Otras miradas

Memoria del olvido

Félix Población

FÉLIX POBLACIÓN

Escritor y periodista

Se presentaron en Madrid las Obras reunidas de Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923), un acto que apenas tuvo repercusión pública, como si el olvido que por circunstancias históricas pesó tanto tiempo sobre la escritora hubiese alcanzado también al evento que culminaba la edición de sus escritos, iniciada en 2007.
Fue ese año, centenario del testamento ológrafo suscrito por Acuña para que sus obras fueran recopiladas y publicadas algún día, cuando bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Gijón y el Instituto Asturiano de la Mujer se inició la publicación (KRK) de los cinco tomos que comprenden esas Obras reunidas, en cuya profusa tarea trabajó el profesor Xose Bolado, autor asimismo de la introducción biográfica que las precede. Acerca de Acuña y su época es muy interesante el libro de reciente aparición de Macrino Fernández Riera: Rosario de Acuña y Villanueva: una heterodoxa en la España del Concordato (Zahorí ediciones).
Esa heterodoxia se ciñe al año de nacimiento de Acuña en Madrid, uno antes de que el Estado firmara con la Santa Sede el concordato de 1851 –por el cual la religión católica continuaba siendo "la única de la nación española"–, y a la denuncia reiterada que la autora hizo del clero por su represivo control sobre la conciencia de las mujeres: "La doctrina, la esencia, el alma católica –decía Acuña– , nos lleva a ser un montón de carne inmunda, cieno asqueroso que es necesario sufrir en el hogar por la triste necesidad de reproducirse. He aquí el destino de la mujer católica. Fuera sofismas ridículos y necias exclamaciones del idealismo cristiano, la mujer, en la comunión de esta Iglesia, es sólo la hembra del hombre".

Para llegar a esas conclusiones y pasar de escribir folletos dedicados a Isabel II a ingresar en la masonería bajo el nombre simbólico de Hipatia, Acuña va a recorrer la notable distancia que media entre la lírica romántica y moralizante de sus primeras composiciones en La Ilustración Española y Americana –donde el protagonismo femenino se reduce al consabido papel de alma del hogar en el entorno doméstico– a sus asiduas colaboraciones en Las Dominicales del Libre Pensamiento a partir de 1884 en pro de la regeneración social de la clase obrera y la conquista de los derechos civiles de la mujer. En la primavera de ese mismo año, cuando su nombre era ya sobradamente conocido como autora de un drama de mucho éxito titulado Rienzi el tribuno, Rosario de Acuña sube a la tribuna del Ateneo de Madrid para dar un recital poético. Es la primera vez que una mujer lo hace en la historia de la docta institución.
A partir de su adhesión al librepensamiento, Acuña deja atrás la mentalidad burguesa y liberal en la que se educó durante su niñez y juventud. Sus correligionarios serán tanto los fundadores de Las Dominicales, Ramón Chíes y Fernando Lozano, como los líderes socialistas Virginia González e Isidoro Acevedo. Los artículos, poemas y relatos de la escritora se prodigarán a lo largo de casi medio siglo en la citada y prestigiosa publicación masónica y en otros periódicos socialistas. La entidad literaria de esos escritos, así como la pujanza de sus ideas renovadoras, harán que un eminente periodista, Roberto Castrovido, proponga y defienda públicamente la candidatura de Rosario de Acuña a la Real Academia de la Lengua un siglo antes de que a esa institución accediera la primera mujer (Carmen Conde) en 1978. Según señalaba a comienzos del siglo XX el director del extinto diario republicano El País, la "poetisa, autora de dramas y escritora de grande bríos" podía compararse al regeneracionista Joaquín Costa.
Después de su temprana separación matrimonial y luego de haber residido en Pinto (Madrid) y Santander, Acuña pasará los últimos años de su vida en Gijón. Fue en esta ciudad donde se inició la recuperación de su memoria, mucho antes de que su obra fuera atrayente objeto de estudio a partir de los años noventa. Durante el franquismo, a finales de los sesenta, el histórico dirigente sindicalista asturiano Amaro del Rosal, que había tenido la oportunidad de conocer a la escritora, se interesó desde México por recuperar epistolarmente documentos y artículos de Acuña. Supe así, gracias a mis vínculos familiares con Amaro, que Rosario Acuña era algo más que un nombre con el que se identifica en Gijón el solitario paraje junto al mar donde la nombrada tuvo su modesta casa, por entonces todavía visible sobre el promontorio de El Cervigón, y de cuya inquilina nada sabíamos los escolares criados en el nacional-catolicismo.
Amaro del Rosal comparaba la figura de Acuña con la de la revolucionaria francesa Flora Tristán. Como ella, estuvo en la vanguardia de la lucha social y fue además en nuestro país una pionera en reivindicar con energía la emancipación de la mujer. Por eso fue recordada durante la Segunda Republica y por eso también pasó a formar parte del silencio y olvido con que el franquismo pretendió enterrar la significación de su nombre.
Cuenta Fernández Riera que durante muchos años, los días 6 de mayo y 1 de noviembre, había rosas rojas sobre la tumba de Acuña en el cementerio civil de Gijón. Las fechas se corresponden con el día de la muerte y el nacimiento de la escritora, y quien hacía la ofrenda, Aquilina Rodríguez Arbesú, había sido una gran amiga y admiradora suya, depositaria asimismo de su testamento ológrafo. Amaro del Rosal contactó con ella por carta desde el exilio para que "el ideario de libertad, justicia y humanismo, las tres palabras a las que Rosario de Acuña dedicó su vida, fuera conocido por la juventud de hoy que tanto lo necesita". Cuarenta años después nos llegan por fin esas palabras en los cinco tomos de sus Obras reunidas para que de verdad las sigamos necesitando y cultivando.

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