarea: encontrar el calcetín perdido, freír las croquetas para la cena, recoger la colada y planchar, llevar a los niños al fútbol, a la música y al ballet, preparar los almuerzos... Y eso cuando no se cruza también la incomprensión de la pareja, la familia y los amigos porque, cuando una mujer decide que quiere escribir, que su manera de estar en el mundo es necesariamente escribiendo, al instante se pone en cuestión la necesidad de que lo haga. ¿Necesario para quién? Sin repercusión económica, incluso todo lo contrario, la estadística de un posible éxito literario que permita a la escritora merecer ese tiempo que reclama, es casi nulo. Y el concepto de inversión en un futuro que se labra poco a poco se contempla con cruel escepticismo.

El tiempo de la escritora es siempre un tiempo robado: a sus hijos, a su pareja, a sus mayores, a la casa... Porque todos necesitan una mujer en su vida. No creo que haya habido escritora alguna que no haya envidiado el gran poder de los hombres para aparecer como figuras prescindibles en el ámbito de lo doméstico y las relaciones. Qué felicidad que nadie espere nada de ti, que te considere incapaz de asumir responsabilidades con los hijos, las enfermedades, la rutina, los padres ancianos... La condescendencia es toda para ellos.

Así, los grandes de la literatura, aquellos que produjeron grandes obras como García Márquez, Naipaul, Conrad, Vargas Llosa... todos escribieron protegidos por unas amantísimas esposas/chachas/madres que se aseguraban de que el genio creara en las mejores condiciones. Les alimentaban a su hora; velaban para que no les interrumpieran con nimiedades absurdas y mundanas; defendían su hora de la siesta a costa de su propio descanso; e incluso procuraban distracciones para sus ratos de ocio, o se quitaban de en medio, si así convenía. ¿Cuántas escritoras pueden contar esa historia a la inversa?

Por eso, no es de extrañar que la mayoría de las mujeres que consiguieron hablarnos a través de los siglos, fueran solteras, recurrieran a las órdenes religiosas, o se mostraran no demasiado cuerdas, por decisión propia o ajena, como fórmula para que las dejaran en paz. Ejemplos paradigmáticos son Emily Dickinson, Teresa de Jesús, las hermanas Bronte, o Leonora Carrington.  Y también explica que muchas no pudieran con la vida y que entraran en espirales autodestructivas. También muchos hombres escritores no han podido con la vida, o con las circunstancias que les tocó vivir pero, por desgracia, las mujeres comparten entre sí la dolorosa falta de reconocimiento y la frustración constante ante la dificultad de encontrar su habitación propia. Si Alice Munro o Lucía Berlín hubieran sido hombres, ¿hubieran escrito cuentos o novelas? Alice Munro cuenta que ella, por la noche y en su cocina, no tenía tiempo para extenderse demasiado. Trabajar en una novela requiere concentración y continuidad.

La única creación a la que ha tenido derecho la mujer es la de tener hijos. Es más, no tenerlos te convertía en una mujer a medias. Y, por cierto, si los tenías, era única y exclusivamente por ser el receptáculo de la creación de un varón porque ni los hijos eran nuestros, ni, por supuesto, nuestro cuerpo. Resulta increíble que, en el siglo XXI, todavía muchas personas nos crean incapaces de gestionar nuestros propios cuerpos.

Por suerte, el mundo está cambiando, pero no tanto como a veces queremos creer. Resulta alucinante para las más jóvenes descubrir que hubo grandísimas escritoras que ya abordaron la problemática añadida del acto literario por el hecho de ser mujer. Escritoras como Doris Lessing, Tillie Olsen, Jane Lazarre... y tantísimas otras que sorprenden con esas voces contemporáneas y que tanto duelen. ¿Cuándo aprenderemos? Por ahora no parece que haya habido un gran avance y sirva como muestra el retrato que hace Natalia Carrero de la mujer escritora hoy, apasionante y auténtico, y también profundamente desazonador. ¿Quién recoge la casa y se encarga de atender a los niños? ¿Y a los mayores? ¿Quién trae más dinero a casa? Ah, sí, el mismo que llega tarde. El marido con el que no se puede contar... Y por cierto, "ya que estás en casa escribiendo, podrás encargarte de..." A menudo, tienes la sensación de que la cuadratura del círculo es imposible. O casi imposible, aunque todas intentamos colarnos en ese casi.

Una de las preguntas que más aborrezco como escritora es que me pregunten si escribo distinto por el hecho de ser mujer. ¡Claro que sí! Porque yo percibo el mundo a través de mi sensibilidad. Y lo mismo le sucede a un escritor. Pero ¿por qué a un hombre no se le hace esa pregunta? Quizás porque nos siguen considerando incapaces de ejecutar una obra exenta de "feminidad"... es decir, una obra contaminada, no perfecta, menor... Lo femenino sigue siendo percibido como algo negativo que impide la creación absoluta y superior.

Carol Joyce Oates, Rosa Montero, Margaret Atwood, Virginia Woolf, Elena Ferrante, Almudena Grandes... y tantas y tantas han demostrado con creces que no existe literatura escrita por mujeres: existe literatura buena y literatura mala.  Y yo me pregunto: en un mundo donde las cifras son tan importantes, donde las escritoras venden tantos o más libros que los hombres, ¿por qué la crítica literaria seria, los grandes premios, las Reales Academias y los honores académicos siguen empeñados en negarnos el espacio que nos merecemos por nuestro trabajo? ¿Por qué tienen que pesar décadas para reconocer el talento inmenso de Gloria Fuertes, una absoluto genia convertida para el gran público en entretenedora del público infantil? ¿Por qué para aparecer en los suplementos literarios serios siendo mujer tienes que estar muerta?

En fin, al final, el problema de la escritora es el mismo que el de cualquier mujer trabajadora, quizás con el añadido de ser la escritora dueña de una sensibilidad que solo encuentra una manera de ser apaciguada.

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